martes, 13 de junio de 2017

Carta al Cardenal Suhard, Arzobispo de París




Carta al Cardenal Suhard,
Arzobispo de París

Comisión Bíblica Pontificia
(C. “Ecclesia”, 1948 (1), p. 455)

 Cardenal Suhard


   


        Eminencia: El Sumo Pontífice se ha dignado confiar a la Comisión Bíblica Pontificia el examen de dos cuestiones propuestas recientemente a Su Santidad sobre las fuentes del Pentateuco y sobre la historicidad de los once primeros capítulos del Génesis. Estas dos cuestiones, con los considerados y votos correspondientes, fueron objeto del más atento estudio de los Reverendísimos Consultores y Eminentísimos Cardenales, miembros de la susodicha Comisión. Como consecuencia de sus deliberaciones, Su Santidad se dignó aprobar la siguiente respuesta en la audiencia concedida al firmante, con la fecha 16 de enero de 1948:

La Comisión Bíblica Pontificia de alegra de rendir homenaje a la filial confianza que movió a dar este paso y desea corresponderos con un sincero esfuerzo para promover los estudios bíblicos, asegurándoles, dentro de los límites de la enseñanza tradicional de la Iglesia, plena libertad. Tal libertad está afirmada en términos explícitos en la Encíclica <Divino afflante Spiritu> por el Sumo Pontífice gloriosamente reinante con estas palabras: <El intérprete católico, animado por fuerte y activo amor de su disciplina y sinceramente unido a la Santa Madre Iglesia, no debe abstenerse de afrontar las difíciles cuestiones que hasta hoy no se han resuelto, no sólo para rebatir las objeciones de los adversarios, sino para intentar una sólida explicación que lealmente concuerde con la doctrina de la Iglesia y especialmente con el tradicional sentimiento de la inmunidad de la Sagrada Escritura de todo error, y dé juntamente conveniente satisfacción a las conclusiones ciertas de las ciencias profanas. Recuerden, pues, todos los hijos de la Iglesia que están obligados a juzgar no sólo con justicia, sino también con suma caridad los esfuerzos y las fatigas de estos valerosos operarios de la viña del Señor; además de que todos deben guardarse de aquel celo no muy prudente que por eso mismo debe impugnarse o ser objeto de sospechas>.

A la luz de esta exhortación del Sumo Pontífice, convendrá comprender e interpretar las tres respuestas oficiales dadas por la Comisión Bíblica a las cuestiones antes mencionadas; esto es, la del 23 de junio de 1905, sobre relatos que, dentro de los libros históricos de la Biblia, no tendrían de historia sino la apariencia (Ench. Bbl., 154); la del 26 de junio de 1906, sobre la autenticidad mosaica del Pentateuco (Ench. Bibl., 174-177), y la del 30 de junio de 1909, sobre el carácter histórico de los tres primeros capítulos del Génesis (Ench. Bibl., 332-339); y así se concederá que tales respuestas no se oponen de hecho a un ulterior examen verdaderamente científico de aquellos problemas, según los resultados conseguidos en los últimos cuarenta años. Por consiguiente, la Comisión Bíblica no cree que sea el caso de promulgar, al menos por ahora, nuevos decretos sobre dichas cuestiones.
En cuanto a la composición del Pentateuco, ya en el Decreto antes recordado de 27 de junio de 1906, la Comisión Bíblica reconocía poderse afirmar que <Moisés al componer su obra, se sirvió de documentos escritos y de tradiciones orales>, y admitir también modificaciones o añadiduras posteriores a Moisés (Ench. Bibl., 176-177).

Nadie ya, en el día de hoy, pone en duda la existencia de tales fuentes, o rehusa admitir un progreso creciente de las leyes mosaicas, debido a condiciones posteriores, no sin reflejo sobre los relatos históricos. Sin embargo, sobre la naturaleza y el número de tales documentos, sobre su nomenclatura y fecha, se profesan hoy, aun en el campo de los exegetas no católicos, opiniones muy divergentes. Y no faltan en varios países autores que, por motivos puramente críticos e históricos, sin ninguna tendencia apologética, rechazan resueltamente las teorías hasta ahora más en boga y buscan la explicación de ciertas particularidades del Pentateuco, no tanto en la diversidad de los supuestos documentos cuanto en la especial psicología y en los singulares procedimientos, ahora mejor conocidos, del pensamiento y de la expresión entre los antiguos orientales, o también en el diverso género literario requerido por la diversidad de materia. Por eso, invitamos a los doctos católicos a estudiar estos problemas sin prevenciones, a la luz de una santa crítica y de los resultados de aquellas ciencias que tienen interferencia con la materia. Tal estudio conseguirá, sin duda, confirmar la gran parte y el profundo influjo que tuvo Moisés como autor y como legislador.

Bastante más oscura y compleja es la cuestión de las formas literarias de los primeros once capítulos del Génesis. Tales formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no se pueden juzgar a la luz de los géneros literarios grecolatinos o modernos. No se puede, pues, negar ni afirmar en bloque la historicidad de todos aquellos capítulos, aplicándoles irrazonablemente las normas de un género literario bajo el cual no se pueden ser clasificados. Que estos capítulos no forman una historia en el sentido clásico y moderno podemos admitirlo; pero es preciso también confesar que los datos de hechos suministrados hoy por la ciencia no permiten dar una solución positiva a todos los problemas literarios, científicos, históricos, culturales y religiosos que tienen conexión con aquellos capítulos. Después sería preciso examinar con más detalle el procedimiento literario de los antiguos pueblos de oriente, su psicología, su modo de expresarse y la noción misma que ellos tenían de la verdad histórica. En una palabra, haría falta unir sin prejuicios todo el material científico paleontológico e histórico, epigráfico y literario. Sólo así puede esperarse ver más claro en la naturaleza de ciertas narraciones de los primeros capítulos del Génesis. Con declarar <a prioro> que estos relatos no contienen historia, en el sentido moderno de la palabra, se dejaría fácilmente entender que en ningún modo la contienen: mientras que de hecho refieren en un lenguaje simple y figurado, acomodado a la inteligencia de una comunidad menos avanzada, las verdades fundamentales presupuestas por la economía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo elegido. Entre tanto, hay que practicar la paciencia, que es prudencia y sabiduría de la vida. Esto es inculcado también por el Padre Santo en la ya citada encíclica: <No debe maravillar -dice- si no todas las dificultades han sido hasta ahora superadas y resueltas… No ha de perderse por eso el ánimo; no se olvide que ocurre en los estudios humanos como en las cosas naturales, que las obras crecen lentamente y no se consiguen frutos sino después de muchas fatigas… No será pues, vano esperar que en una constante aplicación llegue la ocasión de ver plenamente esclarecidas también las cosas que ahora parecen más complejas y dificultosa> (I. c., p. 318).
Inclinado al beso de la Sagrada Púrpura, con los sentimientos de la más profunda veneración, me profeso de Vuestra Eminencia Reverendísima humilde servidor.

G.M. Voste, O.P.

Consultor ab Actis.

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