LA JERARQUIA DE LOS VALORES
POR SOR
CLOTILDE GARCÍA ESPEJEL, E.D.
La vida
es un don de Dios, el mayor de sus dones bastarianos unos segundos de reflexión
para comprobar que sin esta naciente y terrena vida, no alcanzaríamos la
grandeza, la sublimidad de la otra vida, que es la plenitud, la solidez y perennidad
de una vida que se inicia aquí y no concluye allá; sino en ese allá adquiere su
verdadera esencia, convertida en eternidad.
Pero
como no toca hoy hablar de la vida, sino solo por ser el primer valor, lo
hacemos como de paso e introducción. Por ahora dejamos a toda la sublime
belleza y profundidad de la vida como valor; para que el día que nos toque
hablar de ella solo digamos: “¡Ay de aquellos cuya vida se convierte en una fría
existencia en lugar de transformarla en fecunda y fervorosa!”
El que
solo existe es un problema para sí y para los demás; en cambio, el que vive y
sabe vivir es un don para sí y para los otros. El que solo existe, vegeta, se
confunde, se pierde en el común de la masa humana. El que vive, lucha, se nota,
es útil y benéfico para todos, y brilla por su presencia entre la humanidad. Hay que
vivir, pero saber vivir.
Y aprender
a vivir en la realidad, en la verdad, requiere poseer, a base de esfuerzo,
a)
Una autentica concepción
de las cosa;
b)
Una férrea voluntad
para actuar de acuerdo con el criterio, rectamente forjado.
La auténtica concepción
de las cosas supone una asimilación clara, valiente, objetiva, realista del
mundo físico, natural, espiritual, moral y religioso. Concebir el mundo tal
cual es en cada uno de sus elementos y en todo su armónico proceder, es hacer
una perfecta compresión y asimilación de la verdad que es la conformidad de la
palabra o del pensamiento con el objeto, con lo real o también con la verdad
misma.
Una de las mayores grandezas del hombre es
su entendimiento, con el penetra las causa últimas de las cosas y descubre las
leyes de la naturaleza. Por su entendimiento el hombre progresa, realiza los
inventos que le enorgullecen y lee en el interior de los seres. Ese entendimiento
le fue dado al hombre para alcanzar su finalidad y esa finalidad es, el
constante encuentro con la verdad: tesoro de los tesoros del entendimiento. Y como
la verdad suprema, absoluta es Dios y en dependencia de Él, están todas las
verdades. La relatividad en la verdad, solo depende de su comparación con la Verdad
Eterna, esa relatividad no quiere decir que hoy es y mañana no. La verdad siempre será verdad pues es la adecuación
del objeto con el entendimiento y,
aclaremos nuevamente la verdad relativa solo se entiende por la comparación de
lo fugaz con lo Eterno.
El tema de la verdad no ha de profundizarse
en este artículo, solo la hemos invocado en nuestro auxilio para señalar el
objeto de nuestro entendimiento y el punto de partida de nuestras concepciones.
En la auténtica concepción de las cosas de
la vida, es menester puntualizar, que solo aquel, que todo lo mira a través de
la verdad autentica y objetiva, logra alcanzar la asimilación solida clara,
profundamente certera de casos y cosas y da el paso fundamental y primero para
lograr que su vida sea eso: Una vida, y no únicamente una pobre existencia.
En esa asimilación, en ese conocimiento
cierto de casos, circunstancias, personas, objetos, etc., se adquiere el
verdadero valor de todo ello, que es lo que justamente, constituye la esencia,
no solo del vivir sino del saber vivir.
Al enhebrar una máquina de coser, vemos
como basta que la máquina en el enebro tenga una sola equivocación para que no
pueda realizar su fin; ya que el hilo no recorre el orden indicado, en la fisiología
del hombre, bastara la falla más pequeña para que todo su cuerpo se recienta. Y
es que el creador todo lo hizo en orden perfecto y nos prometió la felicidad
terrena bajo condición de no alterar, en ningún aspecto, el orden creado.
Lástima grande es que actualmente el ser
humano no reflexiona, pues de hacerlo, concluiría que las grandes penas de la
vida, las angustian, las desesperaciones, inestabilidades, enfermedades… solo
se debe a que el hombre ha alterado ese orden Divino, y esa alteración empieza
por dar a las cosas el valor que no tiene, o valorarlas superlativamente.
Nuestro hombre del momento, se distingue
por la subjetividad para juzgarlo todo: juzga, no por el valor del objeto, sino
por la conveniencia o disconveniencia que el objeto tiene para él. Es la pasión,
es la sensualidad, son los fines puramente terrenos quienes los animan a dar
valor a las cosas.
Nos es menester tener una apreciación recta
de las acciones humanas ó de los bienes, ó los valores que hemos de adquirí. A esto
llamaríamos tener una escala de valores. Pero una escala objetiva, real, verdadera,
y no aparente.
Quien se equivoca también forma una escala
de valores invertidos ó herrados. Es una escala subjetiva equivocada y, por lo
mismo, ya está alterando el orden de su vida y la de los que lo rodean.
¿QUÉ ORDEN DEBEMOS SEGUIR EN ESTA ESCALA DE
VALORES?
SOR
CLOTILDE GARCÍA ESPEJEL, E.D.
No hay comentarios:
Publicar un comentario