Para entender claramente lo que es la Caridad, lo que es el verdadero Amor a Dios y al prójimo, es necesario conocer la naturaleza del Amor que Dios nos pide: no confundamos el Amor de Dios y del prójimo con simples sensibilerías, nacidas de la naturaleza humana y que se exceden en ciertos temperamentos. El amor de Dios no lo constituyen ciertos deseos, afectos, caprichos inestables o ternuras muy humanas y pasajeras.
Dios suele dar esos consuelos sensibles a los que principian a amarlo o a los que en ese momento necesitan ser consolados, pero esa no es la esencia del Amor divino.
El Amor mandado por Dios, no es un Amor sensible, Dios quiere un Amor de predilección y un Amor práctico.
El Amor de predilección como el concepto lo dice, es preferir a Dios en todo nuestro ser; con alma, vida y corazón.
El verdadero Amor es: "el Amor de Dios llevado hasta el desprecio de nosotros mismos" (San Agustín).
Amar a Dios sobre todo y amar, en Dios, por Dios y para Dios al prójimo es el verdadero amor: Enséñame una alma que ame a Dios sobre todas las creaturas, no sólo de querer o de afecto; sino que ese amor lo haga práctico: prefiriendo a Dios antes que a su propio querer, que a sus comodidades, que rompa con su yo, para no ofender a Dios y esa alma no necesita de sentimientos o expresiones temperamentales, pues encontrará a Dios con toda claridad.
Porque el Amor de Dios no depende de los estados de ánimo, el Amor de Dios en los mejores o peores momentos, está ya marcado por la Ley del Amor: vivir la Ley de Dios es cumplir su voluntad y eso, es amarlo.
"El que me ama guardará mis Mandamientos y mi Padre le amará y vendremos y en él haremos morada" (S. Juan 16).
Por tanto todo cristiano, deberá vivir en la disposición de no permitir que creatura alguna lo haga romper con la Amistad divina, contando siempre, con la ayuda de Dios y de su Gracia.
"El Amor hace cosas grandes cuando existe de verdad; si no hace nada, señal que no existe el Amor". Bellísima expresión de San Gregorio y con la cual descubriríamos si nosotros amamos en verdad a Dios.
Y ahora escuchemos a San Agustín: "La prueba del Amor son las obras. El Amor tiene su fisonomía, tiene unos ojos que se elevan sobre la tierra y andan por arriba buscando al amado; tiene unos oídos que escuchan gustosamente la palabra de Dios; tiene unos pies que recorren los caminos del bien; tiene unas manos que se fatigan a fuerza de practicar buenas obras".
"Asígnanse al Amor tres distintivos: pensar gustosamente en Dios, dar gustosamente a Dios y sufrir gustosamente por Dios. Dar a Dios nuestras obras y sobrellevar con gusto los sacrificios que El nos pida y nos inspire".
Y para que esto quede grabado en nuestro corazón: "Aún cuando hablara yo todas las lenguas de los hombres y el lenguaje de los Ángeles... aunque tuviera el don de profecía y penetrara todos los misterios y poseyera todas las ciencias; aunque tuviera toda la fe de manera que trasladase los montes, no teniendo Caridad, soy nada" (I Cor. XIII, 1).
Y, otra vez el amante San Agustín: para él, el Amor de Dios es el resumen de toda la formación cristiana y dice: Dos Amores han formado dos ciudades; el Amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, ha edificado la Ciudad de Dios".
Y "No se haga como yo quiero, sino como Tú quieres" (Mat. XXVI, 34).
Mas no podemos decir que amamos a Dios, si no amamos al prójimo: "El que dice que ama a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso, pues cómo va a amar a Dios, a quien que no ve, si a su prójimo a quien ve, no lo ama" (I San Juan 4, 20).
Estamos obligados a amarlo, porque así lo ordena Cristo, porque todo hombre es hijo de Dios y porque sólo en el Amor verdadero a los otros, podremos fincar nuestra felicidad temporal y eterna. "En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros como yo os he amado".
Nuestro amor al prójimo ha de ser sobrenatural, para que sea justo y universal; sincero y eficaz, siempre desinteresado: "Obrad con los demás como queréis que obren con vosotros.
Incluso amar a los enemigos, pues ninguna gracia hace el que sólo ama a los amigos. Amemos a los enemigos no con un amor sensible e insensato; sino orando por ellos, perdonando de corazón, deseando para ellos lo mejor y si hubiere que servirles, por alguna circunstancia, realizarlo con verdadera caridad.
Sin embargo, si no es necesario y tales enemigos son peligrosos, huir de ellos.
La Caridad es completa y eficaz, cuando se fundamenta en Dios y por Dios, se practica en nuestros prójimos, la sana enseñanza de la Iglesia: Las Obras de Misericordia son catorce, siete espirituales y siete corporales:
Las espirituales:
- enseñar al que no sabe
- dar buen consejo al que lo necesite
- corregir al que yerra
- perdonar las injurias
- consolar al triste
- sufrir con paciencia las flaquezas de nuestros prójimos
- rogar a Dios por los vivos y por los muertos.
Las Corporales son las siguientes:
- visitar a los enfermos
- dar de comer al hambriento
- dar de beber al sediento
- visitar a los cautivos
- vestir al desnudo
- dar posada al peregrino
- enterrar a los muertos.
La sapientísima Iglesia que tiene como Cabeza Invisible a Cristo Nuestro Señor y que está iluminada por el Espíritu Santo, nos presenta un maravilloso y completo programa para hacer práctico el amor a nuestros hermanos.
El que así no ama a su projimo, no diga que lo ama. Y para que el Amor no se confunda con la fría filantropía o el exhibicionismo protagónico o momentos temperamentales; tal Amor, del que hablamos, debe nacer en Dios y dirigirse a Dios.
Y así, con este bellísimo programa ha de amarse a los Padres, a los hijos, a los hermanos, a todo pariente, a los amigos y enemigos, a los esposos, a los novios...
Todo lo que así no sea, es sucia pasión carnal, egoísmo personal o absorción injusta. No querer identificar la Ley del Amor, nacida del mismo Dios, con el falso amor que nos aleja de Dios y me refiero directamente: a la erótica pasión de los amantes, de los falsos novios, de las "parejas", de los sucios homosexuales y aún de los no castos esposos.
El único y verdadero Amor está fundado en Dios y a El ha de dirigirse.
La Virtud de la Religión. "Las virtudes teologales de la Fe, la Esperanza y la Caridad, informan y vivifican a las virtudes morales. Así la Caridad nos lleva a dar a Dios, lo que en toda justicia le debemos en cuanto criaturas. La Virtud de la Religión nos dispone a esta actitud" (Catecismo de la Iglesia Católica).
La Virtud de la Religión nos ordena rendir el culto que le es debido como Dios y Ser Supremo y, por tanto, nos prohíbe lo que vaya en contra de este culto. No es una Virtud teologal sino moral, porque no tiene por objeto directamente al mismo Dios, sino al culto que a Dios le debemos.
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