Continuación de: Vocación de una Reyna.
LA CRUZ Y EL DOLOR
Pero la cruz en el dolor o dolor
en la cruz, son igualmente grandes donde el Señor y sirven de antesala a las
grandes misiones de las almas.
A la vocación, hay que amarla,
hay que darle calor y alegría para que crezca, se alimente y se realice.
Isabel la Católica nació y vivió
contemplando a España su Patria, luchando contra los moros hasta llegar ella
misma a tomar las armas. Fue testigo de guerras dolorosas dentro de su propia
Patria, motivadas por el poder y la soberbia. Siendo aún muy niña, muere su
padre; cuando más necesitaba el cariño de su madre, la arranca Enrique IV de
sus brazos solo por interés y conveniencia; pierde, aquí en la tierra, a su
amado Hermano Alfonso, Heredero de la Corona. Estas tribulaciones la previenen
para otras grandes cruces que habrá de afrontar en el camino de su gran
vocación.
Toda vocación tiene su propia
cruz. Y para llegar al fin hay que beber el cáliz que ya antes Cristo bebió:
La Cruz eleva las almas por encima de toda vulgaridad espiritual, de
toda mediocridad; La Cruz nos hace ver la vanidad de la vida y nos mueve al heroísmo.
La Cruz purifica, ennoblece. Cuando más grande es la cruz y la recibe el alma,
alcanza mayor sublimidad.
Advirtiendo que la Cruz grande o pequeña, asidua o aislada, no es fin,
sino punto de partida.
La Cruz es un medio desconcertante, si queremos llegar a Dios.
Dios de la Cruz a la medida del alma y de su vocación.
Los caminos hermosos no llegan lejos: son las espinas del sendero las
que con su punzante invitación al heroísmo nos vuelve sabios, creyentes,
humanos, comprensivos, delicados y humildes.
Esto la reIna Isabel lo entendió
y lo hizo hasta identificarse con el dolor y la renuncia, no solo en una
mediana resignación, sino en la aceptación plena, identificando su voluntad con
la de Dios: “terribles” desgracias de familia laceraron su corazón: En 1496
perdió a su madre, al año siguiente a su único hijo varón en quien se cifraban
las esperanzas de la Monarquia. El 23 de agosto de 1498 su hija Isabel Reina de
Portugal Heredera de la Corona de Castilla, lo cual sumió a la Reina en
profunda tristeza. Sin embargo; Isabel, ante los consuelos ofrecidos se
concretaba a decir: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó, sea su Nombre Bendito”. La
enfermedad el Rey, la muerte de su nieto Miguel y como si fuera poco los
disgustos conyugales de su hija Juana, le infirieron mucho dolor.
Jesucristo, Dios y Hombre Verdadero,
nos enseño el camino de la Cruz, llevando la Cruz a cuestas hacia el monte Calvario.
No entendemos el dolor de Cristo, pero si lo vemos y le damos crédito,
afirmando que el sendero del cristiano es a través de la Cruz y en la medida de
la vocación encontramos la medida de la Cruz: “No hay dolor semejante a mi dolor” dice Jeremías (8:18) y
aplicamos estas palabras a la Virgen María, cuya vocación de Madre de Dios y
Corredentora del hombre no tiene igual.
¡Qué decir de la Santa Madre
Iglesia en perpetua ofrenda de Cruz, no solo por la perene pasión y muerte de Nuestro
Señor Jesucristo mediante el Sacrificio de la Misa, sino por tantas
persecuciones!. La Iglesia se ha desarrollado y crecido entre martirios, calumnias y dolores.
Asimismo, Isabel la Católica,
enfrentó la Cruz: fue un alma envuelta en dolor, aceptándolo a ciencia y conciencia
en pos del ideal.
Fue una vida inundada de grandes
cruces, no siempre la vocación es clara para la persona, por lo cuál tuvo que
ir alerta, siguiendo la guía del Señor y si ahora mismo pudiera en el Cielo
sufrir, derramaría lágrimas de sangre, no por la ingratitud, no por el
desprecio, no por la infame traición y calumnia; sino al contemplar a sus
amados hijos náufragos con la Identidad perdida
hasta llegar otra vez, con malicia, a la obscuridad del neo-paganismo.
Continuará: SU LABOR EN ESPAÑA.