miércoles, 21 de mayo de 2014

Desequilibrio del hombre por el pecado (final).

CONFIRMAMOS QUE EL PECADO ES UN DAÑO PERSONAL

1.- El pecador se hace daño a si mismo: 

a) El hombre es a la vez sencillo y completo. Es la unidad armónica y perfecta de alma y cuerpo y, aunque la una es espíritu y el otro es materia, sin embargo están unidos substancialmente formando un solo ser. 

b) Además de dicha unión substancial, es urgente decir que en esa fusión armónica del hombre existen leyes establecidas que han de cumplirse para no trastornar la unión substancial y sus fines; estas leyes son físicas, fisiológicas, psíquicas, morales, naturales y sobrenaturales.

c) Por tanto encontramos en el hombre, inserta en su naturaleza, la necesidad de dependencia de algo superior a él; pero no como una resultancia casual o fatalista, sino como parte esencial y unificada de su propia naturaleza creada; 

d) al mismo tiempo se descubre en el ser humano la imperiosa necesidad de ser feliz, con una felicidad que se inicie con la vida y se perfeccione con la eternidad.

Entonces, cuando el hombre, por ignorancia, por desprecio o soberbia prescinde, o ultraja la Ley Divina, está contradiciendo a su propia naturaleza que ya tiene marcado el camino en los principios morales naturales, así como de la dependencia al Ser Superior y la realización de lo que es la verdadera felicidad, y que el cambio por caprichos o placeres, sin coordinación, haciendo el trueque de la primogenitura por un insignificante plato de lentejas. Todo esto no afecta exclusivamente al alma, puesto que esta no vive independiente del cuerpo. Al herir el pecado, el alma va entrando cada vez en mayores conflictos de conciencia, que tarde o temprano, dañan su naturaleza entera. Pero, sobre todo, causa alteraciones psíquicas y de esto nadie escapa: queda herida la unión tan cercana, tan interna de lo puramente espiritual y lo intelectual.

La mayoría de los pecados altera la parte física y fisiológica; sin embargo cuando el hombre pierde la dignidad, el decoro y la conciencia y se derrumba hacia el cinismo para vivir a sus anchas y hacer libremente toda clase de males contra todas o muchas de las virtudes; no enfermara fácilmente de su cuerpo, pues ya nada le importa; salvo de ciertas enfermedades: me refiero a las causadas por la lujuria, como sífilis, sida. Pero cínico o no, descarado o hipócrita, de lo que jamás se librará, si insiste en pecar, es de toda clase de alteraciones psíquicas, como dos y dos son cuatro; pues si el pecado es una rebeldía, una contradicción a todas las leyes establecidas en el hombre, si es un renegar de su finalidad suprema, indudablemente que, formados estos conflictos de conciencia, se irá destruyendo a sí mismo renunciando a su identidad y corrompiendo su propio criterio, hasta llegar al desquiciamiento y amoralidad.

Subrayamos, que cuando el hombre rompe con las Leyes Divinas para vivir libremente, está cortando con Dios, consigo mismo y con su equilibrio.

Las obras mas bellas de arte son aquellas que conjugan el equilibrio. La armonía y la estabilidad para alcanzar la perfección. ¿Y que obra mas bella de arte que el hombre? Y, sin embargo, por su errada conducta se va autodestruyendo.

Y luego nos preguntamos: ¿Por qué hay tanto dolor, tanta amargura, tanta soledad, tanta desesperación ...?


POR EL PECADO.

Indudablemente que habría menos lágrimas, menos inquietudes, menos enfermos las cárceles no estarían repletas, los hombres tendrían empleo y no habría tanta miseria si viviendo el Evangelio cumpliéramos con la Ley Natural y la Ley Positiva Divina.

Es verdad que el pecado original nos dejó con su herencia la muerte, la ignorancia, la enfermedad, la concupiscencia, pero contra todo, Jesucristo, además de quedarse con nosotros en la Sagrada Eucaristía y servirnos de Alimento Divino, fundó la Iglesia, instituyo Los Sacramentos, fuentes de Gracia, que nos llenan del Espíritu Santo ...

Pero desgraciadamente, no aprovechamos tantos dones espirituales, y sí se arroja el hombre a los malsanos placeres que, además de ser pasajeros, obnubilan el ser y no lo dejan llegar a su destino.

Escuchando a la Sinfónica de Berlín en nuestro Palacio de Bellas Artes y mirando a sus componentes, me decía: "así en armonía fue creado el Universo; y si uno de estos hombres rompiera con el orden mediante la desobediencia a su Director, no podríamos saborear sublimes sinfonías conformadas con las más equilibradas y bellas notas; del mismo modo que cuando el hombre rebelde a su Creador y a sus principios interrumpe, distorsiona el incomparable Concierto Universal, cuya sin igual obertura consiste en obedecer armónicamente a Dios para glorificarlo y alcanzar así su dicha perdurable".

¿Por que hay tanto dolor? Porque hay mucho pecado; ¿porque tanta amargura? Porque se peca en demasía; ¿porqué tanta desolacron? por el cúmulo de transgresiones; ¿porque tanta enfermedad? Porque se quebranta la Ley; ¿y porque tanto desamor? Porque no amamos al Amor de los amores.

El sufrimiento no es precisamente castigo, sí, en cambio, un Don que a unos purifica, a otros perfecciona; a muchos inmola y eleva ... Sin embargo, siempre está enlazado a la Redención por el pecado.

El sufrimiento, en toda su variedad y magnitud, nos llega como consecuencia del pecado original y por nuestros propios pecados; pero éste suele convertirse en una verdadera dádiva, cuando el alma redimida comprende su misión personal y universal, conducente a su fin temporal y eterno.

Hermanos, el sufrimiento no es desdicha, la desdicha la trae la desesperación, la inconformidad en aceptar el dolor que nos identifica con Nuestro Redentor. El dolor tranquilo, aceptado, eleva la naturaleza del hombre y lo hace feliz. Si identificamos todos nuestros anhelos con los de Dios, no habrá pecado, no llegará la desolación, y entonces, saborearíamos la plenitud del dolor y diríamos con los Santos; "O padecer o morir"; "Padecer y no Morir". Y es que el dolor se convierte en alegría para los que aman y, yo diría, para los que lo conocen y han penetrado en el fondo del mismo, lo sutil e infinito de la dicha.

Por eso los Santos, quienes más se inmolaron, son los perfectamente realizados y quienes lograron en pleno la felicidad terrena y eterna.

¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿tribulación? ¿angustia? ¿persecución? ¿hambre? ¿desnudez? ¿peligro? ¿espada? Ninguna será capaz de apartarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús Señor Nuestro (Rom. VIII-35 .... 39).

El único verdadero dolor, el auténtico fracaso, no se da en ninguna de las penas o negaciones de la vida; sino únicamente en desviar el camino, en perder la esperanza, en abandonar la empresa que nos lleva a nuestro fin temporal, que a su vez es conducente a lo eterno.


LA FELICIDAD.

La felicidad es la plena posesión de la verdad, el bien y el Amor; por consiguiente, nacidos para la felicidad, hemos de ir en la búsqueda de esa verdad, de ese bien, de ese Amor, combinando nuestras fuerzas, Leyes naturales y Leyes Divinas, en pos de la verdad, el Bien y el Amor; mediante una conquista generosa que ha de pedirnos: veracidad, renuncia y entrega.

Cuando más se da más se recibe. Seremos grandes, seremos fuertes, seremos nosotros mismos, cuando edificando nuestra dicha sobre la Verdad, el Bien y el Amor, sepamos ser felices proyectando la felicidad en bien de nuestro prójimo, y así, un día no lejano, nos abracemos en abrazo eterno con la Verdad de las verdades; El Bien de los bienes y el Amor de los Amores: Cristo Nuestro Señor.

¿Nos costará realizarlo? Claro que nos costará; pero es ahí donde el hombre encuentra la identificación con su propia naturaleza. El hombre que vive de sentidos no alcanza la felicidad, solo logra instantes de placer a los que siguen eternidades de desdicha. En cambio, el hombre que vive de facultades y las sobrepone a los sentidos, teniendo en la cúspide en perpetua alabanza al Señor, es feliz porque ejercita y eleva sus facultades en aras del verdadero fin.

Espero hayamos comprendido que la felicidad se conquista a base de esfuerzo y que no entra y sale, surge o se destruye según los acontecimientos exteriores. La felicidad, posesión de la verdad, el Bien y el Amor, se abraza interiormente; se le hace su habitación y permanece en nosotros, a pesar de todos los acontecimientos de fuera.

Hay personas que independientes de Dios, de sus Leyes y de toda razón y en convivencia con sus caprichos inundados de soberbia y sensualidad, construyen exteriormente una existencia a su gusto, usando de toda clase de iniquidades, entre ellas la intriga, el robo y la mentira, creyendo en su errada concepción que a eso se llama vivir.

Olvida:

1.- Que existir no es lo mismo que vivir y que mientras ellas creen que viven, tienen por dentro la verdadera muerte.

2.- Que el resultado de la suma, resta, multiplicación y divisiones de la existencia, lo da únicamente la vida, que es lógica y Dios que es la misma Sabiduría: pues yo puedo usar cualquier factor, pero no resolver caprichosamente el producto. Así cuando llegue el final en esta tierra; el que mal construyó su vida encontrará soledad, reproches, remordimientos, desesperación, amargura y después quizá una eternidad desgraciada.

No ha sido mi intento desarrollar los temas del dolor y felicidad, sólo me he ocupado de ellos brevemente, por la relación que tienen con el pecado que desequilibra al hombre, que es el tema que nos ocupa, probando al mismo tiempo: que la infelicidad, en todos sus aspectos, no es mas que producto del pecado y que el pecado nos enferma, nos hiere y nos destruye; no sólo en lo espiritual, sino en la mas cruda realidad, alterando todo nuestro ser, y alterando el orden del Universo según aquello de San Pablo: "La Creación fue sometida a la Vanidad.... sabemos que la creación entera lanza un gemido universal" (Rom. VIII, 19-22).

Porque toda la armonía, todo el orden y, en consecuencia, toda realización del hombre, sea temporal, o sea eterna, están sabiamente vinculados a su origen y a su fin; "de Dios vengo y a Dios voy". ¡Verdad absoluta e inobjetable que surge con el mismo despertar del hombre!

Por ello, todo lo dicho en esta sencilla publicación seria incompleto si no volviéramos nuestros ojos a quien es el ALFA Y el OMEGA, Principio Y fin. Objeto de nuestra existencia, para suplicarle que nos ilumine con su luz, nos robustezca con su fortaleza y nos inflame con su Caridad, que es el verdadero amor, y así lograr nuestro verdadero fin temporal y eterno.


SOR CLOTILDE GARCÍA ESPEJEL, E.D.

Desequilibrio del hombre por el pecado (cont).

ORIGEN DEL PECADO.

El origen del pecado lo encontramos en el Pecado de nuestros Primeros Padres.

Todos los Católicos sabemos y así lo creemos que Dios creó a Adán y Eva de la nada: "formó pues, el Señor Dios al hombre del lodo de, la tierra, inspiróle en el rostro un soplo o espíritu de vida y quedó hecho el hombre viviente con alma racional" (Gen. II,7).

Dijo así mismo el Señor: no es bueno que el hombre esté sólo: hagámosle ayuda y compañía semejante a él. "Por lo tanto el Señor Dios hizo caer sobre Adán un profundo sueño, y mientras estaba dormido le quitó una de las costillas y llenó de carne aquel vacío y de la costilla que el Señor Dios le había quitado a Adán, formó una mujer: la cual puso delante de Adán" (Gen. II,18,21,22).

Eran, dice San Juan Crisóstomo como dos ángeles revestidos de cuerpo. Sujetábase su carne al espíritu, sin la menor repugnancia.

Dios crea a Adán y a Eva en estado de Gracia, que significa vivir en la Gracia Santificante, en Amistad con Dios. Además les regaló Dones preternaturales: ciencia infusa, Inmunidad, inmortalidad, etc. y dones naturales: salud, belleza, inteligencia ...

Por tanto Adán y Eva, eran dueños de si mismos, tenían armonía y equilibrio en su ser y en su voluntad y estas facultades eran movidas por la Gracia. Lo cual, entre todas las criaturas, después de los Ángeles, los hacía superiores. Nuestros Primeros Padres dominaban, en el sentido correcto y bajo la voluntad de Dios, a todas las demás criaturas.

Pero llegó el Demonio lleno de envidia. Dios había impuesto un precepto a nuestros Primeros Padres: "De todos los árboles puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comas ciertamente morirás" (Gen. II, 16,17).

Y, a pesar de la infinita generosidad de Dios, de la plena advertencia del Señor y del estado de su alma que era realmente extraordinario quisieron, ser dioses y perdieron al mismo y verdadero Dios.

"Si coméis del árbol del bien y del mal seréis como dioses", les dijo el Diablo.

Y pronto se dieron cuenta del engaño; aquel equilibrio, aquella armonía ya se había perdido, y peor aún, cuando fueron lanzados del Paraíso por la voluntad justa de Dios. Después del calor del paraíso, tuvieron que naufragar en un mundo desconocido, sólo y vacio.

Los dos, Adán y Eva, perturbaron el orden establecido por Dios y cometieron el pecado voluntariamente. Fue un pecado muy grave, no solo por el pecado en sí, sino porque, viviendo la Vida de la Gracia y sin inclinación al mal, desobedecen a Dios y quieren ser como El. ¡Gran
 pecado de soberbia!

Y fue tan grave el pecado que lo heredó a la humanidad de todos los tiempos, y, aunque el pecado lo borra el bautismo, Gracia que Cristo nos ganó con la Redención, queda la concupiscencia efecto del pecado.

Escuchemos al Concilio de Trento: "Adán pecó y con su pecado no sólo se perjudicó a sí mismo, sino a toda su descendencia. Para sí y para su estirpe perdió aquella santidad (Gracia Santificante) y dones extraordinarios: (inmortalidad, integridad, Ciencia infusa) con que Dios le adornara al crearlo. Que en fin no sólo hemos heredado de Adán estas desgracias, sino su mismo pecado, que también a nosotros se nos imputa como propio, pero aunque de distinta manera. En Adán el Pecado Original (originante le llaman los teólogos), es personal, cometido por un acto físico de su voluntad; en nosotros (pecado originado, como dice la Teología) es pecado también propio, pero habitual "mancha de pecado" que Dice Santo Tomás" (cf F 102, 175, 189, 792).

"Por lo tanto así como por un solo hombre entró el pecado en este mundo, y por el pecado la muerte; así la muerte se fue propagando en todos los hombres, porque todos pecaron" (Rom. IV, 12).

Para aquellos que tenemos Fe es verdaderamente inquietante y conducente a una profunda meditación, el ver lo grave del pecado.

Eso se repite en la humanidad, que queriendo ser como Dios ha naufragado.

¿Qué es la concupiscencia? La tendencia al placer, al gozo de los sentidos, sin ocuparse de ver si es bueno o malo o sabiéndolo, prefiere el mal a cambio del placer.

El triunfo del hombre consiste en aplastar la concupiscencia, pisotear la concupiscencia y elevarse a lo sublime que es el dominio de los sentidos, a través del entendimiento y la voluntad, y estos sostenidos e iluminados por la Gracia, elevándose así, a vivir la Vida sobrenatural, para lo que hemos sido llamados.

Esta es la verdadera felicidad.

Después de este breve paso por el pecado cabe preguntarnos: ¿Por qué tanto dolor, tanta soledad, tanta desesperación, tanta injusticia, tanta amargura?

Es el mismo hombre el dueño de su vida y de su historia. Así como de su porvenir: Es la humanidad la que se ha forjado este mundo de traición. Inestabilidad y dolor.

Este caos que vivimos es la resultancia del abuso del libre albedrío, del cual hace mal uso el hombre dando rienda suelta a la concupiscencia, huella indeleble del pecado original.

Procede como quiere y no como debe, quiere ser mas que el mismo Dios desbarrando, al desorden.

Si el hombre cumpliera la Voluntad de Dios, indudablemente que nuestro paso por este valle sería mas cielo que tierra y se prepararía para lograr una eternidad feliz.

Todo lo creado tiene leyes; sin ellas no habría orden ni conservación. Sin embargo, y dicho con tristeza, contemplamos que, mientras el Reino Animal, el Vegetal y el Mineral cumplen esas leyes; no así el hombre, quien parece destinado a destruir la armonía de su ser y de todos los seres creados, trastornando su propio camino, el de la familia, el de la sociedad y todo lo circunstante y concurrente. Cuando nuestros primeros Padres pecaron, al instante sintiéronse desnudos y corrieron a cubrirse con una hojas. Esto que parece intrascendente para todo el mundo, no lo es para la exégesis la cual señala allí el brotar de la concupiscencia 
que engendra alteración, desorden: ya el fiel de la balanza se había roto y nacía el desequilibrio, no sólo para nuestros Padres, sino para todos los seres humanos venideros, en todos los órdenes, los tiempos y los espacios.

Dios, en cambio, quedaba inmutable en todo su ser omnipotente y eterno.

El pecado de Adán y Eva, raíz de millones y millones de pecados y causa de enorme desequilibrio del universo, tendría que ser largamente explicado; pero tomando en cuenta la pequeñez de este folleto, solo diremos que su gravedad fue de tal magnitud que hubo la necesidad de que bajara a la tierra el mismo Dios, tomara cuerpo humano, viviera, sufriera y muriera como un malhechor, para reparar el orden de la Justicia Divina, y de ese modo, el hombre tuviera oportunidad de luchar por recobrar el Cielo. Sus consecuencias son tan funestas que bastaría leer y releer la Historia de la Salvación en la Sagrada Escritura, así como la Historia de la Iglesia y en seguida o, al mismo tiempo, contemplar a nuestro mundo presente para concluir las fatales consecuencias: pecado, enfermedades, pobreza, angustia, soledad, martirio, etc. ¿Y qué decir de tantísimas almas precipitadas al Infierno?

Y si eso dió por resultado el pecado original, preguntémonos: ¿Qué habrá sucedido desde Caín y Abel, hasta el momento presente? Si nos pasaran una película de todos los pecados de la humanidad, desde entonces, hasta hoy, caeríamos muertos posiblemente, de la Impresión de contemplar de lo que es capaz el hombre. Sin embargo, sin película alguna, vive uno mudo de la sorpresa que nos causa lo que hoy descubrimos, con respecto a la maldad.

Sigamos pues considerando el proceso del pecado y las consecuencias en el que lo comete:

Lógico: Peco, ofendo a Dios; ofendo a Dios, desobedezco sus Leyes; desobedezco sus Leyes, altero el orden; al alterar el orden me desequilibro a mí mismo y, como consecuencia, a la sociedad y a la naturaleza. Este desequilibrio constituye para mí mi propio castigo y si a tiempo no reflexiono y enderezo la brecha me llega el infierno. Dios creador, impone Leyes para el orden y la armonía de la Creación, no injustas sino hechas para lograr la felicidad del hombre, en todas las cosas en esta vida y en la otra, y así alcanzar la finalidad que es glorificar a Dios y poseer la paz. Pero el hombre quebranta esas Leyes, con ello desobedece a Dios, rompe su armonía y consecuentemente su felicidad: se inicia el naufragio, se perturba la
 paz, todo se convierte en desdicha y la vida se transforma en un castigo. Proceso lógico del pecado, mas como nuestra vida no es solamente natural y todo va engarzando, mejor dicho fundido en una unidad, se pierde la gracia, se opaca la Fe, la desdicha es mayor, y si se continua en ese estado, y así se muere le sorprenderá al pecador, la llegada al Infierno.

¿Peco?, Me rebelo contra Dios. 
¿Me rebelo contra Dios?, Pisoteo las Leyes.
¿Pisoteo las leyes?, Rompo mi armonía.
¿Rompo mi armonía?, Ya no soy feliz.
¿Ya no soy feliz? me desespero, caigo en la soledad, en el vacío, y ya no se hacer feliz al prójimo.

Entonces busco mayores y peores placeres para ahogar remordimientos y "llenar" vacíos.

En esas condiciones, ¿A quien se puede hacer feliz? a nadie, pero sí participarle la desdicha. Nacimos para Dios, pues de El venimos y nada: ni lo mejor, ni más bueno podría llenar de dicha el corazón del hombre, si no está su Creador.

Por eso la humanidad sin Dios se derrumba, y, buscando equivocadamente a Dios, encuentra a su dios.

Piensen los hombres como piensen, y digan por conveniencia lo que digan, esto es así y no de otra manera.

Dios, infinito en toda perfección, perfecto en sí mismo, perfecto en sus obras, es también perfecto en la sentencia y no ha de extrañamos que haya un infierno para aquellos que, de uno u otro modo, se obstinan en hacer daño y vivir libertinarnente. Si no, aquellos que vivieron según la Ley de Dios, se sacrificaron, vivieron en armonía y gracia, ¿tendrán el mismo premio o castigo que los otros?

Dios es Padre, pero sabe serlo.

martes, 13 de mayo de 2014

Desequilibrio del hombre por el pecado (cont).

Clasificación del culto Católico:

- Culto Interno: el que rendimos a Dios interiormente 
- culto externo: el que manifestamos hacia fuera 
- culto público o litúrgico: la Santa Misa, los Sacramentos, el Oficio Divino.
- culto privado: no litúrgico, por ejemplo la religiosidad popular 
- culto de Latría o adoración y que se le rinde únicamente a Dios 
- culto de hiperdulía o especial veneración que es el que rendimos exclusivamente a la Santísima Virgen, pero que es diferente e inmensamente inferior al del que se le da a Dios. A Dios se le adora, a la Santísima Virgen se le da especial veneración 
- culto de protodulía es decir de primera veneración, antes que a todos los santos y sólo 
inferior al de la Santísima Virgen. Este culto corresponde a San Jose 
- y culto de dulía es el que se da a todos los santos y a los Ángeles.

Pecados contra el Primer Mandamiento que quebrantan la Virtud de la Religión:

La Superstición.- milagros o reliquias falsas, ceremonias de otra religión. Usos y oraciones contrarias a la Doctrina Católica y prácticas de la Iglesia. Rezar oraciones o emplear objetos benditos para obtener un fin gravemente pecaminoso, inventar falsos milagros, o imágenes aparecidas, para explotar a los incautos. 

La idolatría.- culto de adoración a dioses falsos, y que sólo corresponde al Dios Verdadero. Advertimos que el culto de Latría no es el de idolatría, pues el de idolatría es una degeneración del culto de Latría, que es adoración al Dios único y verdadero.

La magia.- que la usan para obtener efectos extraordinarios 

- el maleficio para lograr situaciones maléficas 

- el espiritismo.- que es el arte de comunicarse con el demonio, aunque ellos dicen que con los muertos 

- el hipnotismo.- que produce un sueño artificial en el cual la persona hipnotizada, obedece al hipnotizador, 

- el que cree en los sueños dándoles un carácter cierto y sobrenatural;

- creencia en los agüeros: días desgraciados, como martes 13, mariposas negras que traen desgracias, talismanes, amuletos, mascotas, el horóscopo ...

La brujería blanca y negra, tan pecaminosa una como la otra, pues ambas tienen al demonio y desprecian a Dios.


Algo gravísimo es encontrar en el mundo actual la irreligiosidad:

Impiedad.- el desprecio de las cosas sagradas, tentar a Dios, es querer por hechos o palabras, poner a prueba algún atributo de Dios, 

Sacrilegio.- profanación de una persona, lugar o Cosa sagrada.

Todos estos pecados, y más todavía, se encuentran resumidos de manera elegante, dolosa, ladina y fétida en la "Nueva Era" la cual se ha dividido voluntariamente y con distintos nombres, diferentes apariencias, mezclando sus mentiras, con nuestras verdades y van engañando así a los que dejando al verdadero Dios, se han acogido al Padre de la mentira.

En toda esta lista de pecados que transgreden la Ley de Dios, directamente contra la virtud de la Religión, está el demonio.

Después de tan largas consideraciones sobre el Primer Mandamiento, y haciendo personalmente una exhaustiva reflexión preguntémonos: ¿De qué lado estoy yo?

Y, yo pregunto: a) ¿Amará ,a Dios y a su prójimo el amancebado, el adultero, el vicioso, el padre que tolera los pecados de los hijos, los que propagan y usan los anticonceptivos, los que invitan y conducen al aborto, así como aquellas que abortan? ¿El secuestro, el asalto, el crimen, la venganza, el suicidio la eutanasia, serán fruto del Amor de Dios y que se derrama en el prójimo? Y, ¿cómo podemos considerar la defraudación del gobierno al pueblo, hasta dejarlo en la miseria, y los sindicatos, y las huelgas injustas, y las injusticias de pobres y ricos, y la retención del salario, el trabajo fraudulento que no desquita lo que gana: los contratos no cumplidos, la falsificación de documentos, las invasiones ilegales de predios ajenos ¿sera porque aman mucho a Dios y a su prójimo?

El odio la venganza, el rencor, las trampas, los fraudes, los robos, los latrocinios, el chantaje, las calumnias, las difamaciones, ¿serán manifestaciones de una práctica perfecta del Amor a Dios y al prójimo?

Y, ¿qué decir de la tolerancia en el hogar, a todos los pecados, los escándalos públicos, las inmoralidades al extremo y a toda hora, de la perversa y podrida televisión y de todos los medios de comunicación, incluyendo su nota roja? ¿Los ejemplos de violaciones, de crímenes, de lujuria y de una lujuria incontenibles? Indudablemente que es porque todos acatando el Primer Mandamiento aman a Dios y a su prójimo ...

Los desnudismos desatados, escandalosos, corrupción de menores, la pornografía, la complicidad, el robo de infantes, madres solteras, hijos abandonados, mujeres libertinas, ¿verdad que aman a Dios y al prójimo?

Y el satanismo, el sacrilegio, las diabólicas y degradantes discotecas, complicidades, el robo de infantes, ¿todo ello por el cumplimiento de los Mandamientos de la Ley de Dios y del gran Amor al prójimo ...?

La inconsciencia en todos los niveles, la irresponsabilidad, el desprecio y abandono a los ancianos, sean o no parientes, el chantaje, la avaricia, la envidia, el pillaje ¿Será porque los invade un gran amor a Dios y al prójimo?

Y la idolatría, el sacrilegio, la superstición, el espiritismo, la hechicería, el dejar su Religión para pasarse a una secta ¿serán fruto del gran amor a Dios y al prójimo?

Las matanzas internacionales, disfrazadas de guerra, genocidios por venganza personal, ¿serán por amor a Dios y al prójimo?

Escribiendo esto, me horrorizo de contemplar lo asqueroso del mundo y, eso que me he quedado corta.

Todo este panorama que parece de un exaltado, es una triste realidad y se debe a que el mundo abandonó al verdadero Dios, y ha rechazado su Ley y su Doctrina, supliéndola por un conjunto de errores y perversidades.

Los dejo pensando. Y perdonen la forma tan cruda de manifestar el estado actual de la sociedad, pero es por amor a Dios y a las almas.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Desequilibrio del hombre por el pecado (cont).

Para entender claramente lo que es la Caridad, lo que es el verdadero Amor a Dios y al prójimo, es necesario conocer la naturaleza del Amor que Dios nos pide: no confundamos el Amor de Dios y del prójimo con simples sensibilerías, nacidas de la naturaleza humana y que se exceden en ciertos temperamentos. El amor de Dios no lo constituyen ciertos deseos, afectos, caprichos inestables o ternuras muy humanas y pasajeras.

Dios suele dar esos consuelos sensibles a los que principian a amarlo o a los que en ese momento necesitan ser consolados, pero esa no es la esencia del Amor divino. 

El Amor mandado por Dios, no es un Amor sensible, Dios quiere un Amor de predilección y un Amor práctico.

El Amor de predilección como el concepto lo dice, es preferir a Dios en todo nuestro ser; con alma, vida y corazón.

El verdadero Amor es: "el Amor de Dios llevado hasta el desprecio de nosotros mismos" (San Agustín).

Amar a Dios sobre todo y amar, en Dios, por Dios y para Dios al prójimo es el verdadero amor: Enséñame una alma que ame a Dios sobre todas las creaturas, no sólo de querer o de afecto; sino que ese amor lo haga práctico: prefiriendo a Dios antes que a su propio querer, que a sus comodidades, que rompa con su yo, para no ofender a Dios y esa alma no necesita de sentimientos o expresiones temperamentales, pues encontrará a Dios con toda claridad.

Porque el Amor de Dios no depende de los estados de ánimo, el Amor de Dios en los mejores o peores momentos, está ya marcado por la Ley del Amor: vivir la Ley de Dios es cumplir su voluntad y eso, es amarlo. 

"El que me ama guardará mis Mandamientos y mi Padre le amará y vendremos y en él haremos morada" (S. Juan 16).

Por tanto todo cristiano, deberá vivir en la disposición de no permitir que creatura alguna lo haga romper con la Amistad divina, contando siempre, con la ayuda de Dios y de su Gracia.

"El Amor hace cosas grandes cuando existe de verdad; si no hace nada, señal que no existe el Amor". Bellísima expresión de San Gregorio y con la cual descubriríamos si nosotros amamos en verdad a Dios.

Y ahora escuchemos a San Agustín: "La prueba del Amor son las obras. El Amor tiene su fisonomía, tiene unos ojos que se elevan sobre la tierra y andan por arriba buscando al amado; tiene unos oídos que escuchan gustosamente la palabra de Dios; tiene unos pies que recorren los caminos del bien; tiene unas manos que se fatigan a fuerza de practicar buenas obras".

"Asígnanse al Amor tres distintivos: pensar gustosamente en Dios, dar gustosamente a Dios y sufrir gustosamente por Dios. Dar a Dios nuestras obras y sobrellevar con gusto los sacrificios que El nos pida y nos inspire".

Y para que esto quede grabado en nuestro corazón: "Aún cuando hablara yo todas las lenguas de los hombres y el lenguaje de los Ángeles... aunque tuviera el don de profecía y penetrara todos los misterios y poseyera todas las ciencias; aunque tuviera toda la fe de manera que trasladase los montes, no teniendo Caridad, soy nada" (I Cor. XIII, 1).

Y, otra vez el amante San Agustín: para él, el Amor de Dios es el resumen de toda la formación cristiana y dice: Dos Amores han formado dos ciudades; el Amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, ha edificado la Ciudad de Dios".

Y "No se haga como yo quiero, sino como Tú quieres" (Mat. XXVI, 34).

Mas no podemos decir que amamos a Dios, si no amamos al prójimo: "El que dice que ama a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso, pues cómo va a amar a Dios, a quien que no ve, si a su prójimo a quien ve, no lo ama" (I San Juan 4, 20).

Estamos obligados a amarlo, porque así lo ordena Cristo, porque todo hombre es hijo de Dios y porque sólo en el Amor verdadero a los otros, podremos fincar nuestra felicidad temporal y eterna. "En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros como yo os he amado".

Nuestro amor al prójimo ha de ser sobrenatural, para que sea justo y universal; sincero y eficaz, siempre desinteresado: "Obrad con los demás como queréis que obren con vosotros.

Incluso amar a los enemigos, pues ninguna gracia hace el que sólo ama a los amigos. Amemos a los enemigos no con un amor sensible e insensato; sino orando por ellos, perdonando de corazón, deseando para ellos lo mejor y si hubiere que servirles, por alguna circunstancia, realizarlo con verdadera caridad.
Sin embargo, si no es necesario y tales enemigos son peligrosos, huir de ellos.

La Caridad es completa y eficaz, cuando se fundamenta en Dios y por Dios, se practica en nuestros prójimos, la sana enseñanza de la Iglesia: Las Obras de Misericordia son catorce, siete espirituales y siete corporales: 

Las espirituales: 
- enseñar al que no sabe 
- dar buen consejo al que lo necesite 
- corregir al que yerra 
- perdonar las injurias 
- consolar al triste 
- sufrir con paciencia las flaquezas de nuestros prójimos 
- rogar a Dios por los vivos y por los muertos.

Las Corporales son las siguientes: 
- visitar a los enfermos 
- dar de comer al hambriento 
- dar de beber al sediento 
- visitar a los cautivos
- vestir al desnudo 
- dar posada al peregrino
- enterrar a los muertos.

La sapientísima Iglesia que tiene como Cabeza Invisible a Cristo Nuestro Señor y que está iluminada por el Espíritu Santo, nos presenta un maravilloso y completo programa para hacer práctico el amor a nuestros hermanos.

El que así no ama a su projimo, no diga que lo ama. Y para que el Amor no se confunda con la fría filantropía o el exhibicionismo protagónico o momentos temperamentales; tal Amor, del que hablamos, debe nacer en Dios y dirigirse a Dios.

Y así, con este bellísimo programa ha de amarse a los Padres, a los hijos, a los hermanos, a todo pariente, a los amigos y enemigos, a los esposos, a los novios...

Todo lo que así no sea, es sucia pasión carnal, egoísmo personal o absorción injusta. No querer identificar la Ley del Amor, nacida del mismo Dios, con el falso amor que nos aleja de Dios y me refiero directamente: a la erótica pasión de los amantes, de los falsos novios, de las "parejas", de los sucios homosexuales y aún de los no castos esposos.

El único y verdadero Amor está fundado en Dios y a El ha de dirigirse. 

La Virtud de la Religión. "Las virtudes teologales de la Fe, la Esperanza y la Caridad, informan y vivifican a las virtudes morales. Así la Caridad nos lleva a dar a Dios, lo que en toda justicia le debemos en cuanto criaturas. La Virtud de la Religión nos dispone a esta actitud" (Catecismo de la Iglesia Católica).

La Virtud de la Religión nos ordena rendir el culto que le es debido como Dios y Ser Supremo y, por tanto, nos prohíbe lo que vaya en contra de este culto. No es una Virtud teologal sino moral, porque no tiene por objeto directamente al mismo Dios, sino al culto que a Dios le debemos.

Desequilibrio del hombre por el pecado (cont).

TRANSGRESIONES AL PRIMER MANDAMIENTO.


Los pecados que ofenden directamente a Dios, cuando se quebranta el Primer Mandamiento, son los pecados contra las Virtudes Teologales de la Fe, la Esperanza y la Caridad; así como contra la virtud de la Religión.

De manera indirecta, pero real, el pecador ofende a Dios cuando rompe con cualquiera de los otros nueve Mandamientos; ya que el pecar transgrediendo la Ley de Dios mediante cualquier pecado, contraría la voluntad de Dios y el mandato de: "Amarás a Dios sobre todas las cosas". Y nadie puede decir que ama a Dios sobre todas las cosas, si prefiere al pecado antes que a su Creador.

"¿Qué es amar a Dios sobre todas las cosas? Preferir perderlo todo antes que ofenderlo". Así que si prefiere el placer, el capricho, el gusto, la pasión ..., indudablemente que no se ama a Dios sobre todas las cosas.

Estudiemos los pecados que se realizan contra la Fe, la Esperanza, la Caridad y la Virtud de la Religión.

"Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su Amor. San Pablo habla de la obediencia de la Fe (Rm. 1,5), como de la primera obligación, hace ver en "el desconocimiento de Dios el principio y la explicación, de todas las desviaciones morales. Nuestro deber para con Dios es creer en El y dar testimonio de El" (Catecismo de la Iglesia Católica 2088).

"El que creyere y fuere bautizado se salvará, el que no creyere se condenará" (Mar. 16, 16).

Por lo cual es necesario, no sólo conservar la Fe, sino acrecentarla. La Iglesia, cuyo fin es conducimos al Cielo, nos marca los deberes que tenemos para con la Fe: conocerla, estudiarla, confesarla exteriormente, preservarla de peligros y darle vida creciente a través de los Sacramentos y de actos de Fe.

Pecados contra la Fe: No estudiarla, no profesarla, no vivir de acuerdo con lo que se cree, exponerla por simple curiosidad o tentación, asistiendo a cultos contrarios; tratando personas que insisten en el error, leer doctrinas falsas, hacer comentarios equivocados ...

El que la expone cae primero en la duda, la incertidumbre, y si no se detiene a tiempo, llega voluntariamente a rodar a la incredulidad, la que conduce a la herejía y llega a la total apostasía. Así con dolor, hemos visto a muchos católicos hasta de Comunión Sacramental cotidiana, hundirse en sectas protestantes o realmente ateas, disfrazadas de cristianas.

Hemos de tener una Fe sólida, completa. Nuestra Fe no ha de creer sólo en Dios; sino en todo lo que nos ha revelado: sus Leyes, su Doctrina, los Medios de Santificación, su Culto y todo ello a través de su Iglesia fundada por Jesucristo, Dios y Hombre verdadero y quien es Cabeza de esa Iglesia asistida por el Espíritu Santo.

Una Fe a medias y sin obras, es una Fe enferma que pronto morirá.

La Virtud de la Esperanza. "Cuando Dios se revela y llama al Hombre, éste no puede responder plenamente al Amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la Caridad.

La Esperanza es, aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el Amor de Dios y de provocar su castigo" (Catecismo de la Iglesia Católica 2091).

"La Esperanza es una Virtud Sobrenatural, por la cual fundados en las promesas de Cristo, confiamos alcanzar el Cielo y los medios necesarios para obtenerlo" (Faría 458).

Los pecados contra la Esperanza son la presunción y la desesperación.

Presunción, exceso de esperanza: aquellos que presumen de no condenarse, aunque anden en el fango del pecado, otros que esperan el final de su existencia para arrepentirse; o bien, algunos que presumen de no perder la Fe, aunque anden en sectas contrarias y hasta enemigas de la Religión Católica... "Los que pecan porque Dios es bueno ..."

La presunción, como ya dijimos, es un exceso de Esperanza, y todos los excesos son malos, y decimos que es un exceso de Esperanza por ser una confianza sin fundamento: "No digas: la misericordia de Dios es grande. El me perdonará mis muchos pecados, porque tan lista está su misericordia, como lo está su ira y con ésta tiene los ojos fijos en el pecador" (Eclec. 5,6).

Desesperación: "El hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados. Se opone a la bondad de Dios, a su justicia porque el Señor es fiel a sus promesas y a su Misericordia" (Catecismo de la Iglesia Católica 2091).

La desesperación es tan grave como la presunción; las dos tienen como base la soberbia. La desesperación desconoce las promesas de Dios y su Misericordia.

Es la desesperación fuente de otros y graves pecados, entre ellos: la eutanasia, el suicidio, el crimen ...

El católico debe abandonarse en Dios, luchar por cumplir sus leyes, reconocer su nada y vivir seguro de la bondad infinita de Dios, sin presumir de ella.

"No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (Ez. 33-11).

"No he venido en busca de los justos, sino de los pecadores (Mateo 9,13).

"No necesitan médico los que están sanos, sino los que están enfermos" (Mar. 9,12).

No hemos de presumir creyéndonos omnipotentes o confiados en un "dios imperfectamente complaciente". Ni dudar del amor que Dios nos tiene aunque no lo merezcamos, sino que nos lo da porque somos sus creaturas. Entendiendo que El cumple sus promesas y nos sabe débiles y pecadores, pero nos quiere humildes, luchando siempre contra el mal.

También pecan contra la Virtud de la Esperanza, los que sin perderla totalmente, no confían de lleno, sino a medias, en su misericordia y fidelidad.

Igualmente pecan contra la Esperanza, todos aquellos y, ahora, desgraciadamente, son la mayoría, los que se despegan del Cielo y ponen su esperanza en la materia.

La Esperanza en el Cielo y el desearlo, son necesarios, para vivir estables: "Sin esperanza de recompensa no se abrazan grandes trabajos", nos dice un Padre de la Iglesia, y san Pablo: "Lo que aquí es tribulación momentánea y ligera, engendra en nosotros de maravilloso modo, un peso eterno de gloria" (II Cor. 4, 17).

La Caridad es la más excelente de todas las virtudes, ya que logra la más estrecha unión entre Dios y nosotros. La Caridad hace fácil la justificación y da vida y hace meritorias a las otras virtudes.

Cuando muramos, si llegamos al Cielo, D. M., ya no serán necesarias ni la Fe ni la Esperanza, pero sí la Caridad.

La Fe no nos será necesaria, pues contemplaremos extasiados, cara a cara, como dice San Pablo, aquel maravilloso Misterio, en que en el tiempo creímos sin ver. Y en cuanto a la Esperanza, ya tendremos en posesión aquello que esperábamos. Pero la CARIDAD, será mejor, más grande y más perfecta, porque poseeremos al Amado, cuyo Amor no guarda límites, aquel, por quien en la tierra, luchamos para alcanzar. "El que no ama a Dios en esta vida, nunca más le vuelve a amar" Dice un precioso canto antiguo, que yo aprendí en el año de mi inolvidable Noviciado.