ERRORES
MODERNOS.
(Encíclica “Humani
Generis”)
Pío XII
20. – Este
lenguaje puede parecer elocuente pero no carece de falacia. Pues es verdad que
los Romanos Pontífices en general conceden libertad a los teólogos en las
cuestiones disputadas entre los más acreditados doctores: pero la historia
enseña que muchas cuestiones que en un tiempo fueron objeto de libre discusión,
no pueden ya ser discutidas.
21. – Ni hay
que creer que las enseñanzas de las Encíclicas no exijan de suyo el
asentimiento, por razón de que los Romanos Pontífices no ejercen en ellas la
suprema potestad de su Magisterio. Pues son enseñanzas del Magisterio ordinario,
del cual valen también aquellas palabras: <El que a vosotros oye, a Mi me oye>; y la mayor parte de las
veces, lo que se propone e involucra en las Encíclicas, ya por otras razones
pertenece al patrimonio de la doctrina católica. Y si los Sumos Pontífices en
sus constituciones de propósito pronuncian una sentencia en materia disputada,
es evidente que, según la intención y voluntad de los mismos Pontífices, esa
cuestión no se puede tener ya como de libre discusión entre los teólogos.
22. – Es
también verdad que los teólogos deben siempre volver a las fuentes de la
revelación; pues a ellos toca indicar de qué manera <Se encuentra explícita o implícitamente> en la Sagrada Escritura
y en la divina Tradición, lo que enseña el Magisterio vivo. Además, las dos
fuentes de la doctrina revelada contienen tantos y tan sublimes tesoros de
verdad, que nunca realmente se agotan. Por eso con el estudio de las fuentes
sagradas se rejuvenecen continuamente las sagradas ciencias; mientras que, por
el contrario, una especulación que deje ya de investigar el depósito de la fe,
se hace estéril, como vemos por experiencia. Pero esto no autoriza a hacer de
la teología, aun de la positiva, una ciencia meramente histórica. Porque, junto
con esas sagradas fuentes, Dios ha dado a su Iglesia el Magisterio vivo, para
ilustrar también y declarar lo que en el depósito de la fe no se contiene más
que oscura y como implícitamente. Y el Divino Redentor no ha confiado la
interpretación auténtica de este depósito a cada uno de los fieles ni aun a los
teólogos, sino sólo al Magisterio de la Iglesia. Y si la Iglesia ejerce este su
oficio (como con frecuencia lo ha hecho en el curso de los siglos, con el
ejercicio ya ordinario ya extraordinario del mismo oficio), es evidentemente
falso el método que trata de explicar lo claro por lo oscuro; antes es menester
que todos sigan el orden inverso. Por lo cual Nuestro Predecesor de inmortal
memoria Pío IX, al enseñar que es deber nobilísimo de la teología el mostrar
cómo una doctrina definida por la Iglesia se contiene en las fuentes, no sin
grave motivo añadió aquellas palabras: <con
el mismo sentido con que ha sido definida por la Iglesia>.
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