Esta bella Oración encierra siete peticiones, de las cuales tres son para glorificar a Dios directamente y cuatro para alcanzar bienes corporales y espirituales para nosotros mismos.
VEAMOS:
"Padre Nuestro que estás en los Cielos", es una entrada amorosa y plena, que nos abre las puertas del Corazón del Padre para hacer consecuentemente nuestras peticiones:
l.- Para glorificar a Dios:
a) "Santificado sea el tu Nombre";
b)"Venga a nos tu Reino";
c) "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo".
2.- Para provecho corporal y espiritual:
a) "El pan nuestro de cada día dánosle hoy";
b) "Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores";
c) "Y no nos dejes caer en tentación";
d) Mas líbranos del mal". Amén.
Esta singular Oración que deberíamos recitar dulce y armoniosamente, y que, al repetirla habría de sevirnos de profunda meditación, es algo que pronunciamos por costumbre y sin reflexión. Actualmente descubre uno con sorpresa, que, a pesar de rezarse en español, en la Santa Misa, muchas personas adultas e incluso jóvenes y niños no la saben ni siquiera de memoria.
Es cierto que la Iglesiaen aras de alabar a nos tiene y nos enseña bellas oraciones; sin embargo, ninguna, como aquélla, que brotó no sólo de los labios del mismo Jesucristo, sino de su Corazón y de todo su Sér, para alabar al Padre Eterno y alcanzar mercedes. ¡Es tan corta y tan completa, lo dice todo en tan breves palabras! Siendo en su cortedad, además de excelsa, un libro abierto para sumergirse en profundas meditaciones. ¡Lástima que la recemos tan superficialmente! ¡Qué tristeza que no sepamos comprenderla y vivirla!
MEDITEMOS:
Padre: Nuestro Señor Jesucristo llamó muchas veces a Dios como Padre: "Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto" (Mat. V-48). "Uno es vuestro Padre, el cual está en los cielos". (San Mateo XXIII-9). "Tu Padre que ve en lo oculto te retribuirá". (Mat. VI-6). "Ora a tu Padre en la soledad", (Mat.VI-6). "Así oraréis: Padre Nuestro .. ". (Mat. VI-9) (c.f. Luc. XI-2). "Subo a mi Padre y vuestro
Padre". (Jn. XIX-17).
¡Padre, amoroso y dulce Nombre! ¿A quién podemos llamarle, con toda verdad, absoluta confianza, y pleno amor Padre, sino, a Dios a quien debemos todo?¿Quién puede y sabe amarnos como El y solo Él? Se dice en la vida de ciertos Santos que al rezar el Padre Nuestro se quedaban absortos en la Palabra: "¡Padre!". Ojalá supiéramos saborear tan sublime concepto y adentrarnos en tal forma en él, que al decir Padre experimentáramos amor, gratitud, confianza, fortaleza, descanso en el Padre de los padres: Nuestro Padre del Cielo, Dios.
Somos hijos de Dios por el ser de naturaleza y gracia que de el recibimos. Decimos que tenemos de El el ser de naturaleza porque El nos ha sacado de la nada: "¿Por ventura no es El tu Padre que te rescató, te hizo y te creó?" (Deut. XXXII-6). Dios ha creado nuestro cuerpo, con toda su perfección física, fisiológica, y a nuestra alma, con todas sus facultades; teniendo Dios, Nuestro Padre, la incomparable delicadeza que sólo a Él compete, de hacerla a imagen y semejanza suya. Dióle a esta alma poder y señorío sobre toda la Creación.
Por él ser de Gracia que de Él recibimos. En el Bautismo, al recibir la Gracia se nos da el ser de Cristianos; y en los Sacramentos también se nos dá la Gracia, la cual es un Ser Divino que nos hace Hijos de Dios y herederos de su gloria. "No recibisteis espíritu de servidumbre... sino el de adopción de hijos en el cual clamamos: ¡Abba!, es decir ¡Oh. Padre!" (Rom. VIII-15).
Ante esta magnanimidad de un Dios para sus creaturas, tenemos obligación de amarlo, glorificarlo, dándole honor, imitación y obediencia, como dice Santo Tomás.