CONSAGRACIÓN A LA TRINIDAD
Por las manos de María,
En unión con el verbo
Encarnado,
Me ofrezco como Hostia de la
Trinidad.
He aquí, por fin, el ACTO DE CONSAGRACIÓN A LA TRINIDAD,
razón de ser y punto de convergencia de todas las páginas de este opúsculo,
cuyo fin ha sido ayudar a las almas a consagrarse ellas mismas a la Trinidad,
en la plena conciencia de su bautismo. Cada uno, según sus propias aspiraciones
y sus propias necesidades, debe recitar la ofrenda a la Trinidad, la que,
vivida, cada día, debiera encaminarla hacia la florescencia de su gracia
bautismal, es decir hacia la más alta santidad.
Esta consagración como HOSTIA DE LA TRINIDAD debe quedar EN
LA MÁS PURA LÍNEA DEL BAUTISMO. Aquí esta lo capital. El día más oportuno para
lo consagración es el aniversario del propio bautismo. Interesa sin embargo
renovarla frecuentemente, no sólo en la fiesta de la Santísima Trinidad, sino
cada vez que se asiste a la Santa Misa, cuando, al Ofertorio, el Sacerdote
murmura: “Suscipe Sancta Trinitas", y, mejor aún, en la Consagración,
cuando la Iglesia eleva silenciosamente hacia Dios al Crucificado realmente
presente, SACERDOTE Y HOSTIA DE LA TRINIDAD.
Se observará en ella la preocupación primordial de hacer
pasar la más sublime vida mítica por el eje necesario de las virtudes
cristianas: fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
La santidad cristiana no es más que el heroísmo de las
virtudes.
Acto de consagración a la Trinidad
Oh silenciosa y beatificante Trinidad, suprema fuente de
luz, de amor y de inmutable paz, todo está ordenado a la alabanza de vuestro
nombre, en el cielo, sobre la tierra y hasta en los infiernos.
PARA UNIRME A LA INCESANTE ALABANZA DEL VERBOS, QUE SUBE A
VOS DESDE LAS PROFUNDIDADES DEL ALMA DE CRSITO, ME OFREZCO A TRAVÉS DE ÉL, Y EN ÉL A IMITACIÓN DE LA VIRGEN DE LA
ENCARNACIÓN Y POR SUS MANOS PURÍSIMAS. COMO HOSTIA DE LA TRINIDAD.
PADRE AMADÍSIMO, la gracia del bautismo me ha convertido en
hijo vuestro. Cobijadme. Que ninguna falta voluntaria venga a ensombrecer, ni
ligeramente siquiera, la pureza de mi alma; sino que mi vida se eleve a Vos,
cada día más y más fiel, en el abandono filial y sin límites del hijo que se
sabe amado por la ternura de un Padre todopoderoso.
OH VERBO, pensamiento Eterno de mi Dios, Figura de su
Substancia y Esplendor de su gloria, no quiero más luz que Vos. Iluminad con
vuestra Luz de vida mis tinieblas. Que yo marche, firme en la fe, cada vez más
dócil a las iluminaciones de vuestra sabiduría, de vuestra inteligencia y de
vuestra ciencia, en espera del día en que toda otra luz se desvanecerá ante la fulgurante claridad de
vuestro rostro divino.
ESPÍRITU SANTO, que unís al Padre y al Hijo en una
felicidad sin fin, enséñame a vivir todos los instantes y a través de todas las
cosas en la intimidad de mi Dios, consumada más y más en la unidad de la
Trinidad. Sí, por encima de todo, dadme vuestro Espíritu de amor para animar
con vuestra santidad hasta los menores actos de vida, a fin de que yo sea en
verdad en vuestra Iglesia, para la redención de las almas y la gloria del
Padre, UNA HOSTIA DE AMOR EN ALABANZA DE LA TRINIDAD.
PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO, Trinidad ardiente y creadora,
que conducís a todos los seres del universo con fuerza y suavidad hacia los
eternos destinos, asociadme a la fecundidad de vuestra acción. Dadme un alma de
Cristo Redentor.
Que mi vida se desarrolle enteramente EN EL PLAN DE LA
REDENCIÓN con la conciencia plena de que a través de los más minúsculos
detalles de una existencia humana se realizan vuestros eternos designios. Que a
la luz de vuestras inspiraciones y con el apoyo de vuestra gracia, yo escoja
ser, en el lugar en que Vos me habéis colocado, redentor con Cristo,
colaborador con Él en la acción maravillosamente fecunda de vuestra Trinidad en
el mundo.
Que todos mis actos estén impregnados de vuestra JUSTICIA
que salvaguarda, ante todo, los derechos de Dios, para que sea Él, el “primero
servido”, en todas las circunstancias. Que todos mis actos estén animados de
ese sentimiento fraternal para con todos los hombres que da a cada uno lo que
le es debido, más con la sonrisa de la caridad, como conviene a los hijos de un
Padre común que a todos nos espera en los cielos.
Dadme una invencible FORTALEZA de alma. Que mi amor a Vos
sea más fuerte que la muerte. Que jamás vacile mi voluntad ante el deber. Que
nada enfrié mi ardor en vuestro servicio. Inspiradme la audacia de las grandes
empresas y dadme la fuerza de realizarlas, si es necesario hasta el martirio,
para la mayor gloria de vuestro nombre.
Os pido un ALMA CON LIMPIEZA DE CRISTAL, digna de ser un
templo vivo de la Trinidad. Dios santo, guarda mi alma junto a Cristo, en la
unidad, con todo su poder de amar, ávida de comulgar sin cesar con infinita
pureza. Que ni alma atraviese este mundo corrompido, santa e inmaculada en el
amor, en vuestra sola presencia, bajo vuestra sola mirada, sin la menor mancha
que venga a ensombrecer en ella el brillo de vuestra dicha.
Y Vos, OH VIRGEN
PURISÍMA, Madre de Dios y del Cristo total, que cada día tenéis la misión
esencial de entregar a Jesús al mundo, PLASMAD EN MI UN ALMA DE CRISTO. Que yo
pueda, asociado como Vos a todos los sentimientos del Verbo encarnado, expresa
a Cristo en cada uno de mis actos ante los ojos del Padre.
Como Vos yo quiero ser hostia por la Iglesia, amándola
hasta dar mi vida por Ella, amándola con el mismo amor que Cristo.
Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo,
unidme en la medida en que sea capaz mi alma, al misterio de vuestra propia vida
identificada con la de Cristo. Sois el modelo de toda santidad, después de
Cristo; el ideal de todas las almas que quieren ser en la Iglesia, para la
redención del mundo y la mayor gloria de Dios, hostias de la Trinidad.
Después de este mundo
que pasa, cuando se hayan desvanecido para mí las sombras de esta tierra, que
mi vida de eternidad transcurra en la faz de la Trinidad, en la incesante
alabanza de gloria de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
R.P. M.M. PHILIPPON, O.P.
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