domingo, 25 de junio de 2017

Casti Connubii " Las necesidades temporales, El salario familiar, Prevenir las dificultades materiales, Ejercicio de la caridad cristiana"




EL MATRIMONIO CRISTIANO.
CASTI CONNUBII
Pío XI, 31 de diciembre de 1930.
















LAS NECESIDADES TEMPORALES.
123. – Y porque con frecuencia el cumplimiento perfecto de los mandamientos de Dios y la honestidad del matrimonio se ven expuestos a grandes dificultades, si los cónyuges sufren con angustias de la vida familiar y la escasez de bienes temporales, es necesario atender al remedio de estas necesidades del modo que sea más factible.

EL SALARIO FAMILIAR.
124. – Para lo que hay que trabajar, en primer término, con todo empeño, a fin de que la sociedad civil, como sabiamente dispuso nuestro predecesor León XIII, establezca un régimen económico y social en el que los padres de familia puedan ganar y granjearse lo necesario para alimentarse a sí mismos, a la esposa y a los hijos, según su clase y condición, “pues el que trabaja merece su recompensa”. Negar esta o disminuirla más de lo debido es grande injusticia y, según las Sagradas Escrituras, un grandísimo pecado; como tampoco es lícito establecer salarios tan mezquinos que, atendidas las circunstancias, no sean suficientes para alimentar a la familia.

PREVENIR LAS DIFICULTADES MATERIALES.
125. –  Hemos de procurar, sin embargo, que los cónyuges, ya mucho tiempo antes de contraer matrimonio, se ocupen de prevenir o disminuir al menos las dificultades materiales, y cuiden los doctos de enseñarles el modo de conseguir esto con eficacia y dignidad. Y en caso de que no se basten a sí solos, fúndense asociaciones privadas o públicas con que se pueda acudir al socorro de sus necesidades.

EJERCICIO DE LA CARIDAD CRISTIANA.
126. – Cuando con todo esto no se lograse cubrir los gastos que lleva consigo una familia, mayormente cuando ésta es numerosa o dispone de medios, exige el amor cristiano que supla la caridad las deficiencias del necesitado; que los ricos, en primer lugar, presten su ayuda a los pobres; y que cuantos gozan de bienes superfluos no los malgasten o dilapiden, sino los empleen en socorrer a quienes carecen de lo necesario. Todo el que se desprenda de sus bienes en favor de los pobres recibirá muy cumplida recompensa en el día del último juicio; pero los que obren en contrario tendrán el castigo que se merecen, pues no es vano el aviso del Apóstol cuando dice: “En quien tiene bienes de este mundo, y, viendo a su hermano en necesidad, cierra las entrañas para no compadecerse de él, ¿cómo es posible que resida la caridad de Dios?
  
ADMONICIÓN A LOS GOBERNANTES.
127. –  No bastando los subsidios privados, toca a la autoridad pública suplir los medios de que carecen los particulares en negocio de tanta importancia para el bien público como es el de las familias y los cónyuges se encuentran en la condición que conviene a la naturaleza humana. Porque si las familias, sobre todo numerosas, carecen de domicilio conveniente; si el varón no puede procurarse trabajo y alimentos; si los artículos de primera necesidad no pueden comprarse sino a precios exagerados; si la madre, con gran detrimento de la vida doméstica, se ve precisada a ganarse el sustento con su propio trabajo; si a ésta les faltan, en los ordinarios y aún extraordinarios trabajos de la maternidad, los alimentos y medicinas convenientes, el médico experto, etc., todos entendemos cuánto se depriman los ánimos de los cónyuges, qué difícil se les haga la convivencia doméstica y el cumplimiento de los mandamientos de Dios y también a qué grave riesgo se expongan la tranquilidad pública y salud y la vida de la misma sociedad civil si llegan estos hombres a tal grado de desesperación que, no teniendo nada que perder, crean que podrán recobrarlo todo con una violenta perturbación social.

DEBERES DE LA AUTORIDAD CIVIL.
128. –  Consiguientemente, los gobernantes no pueden descuidar estas materiales necesidades de los matrimonios y de las familias sin dañar gravemente a la sociedad y al bien común; deben, pues, tener especial empeño en remediar la penuria de las familias menesterosas, tanto cuando legislan como cuando se trata de la imposición de tributos; considerando ésta como una de las principales atribuciones de su autoridad.

SOCORRER A LAS MADRES.

129. –  Con ánimo dolorido contemplamos cómo no raras veces, trastocan el recto orden, fácilmente se prodigan socorros oportunos y abundantes a la madre y a la prole ilegítima (a quienes es también necesario socorrer, aun por la sola razón de evitar males mayores), mientras se niegan o no se conceden sino escasamente y como a la fuerza a la madre y a los hijos de legítimo matrimonio.

domingo, 18 de junio de 2017

Casti Connubii "No dejarse llevar por el desaliento, La preparación para el matrimonio, Disposiciones que hay que llevarse, Preparar los bienes, precaver los males"




EL MATRIMONIO CRISTIANO.
CASTI CONNUBII
Pío XI, 31 de diciembre de 1930.










NO DEJARSE LLEVAR DEL DESALIENTO.

118. – Y si alguna vez se ven oprimidos por los trabajos de su estado y de su vida, no decaigan de ánimo, sino tengan como dicho de alguna manera para sí lo que el Apóstol San Pablo, hablando del sacramento del orden, escribía a Timoteo, su discípulo queridísimo, que estaba muy agobiado por trabajos y oprobios: “Te amonesto que resucites la gracia de Dios que hay en ti, la cual te fue dada por la imposición de mis manos. Pues no nos dio el Señor espíritu de temor, sino de virtud, de amor y de sobriedad.


LA PREPARACIÓN PARA EL MATRIMONIO.

119. – Todo esto, venerables hermanos, depende, en gran parte, de la debida preparación del matrimonio, así próxima como remota. porque no puede negarse que tanto el fundamento firme del matrimonio feliz como la ruina del desgraciado se preparan y se basan en los jóvenes de uno y otro sexo durante los días de su infancia y de su juventud. Y así, hay que temer que quienes antes del matrimonio sólo se buscaron a sí mismos y a sus cosas, y quienes condescendieron con sus deseos aun cuando fueron impuestos, sean en el matrimonio cuales fueron antes de contraerlo, es decir, que cosechen lo que sembraron; o sea: tristeza en el hogar doméstico, llanto, mutuo desprecio, discordia, aversiones, encontrarse a sí mismos llenos de pasiones desenfrenadas.


DISPOSICIONES QUE HAN DE LLEVARSE.

1120. – Acérquense, pues, los que se van a casar bien dispuestos y preparados para el estado matrimonial, y así podrán ayudarse mutuamente, como conviene, en las circunstancias prósperas y adversas de la vida, y, lo que vale más aún, conseguir la vida eterna y la formación del hombre interior hasta la plenitud de la edad de Cristo. Esto les ayudara también para que, en orden a sus queridos hijos, se conduzcan como quiso Dios que los padres se portasen con su prole; es decir, que el padre sea verdadero padre y la madre verdadera madre, de suerte que, por su amor piadoso y solícitos cuidados, la casa paterna, aunque colocada en este valle de lágrimas y quizá oprimida por dura pobreza, sea un vestigio de aquel paraíso de delicias en el que colocó el Creador del género humano a nuestros primeros padres. De aquí resultará que puedan hacer a los hijos hombres perfectos y cristianos perfectos, que los llenen del genuino espíritu de la Iglesia católica y les infiltren aquel noble afecto y amor a la patria que exige la gratitud y la piedad de ánimo.


PREPARAR LOS BIENES, PRECAVER LOS MALES.

121. – Y así, lo mismo quienes tienen intenciones de contraer más tarde el santo matrimonio que los que se dedican a la educación de la juventud, tengan muy en cuenta tal porvenir, preparen los bienes y procuren precaver los males, recordando lo que advertíamos en nuestra encíclica sobre la educación: “Es, pues, menester corregir las inclinaciones desordenadas, fomentar y ordenar las buenas desde la más tierna infancia y, sobre todo, hay que iluminar el entendimiento y fortalecer la voluntad con las verdades sobrenaturales y los medios de la gracia, sin la cual no es posible dominar las perversas inclinaciones y alcanzar la debida perfección educativa de la Iglesia, perfecta y completamente dotada por Cristo de la doctrina divina y de los sacramentos, medios eficaces de la gracia.


LA ELECCIÓN DEL CÓNYUGE.

122. – A la preparación próxima del matrimonio pertenece de una manera especial la elección de consorte, porque de aquí depende, en gran parte, la felicidad del futuro matrimonio, ya que un cónyuge puede ser al otro de gran ayuda para llevar la vida conyugal cristianamente, o, por el contrario, crear serios peligros y dificultades. Para que no padezcan, pues, por toda la vida las consecuencias de una imprudente elección, deliberen seriamente los que desean casarse antes de elegir la persona con la que han de convivir para siempre, y en esta deliberación tengan presente las consecuencias que se derivan del matrimonio, en orden, en primer lugar, a la verdadera religión de Cristo, y, además, en orden a sí mismo, al otro cónyuge, a la futura prole y a la sociedad humana y civil. Imploren con asiduidad el auxilio divino para que elijan según la prudencia cristiana, no llevados por el ímpetu ciego y sin freno de la pasión, ni solamente por razones de lucro o por otro motivo menos noble, sino guiados por el amor recto y verdadero y por un afecto leal hacia el futuro cónyuge, buscando, además, en el matrimonio aquellos fines por los que Dios lo ha instituido. No dejen, en fin, de pedir para dicha elección el prudente y tan estimable consejo de los padres, a fin de precaver, con el auxilio del conocimiento más maduro y de la experiencia que ellos tienen en las cosas humanas, toda equivocación perniciosa, y para conseguir también más copiosas bendición divina prometida a los que guardan el cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre (que es el primer mandamiento que va acompañado con recompensa) para que te vaya bien y tengas larga vida sobre la tierra”.

   

martes, 13 de junio de 2017

Casti Connubii "Formación en la verdadera Doctrina,Voluntad firme y decidida, Dignidad del Sacramento y Cooperación a la Gracia.





EL MATRIMONIO CRISTIANO.
CASTI CONNUBII
Pío XI, 31 de diciembre de 1930.






FORMACIÓN EN LA VERDADERA DOCTRINA.
114. – Por lo cual hacemos nuestras con sumo agrado, venerables hermanos, aquellas palabras que nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, dirigía a los Obispos de todo el orbe en su carta-encíclica sobre el matrimonio cristiano: “Procurad con todo el esfuerzo y toda la autoridad que podáis conservar en los fieles que están encomendados a vuestro cuidado, íntegra e incorrupta la doctrina que nos han comunicado Cristo Nuestro Señor y los Apóstoles, intérpretes de la voluntad divina, y que la Iglesia católica religiosamente ha conservado, imponiendo en todos los tiempos su cumplimiento a todos los cristianos”.

VOLUNTAD FIRME Y DECIDIDA.
115. – Más como la instrucción religiosa, por buena que sea, no basta sola para conformar de nuevo el matrimonio con la ley de Dios, a la instrucción de la inteligencia es necesario añadir, por parte de los cónyuges, una voluntad firme y decidida de guardar las leyes santas que Dios y la Naturaleza han establecido sobre el matrimonio. Sea cual fuere lo que otros, ya de palabra, ya por escrito, quieren afirmar y propagar, se decreta y sanciona para los cónyuges lo siguiente, a saber: que en todo lo que al matrimonio se refiere se sometan a las disposiciones divinas; en prestarse mutuos auxilios, siempre con caridad; en guardar la fidelidad en la castidad; en no atentar contra la indisolubilidad del vínculo; en usar siempre de los derechos adquiridos por el matrimonio, a los cuales no han de apegarse sino cristiana y santamente, sobre todo al principio del matrimonio, a fin de que, si las circunstancias exigiesen después la continencia, una vez acostumbrados, les sea más fácil guardarla a cualquiera de los dos.

DIGNIDAD DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO.
116. – Mucho les ayudará para conseguir, conservar y poner en práctica esa voluntad decidida, la frecuente consideración de su estado y la memoria práctica del sacramento recibido. Recuerden siempre que para la dignidad y los deberes de dicho estado han sido santificados y fortalecidos con un sacramento peculiar, cuya eficacia persevera siempre, aun cuando no imprima carácter. A este fin, mediten estas palabras verdaderamente consoladoras del santo cardenal Roberto Belarmino, el cual, con otros teólogos de gran nota, así piensa y escribe: “Se puede considerar de dos maneras el sacramento del matrimonio: o mientras se celebra, o en cuanto permanece después de su celebración. Porque este sacramento es como la Eucaristía, que no solamente es sacramento mientras se confecciona, sino todo el tiempo que permanece, pues mientras viven los cónyuges es siempre su sociedad sacramento de Cristo y de la Iglesia”.

COOPERACIÓN A LA GRACIA.

117. – Mas para que la gracia del mismo produzca todo su efecto, como ya hemos advertido, es necesaria la cooperación de los cónyuges, y éste consiste en que con trabajo y diligencia sinceramente procuren cumplir sus deberes, poniendo todo el empeño que esté de su parte. Pues, así como en el orden natural para que las fuerzas que Dios ha dado desarrollen todo su vigor es necesario que los hombres apliquen su trabajo y su industria, abandonando lo cual jamás se obtendrá provecho alguno, así también las fuerzas de la gracia que, provenientes del sacramento, yacen escondidas en el fondo del alma, han de desarrollarse por el cuidado propio y el propio trabajo. No desprecien, por tanto, los esposos la gracia del sacramento que hay en ellos, porque después de haber emprendido la constante observancia de sus obligaciones, aunque sea laboriosa, experimentarán cada día su fuerza con más eficacia. 

Carta al Cardenal Suhard, Arzobispo de París




Carta al Cardenal Suhard,
Arzobispo de París

Comisión Bíblica Pontificia
(C. “Ecclesia”, 1948 (1), p. 455)

 Cardenal Suhard


   


        Eminencia: El Sumo Pontífice se ha dignado confiar a la Comisión Bíblica Pontificia el examen de dos cuestiones propuestas recientemente a Su Santidad sobre las fuentes del Pentateuco y sobre la historicidad de los once primeros capítulos del Génesis. Estas dos cuestiones, con los considerados y votos correspondientes, fueron objeto del más atento estudio de los Reverendísimos Consultores y Eminentísimos Cardenales, miembros de la susodicha Comisión. Como consecuencia de sus deliberaciones, Su Santidad se dignó aprobar la siguiente respuesta en la audiencia concedida al firmante, con la fecha 16 de enero de 1948:

La Comisión Bíblica Pontificia de alegra de rendir homenaje a la filial confianza que movió a dar este paso y desea corresponderos con un sincero esfuerzo para promover los estudios bíblicos, asegurándoles, dentro de los límites de la enseñanza tradicional de la Iglesia, plena libertad. Tal libertad está afirmada en términos explícitos en la Encíclica <Divino afflante Spiritu> por el Sumo Pontífice gloriosamente reinante con estas palabras: <El intérprete católico, animado por fuerte y activo amor de su disciplina y sinceramente unido a la Santa Madre Iglesia, no debe abstenerse de afrontar las difíciles cuestiones que hasta hoy no se han resuelto, no sólo para rebatir las objeciones de los adversarios, sino para intentar una sólida explicación que lealmente concuerde con la doctrina de la Iglesia y especialmente con el tradicional sentimiento de la inmunidad de la Sagrada Escritura de todo error, y dé juntamente conveniente satisfacción a las conclusiones ciertas de las ciencias profanas. Recuerden, pues, todos los hijos de la Iglesia que están obligados a juzgar no sólo con justicia, sino también con suma caridad los esfuerzos y las fatigas de estos valerosos operarios de la viña del Señor; además de que todos deben guardarse de aquel celo no muy prudente que por eso mismo debe impugnarse o ser objeto de sospechas>.

A la luz de esta exhortación del Sumo Pontífice, convendrá comprender e interpretar las tres respuestas oficiales dadas por la Comisión Bíblica a las cuestiones antes mencionadas; esto es, la del 23 de junio de 1905, sobre relatos que, dentro de los libros históricos de la Biblia, no tendrían de historia sino la apariencia (Ench. Bbl., 154); la del 26 de junio de 1906, sobre la autenticidad mosaica del Pentateuco (Ench. Bibl., 174-177), y la del 30 de junio de 1909, sobre el carácter histórico de los tres primeros capítulos del Génesis (Ench. Bibl., 332-339); y así se concederá que tales respuestas no se oponen de hecho a un ulterior examen verdaderamente científico de aquellos problemas, según los resultados conseguidos en los últimos cuarenta años. Por consiguiente, la Comisión Bíblica no cree que sea el caso de promulgar, al menos por ahora, nuevos decretos sobre dichas cuestiones.
En cuanto a la composición del Pentateuco, ya en el Decreto antes recordado de 27 de junio de 1906, la Comisión Bíblica reconocía poderse afirmar que <Moisés al componer su obra, se sirvió de documentos escritos y de tradiciones orales>, y admitir también modificaciones o añadiduras posteriores a Moisés (Ench. Bibl., 176-177).

Nadie ya, en el día de hoy, pone en duda la existencia de tales fuentes, o rehusa admitir un progreso creciente de las leyes mosaicas, debido a condiciones posteriores, no sin reflejo sobre los relatos históricos. Sin embargo, sobre la naturaleza y el número de tales documentos, sobre su nomenclatura y fecha, se profesan hoy, aun en el campo de los exegetas no católicos, opiniones muy divergentes. Y no faltan en varios países autores que, por motivos puramente críticos e históricos, sin ninguna tendencia apologética, rechazan resueltamente las teorías hasta ahora más en boga y buscan la explicación de ciertas particularidades del Pentateuco, no tanto en la diversidad de los supuestos documentos cuanto en la especial psicología y en los singulares procedimientos, ahora mejor conocidos, del pensamiento y de la expresión entre los antiguos orientales, o también en el diverso género literario requerido por la diversidad de materia. Por eso, invitamos a los doctos católicos a estudiar estos problemas sin prevenciones, a la luz de una santa crítica y de los resultados de aquellas ciencias que tienen interferencia con la materia. Tal estudio conseguirá, sin duda, confirmar la gran parte y el profundo influjo que tuvo Moisés como autor y como legislador.

Bastante más oscura y compleja es la cuestión de las formas literarias de los primeros once capítulos del Génesis. Tales formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no se pueden juzgar a la luz de los géneros literarios grecolatinos o modernos. No se puede, pues, negar ni afirmar en bloque la historicidad de todos aquellos capítulos, aplicándoles irrazonablemente las normas de un género literario bajo el cual no se pueden ser clasificados. Que estos capítulos no forman una historia en el sentido clásico y moderno podemos admitirlo; pero es preciso también confesar que los datos de hechos suministrados hoy por la ciencia no permiten dar una solución positiva a todos los problemas literarios, científicos, históricos, culturales y religiosos que tienen conexión con aquellos capítulos. Después sería preciso examinar con más detalle el procedimiento literario de los antiguos pueblos de oriente, su psicología, su modo de expresarse y la noción misma que ellos tenían de la verdad histórica. En una palabra, haría falta unir sin prejuicios todo el material científico paleontológico e histórico, epigráfico y literario. Sólo así puede esperarse ver más claro en la naturaleza de ciertas narraciones de los primeros capítulos del Génesis. Con declarar <a prioro> que estos relatos no contienen historia, en el sentido moderno de la palabra, se dejaría fácilmente entender que en ningún modo la contienen: mientras que de hecho refieren en un lenguaje simple y figurado, acomodado a la inteligencia de una comunidad menos avanzada, las verdades fundamentales presupuestas por la economía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo elegido. Entre tanto, hay que practicar la paciencia, que es prudencia y sabiduría de la vida. Esto es inculcado también por el Padre Santo en la ya citada encíclica: <No debe maravillar -dice- si no todas las dificultades han sido hasta ahora superadas y resueltas… No ha de perderse por eso el ánimo; no se olvide que ocurre en los estudios humanos como en las cosas naturales, que las obras crecen lentamente y no se consiguen frutos sino después de muchas fatigas… No será pues, vano esperar que en una constante aplicación llegue la ocasión de ver plenamente esclarecidas también las cosas que ahora parecen más complejas y dificultosa> (I. c., p. 318).
Inclinado al beso de la Sagrada Púrpura, con los sentimientos de la más profunda veneración, me profeso de Vuestra Eminencia Reverendísima humilde servidor.

G.M. Voste, O.P.

Consultor ab Actis.

sábado, 3 de junio de 2017




NACE LA IGLESIA
Hechos 2:1-47.







         Llegó el día de Pentecostés. Los creyentes de reunieron aquel día escucharon de pronto en el cielo un estruendo semejante al de un vendaval, que hacía retumbar la casa en la que estaban congregados. Acto seguido aparecieron las llamas o lengüetas de fuego que se les fueron posando en la cabeza. Entonces cada uno de los presentes quedó lleno del Espíritu Santo y empezó a hablar en idiomas que no conocían, pero que el Espíritu Santo les permitía articular.

         Al escuchar el estruendo que se producía sobre la casa, multitudes de personas corrieron a ver qué sucedía, y los extranjeros se quedaron pasmados al oír el idioma de sus respectivos países en la boca de los discípulos.

         - ¿Qué significará esto? - se preguntaban algunos atónitos y perplejos.
         Entonces Pedro se puso en pie con los once apóstoles y pidió la palabra: - ¡Escúchenme bien, visitantes y residentes de Jerusalén! Como ustedes bien saben, Dios respaldó a Jesús de Nazaret con los milagros prodigiosos que realizó a través de Él. Pero, de acuerdo al plan que ya se tenía trazado, permitió primero que ustedes lo clavaran en la cruz y lo asesinaran por mediación del gobierno romano, pero luego lo soltó de los horrores de la muerte y le devolvió la vida. Nosotros mismos somos testigos de que Jesús se levantó de la muerte, y está en el cielo sentado en el trono junto a Dios.

         Luego tal como lo prometiera, el Padre envió al Espíritu Santo, lo cual trajo como resultado lo que ustedes han visto y escuchado. Por lo tanto, ciudadanos de Israel, declaro que Dios ha hecho Señor y Cristo al Jesús que ustedes crucificaron.

         Aquellas palabras de Pedro los conmovieron tan profundamente que le dijeron a Pedro y los demás apóstoles: -Hermanos, ¿qué haremos? -

         -Cada uno de ustedes tiene que, arrepentidos, darle las espaldas al pecado -les respondió Pedro-, regresar a Dios y bautizarse en el nombre de Jesucristo, si desea alcanzar el perdón de los pecados. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo.

         Los que creyeron sus palabras, unos tres mil en total, se bautizaron y se unieron a los demás creyentes que se congregaban regularmente. Todos los días adoraban juntos en el templo; luego se reunían en pequeños grupos para celebrar la comunión en diferentes hogares, compartir los alimentos con profundo regocijo y gratitud, y alabar a Dios…. Y todos los días el Señor añadía al grupo los que habían de ser salvos.

         Tomado del Libro de: Hechos del Espíritu Santo, distribuido por la Biblioteca Mexicana del Hogar.