domingo, 24 de junio de 2018


Continuación de: Vocación de una Reyna.


LA CRUZ Y EL DOLOR
Pero la cruz en el dolor o dolor en la cruz, son igualmente grandes donde el Señor y sirven de antesala a las grandes misiones de las almas.
A la vocación, hay que amarla, hay que darle calor y alegría para que crezca, se alimente y se realice.
Isabel la Católica nació y vivió contemplando a España su Patria, luchando contra los moros hasta llegar ella misma a tomar las armas. Fue testigo de guerras dolorosas dentro de su propia Patria, motivadas por el poder y la soberbia. Siendo aún muy niña, muere su padre; cuando más necesitaba el cariño de su madre, la arranca Enrique IV de sus brazos solo por interés y conveniencia; pierde, aquí en la tierra, a su amado Hermano Alfonso, Heredero de la Corona. Estas tribulaciones la previenen para otras grandes cruces que habrá de afrontar en el camino de su gran vocación.
Toda vocación tiene su propia cruz. Y para llegar al fin hay que beber el cáliz que ya antes Cristo bebió:
La Cruz eleva las almas por encima de toda vulgaridad espiritual, de toda mediocridad; La Cruz nos hace ver la vanidad de la vida y nos mueve al heroísmo. La Cruz purifica, ennoblece. Cuando más grande es la cruz y la recibe el alma, alcanza mayor sublimidad.
Advirtiendo que la Cruz grande o pequeña, asidua o aislada, no es fin, sino punto de partida.
La Cruz es un medio desconcertante, si queremos llegar a Dios.
Dios de la Cruz a la medida del alma y de su vocación.
Los caminos hermosos no llegan lejos: son las espinas del sendero las que con su punzante invitación al heroísmo nos vuelve sabios, creyentes, humanos, comprensivos, delicados y humildes.
Esto la reIna Isabel lo entendió y lo hizo hasta identificarse con el dolor y la renuncia, no solo en una mediana resignación, sino en la aceptación plena, identificando su voluntad con la de Dios: “terribles” desgracias de familia laceraron su corazón: En 1496 perdió a su madre, al año siguiente a su único hijo varón en quien se cifraban las esperanzas de la Monarquia. El 23 de agosto de 1498 su hija Isabel Reina de Portugal Heredera de la Corona de Castilla, lo cual sumió a la Reina en profunda tristeza. Sin embargo; Isabel, ante los consuelos ofrecidos se concretaba a decir: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó, sea su Nombre Bendito”. La enfermedad el Rey, la muerte de su nieto Miguel y como si fuera poco los disgustos conyugales de su hija Juana, le infirieron mucho dolor.
Jesucristo, Dios y Hombre Verdadero, nos enseño el camino de la Cruz, llevando la Cruz a cuestas hacia el monte Calvario. No entendemos el dolor de Cristo, pero si lo vemos y le damos crédito, afirmando que el sendero del cristiano es a través de la Cruz y en la medida de la vocación encontramos la medida de la Cruz: “No hay dolor semejante a mi dolor” dice Jeremías (8:18) y aplicamos estas palabras a la Virgen María, cuya vocación de Madre de Dios y Corredentora del hombre no tiene igual.
¡Qué decir de la Santa Madre Iglesia en perpetua ofrenda de Cruz, no solo por la perene pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo mediante el Sacrificio de la Misa, sino por tantas persecuciones!. La Iglesia se ha desarrollado y crecido entre martirios, calumnias y dolores.
Asimismo, Isabel la Católica, enfrentó la Cruz: fue un alma envuelta en dolor, aceptándolo a ciencia y conciencia en pos del ideal.
Fue una vida inundada de grandes cruces, no siempre la vocación es clara para la persona, por lo cuál tuvo que ir alerta, siguiendo la guía del Señor y si ahora mismo pudiera en el Cielo sufrir, derramaría lágrimas de sangre, no por la ingratitud, no por el desprecio, no por la infame traición y calumnia; sino al contemplar a sus amados hijos náufragos con la Identidad perdida hasta llegar otra vez, con malicia, a la obscuridad del neo-paganismo.

Continuará: SU LABOR EN ESPAÑA.

domingo, 3 de junio de 2018

Continuación de: Vocación de una Reyna.



PREPARACIÓN DE ISABEL PARA REALIZAR SU VOCACIÓN
Dios infinitamente justo, da a las almas todos los medios para que realicen su llamado y prepara, desde la eternidad, el camino y condiciones de cada vocación: a las almas grandes, decimos grandes, no por su tamaño, sino por su vocación; ya que les pide resoluciones firmes e inmediatas, esfuerzos, sacrificios, nada comunes, renuncias, etcétera, las asiste de manera especial.
Isabel la Santa es un alma grande, repetimos que no por el tamaño, pues las almas, por ser inmateriales, no tienen cantidad, y aunque esencialmente toda alma es espiritual, libre e inmortal y posee sus propias facultades, Dios, según la misión que les ha de dar, les regala los dones y gracias necesarias para el cumplimiento de la misión.
La reina es concebida en el seno de su madre profundamente cristiana, donde empieza a recibir la influencia de la fe y de las virtudes; llega al mundo en lugar místico por su paisaje, cuyo nombre es sugestivo y encantador, “Madrigal de las Altas Torres” nombre que obedece a las cien torres que coronaban la muralla que las circundaba. Nace un 22 de abril de 1451, iluminando el horizonte e España y América, entonces no conocida por Europa. El nacimiento de aquella Luminaria extinguirá la oscuridad del error, no solo en España y Europa, sino en otro Continente que será iluminado con el resplandor de la justicia y la Fe.
Su padre Juan II Rey de Castilla, descendiente de Fernando III El Santo y de Alfonso X El Sabio, su madre Isabel de Portugal por cuyas venas corría sangre de dos Santas: Isabel Infanta de Aragón e Isabel Reina de Hungría.
Ha enriquecido el Señor a Isabel de muchas gracias, colocándola en un ambiente de gran piedad, de lucha y de entrega. Su madre una gran cristiana ejemplar, ocupada siempre de sus dos pequeños, ordena que estudien antes que nada, Doctrina Cristiana, Historia, Geografía, Música, Poesía; por ser mujer, le agregaba el aprendizaje de hilar y bordar.
Pero también en la propia persona de Isabel, Dios que la ha elegido, la regala de gracias naturales que después, con la ayuda de la Gracia del Espíritu Santo y de su propio esfuerzo, habrá de elevar al orden sobrenatural. La Santa de Castilla no es sólo una mujer de brillante inteligencia; estaba dotada de una gran personalidad: es profunda, abierta, en el buen sentido de la palabra, justa, no justiciera; comprensiva, capaz de volver atrás si descubre en ella alguna equivocación. Es muy sensible y tierna.
De su caracterología podemos afirmar que poseía el más rico de los caracteres. Siendo el Tratado de Luigi Rosseti, la clasificaremos en el Carácter Apasionado con sus propios matices personales y haremos su estudio bajo los lineamientos siguientes:
Ante todo, no entendemos por carácter apasionado el carácter irreflexivo, ciego e instintivo, no: este carácter, repito, con sus propias peculiaridades nos da por resultado una creatura humana de entrega sin medida, consiente, responsable, dispuesta a todo dentro de lo justo y lícito, siempre viendo a Dios y a su Divina Voluntad.
Ya nos dice Grieguer: “se dice apasionado y no pasional porque el Emotivo, Activo, Secundario no se deja dominar por la pasión sino que, al contrario, sustituyen las pasiones por una acentuada aplicación que se convierte en pasión y en el alma de su vida”. Eso lo contemplamos en toda su existencia e incluso desde su niñez.
Por ser Emotiva, lo sentía todo profundamente, el ideal siempre lo relacionaba con el prójimo. Estaba suficientemente capacitada para organizar todas sus actividades. Ella se enriquecía en su interior con las aspiraciones de los demás, buscando por su cuenta colaboración y simpatía.
Por ser Secundaria, nunca olvidaba el pasado, aprovechaba la experiencia orientándola siempre al porvenir, eso le abrió amplios horizontes y le confirió una admirable estimación de miras.
Por ser Emotiva, Activa y Secundaria, la fuerza le llegaba de la secundariedad. Poseía una actividad continua, realizadora; estaba dotada de una comprensión inteligente para cualquier tipo de problemas, era educada, sencilla en sus maneras e indiferente a los placeres de los sentidos, no fue inflexible en su manera de pensar y de obrar, no se encasillaba en su ego, amó con preferencia la vida sencilla, su inteligencia era brillantísima, excepcional, no solo para el aprendizaje de todas las Ciencias, sino para la misma aplicación e incluso para su Gobierno. Esto lo podemos comprobar en todas las acciones de su vida. Ese riquísimo carácter que poseía le daba la decisión, la energía, el proponerse un fin y alcanzarlo infaliblemente, pues ella era capaz de superar cualquier obstáculo que se le presentaba: era rápida y organizada por naturaleza y había nacido para mandar.
Naturalmente comprendida y sentía la necesidad del ideal religioso, le apasionaron siempre los problemas espirituales, poseía la piedad y caridad cristiana.
La Reina encarna maravillosamente en el Carácter Apasionado, que es donde encontramos las mejores disposiciones para aceptar y ser consecuente con los principios que se impone, este carácter no es para una religión teórica o basada simplemente en el sentimiento, sino en esfuerzo continuo y experimenta muy clara la necesidad de un contacto íntimo y vivo con Dios. En la oración, el sujeto se pone enteramente a disposición de Dios, para trabajar por su Reino; ama la meditación, se inclina a la contemplación pues lleva innato el sentido de la grandeza de Dios.
Todo esto y mucho más es aplicable a la Reina de Castilla; el apasionado sabe orientar sus acciones y su misma vida al servicio de Dios, toma con madurez los consejos y orientaciones que le dan y sufre profundamente el peso de los grandes problemas religiosos, es generoso y sobrio en lo que se refiere a los placeres de los sentidos y eso le facilita el progreso en el camino a la ascética. Todo esto, leyendo la vida de la Santa, nos cerciora de identidad con esta Caracterología.
En cuanto a la Castidad ella cumple las prioridades de esta clasificación, pues dentro de su estado conyugal guardó la pureza del matrimonio.
Este carácter, como todos, tiene sus limitaciones, sus defectos… sin embargo es considerado superior, porque entre tanta cualidad y virtud, son pocos los defectos.
Es un carácter privilegiado que generalmente concede Dios a las almas llamadas a grandes obras. Tuvo, indudablemente que haber luchado contra sus grandes defectos, y eso la enaltece, no la rebaja. En su vida exterior, en el trato con los súbditos o iguales, brillan sus virtudes: la justicia, que siempre imparte lo debido a cada quien; la prudencia, madre de todas las virtudes, que es la que equilibra toda acción, palabra o decisión del hombre.
Es solo su Caracterología, pero ella supo elevarlo todo a insospechadas alturas por la vida de la Gracia. Lo dado por Dios a su naturaleza, la condujo hacia la cúspide por la oración continua, por un familiar trato con Dios, por su entrega total, por una aceptación del sufrimiento hasta el culmen de la Cruz.
Y así podemos contemplar en su vida una brillante personalidad, y con ella las grandes Virtudes Teologales: La Fe, La Esperanza y La Caridad.

Continuará: LA CRUZ Y EL DOLOR.