viernes, 18 de diciembre de 2015

"Cuarto Domingo de Adviento"

A D V I E N T O

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO




            Han llegado los tiempos en que ya van a cumplirse las Profecías, estamos en el quinto año de Tiberio: Poncio Pilato gobierna Judea; Herodes Galilea; Anás y Caifás son los sumos Pontífices… Los grandes acontecimientos de la economía de la salvación tienen en la historia una fecha determinada, pero son de un alcance universal.
            En las Riveras del Jordán proclama San Juan Bautista después de Isaías: “Preparad el camino del Señor, todo viene de la Salvación de Dios”.
            Esta es la realidad histórica de un Dios que se hace hombre y que ahora nos anima a vivir de manera especial.




            Poco a poco, minuto a minuto, segundo a segundo va pasando la expectante época de Adviento para lograr el encuentro de la creatura con la Luz Eterna “Jesús Niño”, “El Hombre Dios”.
            En este tiempo litúrgico tres grandes personajes han brillado en el camino: el profeta Isaías, “el profeta de la venida del Salvador”; San Juan Bautista, “La voz del que clama en el desierto” y la Santísima Virgen, “La Insigne corredentora”.
            La Profecía de Isaías sobre la Virgen que concibe y da Luz a Emmanuel, recuerda el papel particular y esencial de María en los acontecimientos que han transformado nuestras vidas humanas, y que nos ha preparado para prolongarlas en el cielo.
 

            El tema de San Juan Bautista es el llamamiento a la conversión: “Preparad los caminos del Señor”, es lo mismo que meditar, interiorizarse, rectificar, volver al Señor: Quitar todo cuanto se opone en nosotros a Dios; esta es la condición indispensable para beneficiarnos de la Salvación que Juan, al modo del que proclama un gran perdón, tiene cargo de anunciar.
            De eso mismo hablaron los profetas y en particular Isaías: “He aquí que una Virgen concebirá y dará a Luz un Hijo que se llamará Emmanuel”.  La Iglesia hace suyas estas palabras y nos las dirige hoy a nosotros, sin cambiar nada.
            En cuanto a la Madre de Dios, qué decir… No solo es la que se une y se identifica con el mismo Dios para la Salvación del hombre; sino renuncia a todo aquello que, aunque fuese bueno, no es la Voluntad de Dios. Se une a Jesucristo en el dolor, en la esperanza de la Redención y, no hemos de olvidar aquella misteriosa y profunda respuesta que dio al Espíritu Santo: “¡He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tú palabra!”

 


            “He aquí que una Virgen concebirá y dará a Luz un Hijo que se llamará Emmanuel” no bastaría el Adviento para meditar en este texto de Isaías: “Primero volver a la Encarnación, al momento increíble en que un Dios toma carne humana y vive nueve meses en el claustro del vientre de la Virgen Santísima. Esto es considerar al Creador, cómo por amor a las creaturas humanas, que somos nosotros, une las Dos Naturalezas la Divina y la Humana, en un sola Persona, la Divina Haciéndose en todo igual a nosotros menos en el pecado.
            Pero… ¿porqué lo hizo? Por el pecado de Adán y Eva que marcaba a todas las generaciones posteriores con el Pecado Original, permaneciendo desligada la amistad con Dios.
            Jústamente esto es lo que hemos de hacer durante las cuatro semanas de Adviento: contemplar esa parte de la historia de Dios y el hombre, penetrar el misterio y volver a la profundidad de nuestro ser, para proponernos amar más a Dios mediante nuestras obras y con nuestra propia vida.
            Es San Juan Bautista quien nos conduce de la mano a la conversión. La liturgia de la Iglesia quiere lograr que repasemos durante el año, los acontecimientos de la historia, no únicamente del Salvador; sino la historia conjunta de Dios y el hombre para animarnos a continuar y aumentar la perfección, ó bien a convertirnos al cumplimiento de las Leyes Divinas para agradar a Dios. Sin una conversión, sin un mejoramiento de nuestra conducta, el Adviento será inútil. Dios espera a través de esta época ver muchas almas que vuelven a Él. Eso es lo que pide la voz, del que clama en el desierto.
            Qué triste es mirar que todos esperan la Natividad del Señor sin esta preparación, sin trabajar por su propia conversión, lo más que se hace es prender la corona cada Domingo de Adviento esperando con ansia las “fiestas”, como se dice hoy a la llegada de Cristo. ¿Y qué son las fiestas?, reunión de parientes, amigos, banquetes y hasta baile y alcohol. Amén de la infinidad de paseantes que dejando el hogar se van fuera a regalarse a sí mismos, y todos olvidándose de Dios.
            Recordemos que todo lo que nos ofrece la Iglesia son regalos de Dios, son apoyos, son estímulos para que imitemos a Jesucristo y alcancemos el cielo.  Duro será nuestro juicio el día que partamos a la Eternidad, porque sí Dios es la Misericordia; también es la justicia.
            En cuanto a la Santísima Virgen: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tú palabra”. Desde ese momento la Santísima Virgen se convierte en corredentora pero, también recibe para su misión, entre otras cosas, muchos dones y prerrogativas. Así que contamos, no solo con su intercesión y su amor de madre; sino que, además, es nuestro auxilio y fuerza para lograr convertir nuestra vida mediocre en una vida superior, ó una vida pecaminosa en una vida de virtudes.
             Todos, aún las almas santas y, con mayor razón, nosotros los pecadores, día a día hasta morir, hemos de vivir, la perpetua conversión.
            Deseo ardientemente que entendamos e interioricemos en este Adviento a nuestro Señor Jesucristo, a Isaías que anuncia al Salvador, a Juan quien clama en el desierto y a la Madre de Dios y nuestra que se inmoló para vernos amando a su Hijo por medio del cumplimiento de la Ley de Dios.

  

SOR CLOTILDE

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