miércoles, 20 de enero de 2016

"Una reflexión para el Apóstol verdadero"


UNA REFLEXIÓN PARA EL APÓSTOL VERDADERO.

           
            El alma, la fuerza de todo Apostolado es la “CARIDAD”, más no la caridad en el sentido popular, que consiste en dar bienes materiales a quien no los tiene. Aunque la generosidad del rico se desprenda de lo propio, sean sus posesiones o su tiempo, o quizá, de sí mismo para ayudar a los demás, e incluso el pobre, que quitándose de lo poco que tiene reparte también entre los más necesitados; no por ello cumplen, con una verdadera caridad, pues no realizan el ser, la esencia de todo apostolado. Sin embargo, el que socorre a su prójimo y lo hace por Dios, está cumpliendo con las Bienaventuranzas y así alcanzará las alturas de la Verdadera Caridad.
           
            Pero vamos hablar de la misma CARIDAD, que no solo mueve al Apóstol a preocuparse de sus prójimos, con relación a las cosas de la tierra; no; no hablo sólo de ese punto de la Caridad; sino de aquella cuyo objetivo se dirige al orden sobre natural. De aquella que nace de Dios y que se proyecta en Dios: cuando nuestras ansias, nuestros anhelos de hacer el bien, tienen como principio a Dios y desembocan en Él. Cuando se despierta la profunda inquietud por la Gloria de Dios y la salvación de las almas.
           
            Movidos por la gracia del Espíritu Santo nuestro Apostolado será fecundo, sólo así daremos a la Iglesia muchos soldados deseosos de batallar por Cristo, sólo así despertaremos para el mundo, ciudadanos rectos y para la Iglesia almas justas.
           
            Cuando no seamos movidos por el espíritu falso de melosidad, cobardía, conveniencia, sentimentalismo… sino cuando convencidos podamos mover en nosotros y en nuestro prójimo el fondo de las entrañas por la Gloria de la Santísima Trinidad y el anhelo de ver a todos en el cielo.
            “Amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios: y todo el que ama, de Dios ha nacido y conoce a Dios. Quien no ama no conoció a Dios, porque Dios es amor”.
            Pero esa alma del apostolado que es la Caridad, no podemos conseguirla en la propia naturaleza, en la actividad, sin una profunda vida interior, sin la cual no llegaremos más allá.

SIN ORACIÓN NADA ES FECUNDO


            Los fracasos continuos del Apóstol, no estriban en la ignorancia, sino en la falta de vida interior, en una vida que no tiene unión íntima y constante con Dios. Aunque sus intenciones sean muy buenas, pero si carecen de esa necesaria reflexión, de esa importante meditación que nos enfrenta a Dios y nos hace contemplar nuestra miseria y contemplarlo a Él con su poder, con su excelsitud, no tendremos éxito.
            Actualmente el ministerio es muy extrovertido y sensorial, con proyección limitada y con autosuficiencia personal, es por ello que no se ven grandes frutos, nos falta el fuego de la caridad. El apóstol debe vivir cotidianamente la Santa Misa, la Sagrada Comunión y la Confesión, que al fin no solo perdona pecados, sino dá y aumenta la Gracia.
            No hemos de concebir a un Apóstol sin oración, no se trata sólo de hablar de enseñar, es menester convencer, proyectar, mover y remover; eso no lo logra el Apóstol sin paciencia y oración.
            Advirtiendo que la vida misma hemos de convertirla en perpetua oración, trabajando en la presencia de Dios, aceptando su voluntad, viendo en todos los acontecimientos el cuidado de la Divina Providencia. También estamos en oración, cuando aceptamos nuestras limitaciones, nuestras miserias y nos dolemos de ellas, pero no nos desesperamos.
            Durante la vida Ministerial de Nuestro Señor Jesucristo, miramos con claridad como Él combinaba la actividad con la oración, pues de Él, dice San Lucas, “que pasaba las noches en la oración”.
            El mismo Plan de la Redención, globalmente considerado, tuvo sus preparativos de apartamiento y contemplación nueve meses en el Seno de la Virgen, contemplando la Esencia Divina. Y antes de su vida pública, treinta años en el interior de la Sagrada Familia, dedicado a la oración y, aún más, cuarenta días y cuarenta noches ayunando en el desierto para iniciar su vida apostólica y antes de la Pasión: la Institución de la Santa Misa, del Sacerdocio Católico y una noche sudando sangre en Huerto de los Olivos.
            Además, hay que hacer comprender al que es misionado, que nada conseguiremos ambos sin la Gracia de Dios, la inspiración del Espíritu Santo y la interseción de la Santísima Virgen y del Señor San José.

Sor Clotilde




             

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