UNA REFLEXIÓN PARA EL APÓSTOL VERDADERO.
El
alma, la fuerza de todo Apostolado es la
“CARIDAD”, más no la caridad en el sentido popular, que consiste en dar
bienes materiales a quien no los tiene. Aunque la generosidad del rico se
desprenda de lo propio, sean sus posesiones o su tiempo, o quizá, de sí mismo
para ayudar a los demás, e incluso el pobre, que quitándose de lo poco que
tiene reparte también entre los más necesitados; no por ello cumplen, con una
verdadera caridad, pues no realizan el ser, la esencia de todo apostolado. Sin
embargo, el que socorre a su prójimo y lo hace por Dios, está cumpliendo con las
Bienaventuranzas y así alcanzará las alturas de la Verdadera Caridad.
Pero
vamos hablar de la misma CARIDAD, que
no solo mueve al Apóstol a preocuparse de sus prójimos, con relación a las
cosas de la tierra; no; no hablo sólo de ese punto de la Caridad; sino de
aquella cuyo objetivo se dirige al orden sobre natural. De aquella que nace de
Dios y que se proyecta en Dios: cuando nuestras ansias, nuestros anhelos de
hacer el bien, tienen como principio a Dios y desembocan en Él. Cuando se
despierta la profunda inquietud por la Gloria de Dios y la salvación de las
almas.
Movidos
por la gracia del Espíritu Santo nuestro Apostolado será fecundo, sólo así
daremos a la Iglesia muchos soldados deseosos de batallar por Cristo, sólo así despertaremos
para el mundo, ciudadanos rectos y para la Iglesia almas justas.
Cuando
no seamos movidos por el espíritu falso de melosidad, cobardía, conveniencia,
sentimentalismo… sino cuando convencidos podamos mover en nosotros y en nuestro
prójimo el fondo de las entrañas por la Gloria de la Santísima Trinidad y el
anhelo de ver a todos en el cielo.
“Amémonos
los unos a los otros, porque el amor procede de Dios: y todo el que ama, de
Dios ha nacido y conoce a Dios. Quien no ama no conoció a Dios, porque Dios es
amor”.
Pero
esa alma del apostolado que es la Caridad, no podemos conseguirla en la propia
naturaleza, en la actividad, sin una profunda vida interior, sin la cual no
llegaremos más allá.
SIN ORACIÓN NADA ES FECUNDO
Los
fracasos continuos del Apóstol, no estriban en la ignorancia, sino en la falta
de vida interior, en una vida que no tiene unión íntima y constante con Dios. Aunque
sus intenciones sean muy buenas, pero si carecen de esa necesaria reflexión, de
esa importante meditación que nos enfrenta a Dios y nos hace contemplar nuestra
miseria y contemplarlo a Él con su poder, con su excelsitud, no tendremos
éxito.
Actualmente
el ministerio es muy extrovertido y sensorial, con proyección limitada y con
autosuficiencia personal, es por ello que no se ven grandes frutos, nos falta
el fuego de la caridad. El apóstol debe vivir cotidianamente la Santa Misa, la
Sagrada Comunión y la Confesión, que al fin no solo perdona pecados, sino dá y
aumenta la Gracia.
No
hemos de concebir a un Apóstol sin oración, no se trata sólo de hablar de enseñar,
es menester convencer, proyectar, mover y remover; eso no lo logra el Apóstol
sin paciencia y oración.
Advirtiendo
que la vida misma hemos de convertirla en perpetua oración, trabajando en la
presencia de Dios, aceptando su voluntad, viendo en todos los acontecimientos
el cuidado de la Divina Providencia. También estamos en oración, cuando
aceptamos nuestras limitaciones, nuestras miserias y nos dolemos de ellas, pero
no nos desesperamos.
Durante
la vida Ministerial de Nuestro Señor Jesucristo, miramos con claridad como Él combinaba
la actividad con la oración, pues de Él, dice San Lucas, “que pasaba las noches
en la oración”.
El
mismo Plan de la Redención, globalmente considerado, tuvo sus preparativos de apartamiento
y contemplación nueve meses en el Seno de la Virgen, contemplando la Esencia Divina.
Y antes de su vida pública, treinta años en el interior de la Sagrada Familia,
dedicado a la oración y, aún más, cuarenta días y cuarenta noches ayunando en
el desierto para iniciar su vida apostólica y antes de la Pasión: la
Institución de la Santa Misa, del Sacerdocio Católico y una noche sudando
sangre en Huerto de los Olivos.
Además,
hay que hacer comprender al que es misionado, que nada conseguiremos ambos sin la
Gracia de Dios, la inspiración del Espíritu Santo y la interseción de la
Santísima Virgen y del Señor San José.
Sor Clotilde
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