Carta al
Cardenal Suhard,
Arzobispo de
París
Comisión
Bíblica Pontificia
(C.
“Ecclesia”, 1948 (1), p. 455)
Cardenal Suhard
Eminencia: El Sumo Pontífice se ha
dignado confiar a la Comisión Bíblica Pontificia el examen de dos cuestiones
propuestas recientemente a Su Santidad sobre las fuentes del Pentateuco y sobre
la historicidad de los once primeros capítulos del Génesis. Estas dos
cuestiones, con los considerados y votos correspondientes, fueron objeto del
más atento estudio de los Reverendísimos Consultores y Eminentísimos
Cardenales, miembros de la susodicha Comisión. Como consecuencia de sus
deliberaciones, Su Santidad se dignó aprobar la siguiente respuesta en la
audiencia concedida al firmante, con la fecha 16 de enero de 1948:
La Comisión Bíblica Pontificia de alegra de rendir homenaje
a la filial confianza que movió a dar este paso y desea corresponderos con un
sincero esfuerzo para promover los estudios bíblicos, asegurándoles, dentro de
los límites de la enseñanza tradicional de la Iglesia, plena libertad. Tal
libertad está afirmada en términos explícitos en la Encíclica <Divino afflante Spiritu> por el Sumo
Pontífice gloriosamente reinante con estas palabras: <El intérprete
católico, animado por fuerte y activo amor de su disciplina y sinceramente
unido a la Santa Madre Iglesia, no debe abstenerse de afrontar las difíciles
cuestiones que hasta hoy no se han resuelto, no sólo para rebatir las
objeciones de los adversarios, sino para intentar una sólida explicación que
lealmente concuerde con la doctrina de la Iglesia y especialmente con el
tradicional sentimiento de la inmunidad de la Sagrada Escritura de todo error,
y dé juntamente conveniente satisfacción a las conclusiones ciertas de las
ciencias profanas. Recuerden, pues, todos los hijos de la Iglesia que están
obligados a juzgar no sólo con justicia, sino también con suma caridad los
esfuerzos y las fatigas de estos valerosos operarios de la viña del Señor;
además de que todos deben guardarse de aquel celo no muy prudente que por eso
mismo debe impugnarse o ser objeto de sospechas>.
A la luz de esta exhortación del Sumo Pontífice, convendrá
comprender e interpretar las tres respuestas oficiales dadas por la Comisión
Bíblica a las cuestiones antes mencionadas; esto es, la del 23 de junio de
1905, sobre relatos que, dentro de los libros históricos de la Biblia, no
tendrían de historia sino la apariencia (Ench. Bbl., 154); la del 26 de junio
de 1906, sobre la autenticidad mosaica del Pentateuco (Ench. Bibl., 174-177), y
la del 30 de junio de 1909, sobre el carácter histórico de los tres primeros
capítulos del Génesis (Ench. Bibl., 332-339); y así se concederá que tales respuestas
no se oponen de hecho a un ulterior examen verdaderamente científico de
aquellos problemas, según los resultados conseguidos en los últimos cuarenta
años. Por consiguiente, la Comisión Bíblica no cree que sea el caso de
promulgar, al menos por ahora, nuevos decretos sobre dichas cuestiones.
En cuanto a la composición del Pentateuco, ya en el Decreto
antes recordado de 27 de junio de 1906, la Comisión Bíblica reconocía poderse
afirmar que <Moisés al componer su obra, se sirvió de documentos escritos y
de tradiciones orales>, y admitir también modificaciones o añadiduras
posteriores a Moisés (Ench. Bibl., 176-177).
Nadie ya, en el día de hoy, pone en duda la existencia de
tales fuentes, o rehusa admitir un progreso creciente de las leyes mosaicas,
debido a condiciones posteriores, no sin reflejo sobre los relatos históricos.
Sin embargo, sobre la naturaleza y el número de tales documentos, sobre su
nomenclatura y fecha, se profesan hoy, aun en el campo de los exegetas no
católicos, opiniones muy divergentes. Y no faltan en varios países autores que,
por motivos puramente críticos e históricos, sin ninguna tendencia apologética,
rechazan resueltamente las teorías hasta ahora más en boga y buscan la
explicación de ciertas particularidades del Pentateuco, no tanto en la
diversidad de los supuestos documentos cuanto en la especial psicología y en
los singulares procedimientos, ahora mejor conocidos, del pensamiento y de la
expresión entre los antiguos orientales, o también en el diverso género
literario requerido por la diversidad de materia. Por eso, invitamos a los
doctos católicos a estudiar estos problemas sin prevenciones, a la luz de una
santa crítica y de los resultados de aquellas ciencias que tienen interferencia
con la materia. Tal estudio conseguirá, sin duda, confirmar la gran parte y el
profundo influjo que tuvo Moisés como autor y como legislador.
Bastante más oscura y compleja es la cuestión de las formas
literarias de los primeros once capítulos del Génesis. Tales formas literarias
no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no se pueden juzgar a
la luz de los géneros literarios grecolatinos o modernos. No se puede, pues,
negar ni afirmar en bloque la historicidad de todos aquellos capítulos,
aplicándoles irrazonablemente las normas de un género literario bajo el cual no
se pueden ser clasificados. Que estos capítulos no forman una historia en el
sentido clásico y moderno podemos admitirlo; pero es preciso también confesar
que los datos de hechos suministrados hoy por la ciencia no permiten dar una
solución positiva a todos los problemas literarios, científicos, históricos,
culturales y religiosos que tienen conexión con aquellos capítulos. Después
sería preciso examinar con más detalle el procedimiento literario de los
antiguos pueblos de oriente, su psicología, su modo de expresarse y la noción
misma que ellos tenían de la verdad histórica. En una palabra, haría falta unir
sin prejuicios todo el material científico paleontológico e histórico,
epigráfico y literario. Sólo así puede esperarse ver más claro en la naturaleza
de ciertas narraciones de los primeros capítulos del Génesis. Con declarar
<a prioro> que estos relatos no contienen historia, en el sentido moderno
de la palabra, se dejaría fácilmente entender que en ningún modo la contienen:
mientras que de hecho refieren en un lenguaje simple y figurado, acomodado a la
inteligencia de una comunidad menos avanzada, las verdades fundamentales
presupuestas por la economía de la salvación, al mismo tiempo que la
descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo elegido.
Entre tanto, hay que practicar la paciencia, que es prudencia y sabiduría de la
vida. Esto es inculcado también por el Padre Santo en la ya citada encíclica:
<No debe maravillar -dice- si no todas las dificultades han sido hasta ahora
superadas y resueltas… No ha de perderse por eso el ánimo; no se olvide que
ocurre en los estudios humanos como en las cosas naturales, que las obras
crecen lentamente y no se consiguen frutos sino después de muchas fatigas… No
será pues, vano esperar que en una constante aplicación llegue la ocasión de
ver plenamente esclarecidas también las cosas que ahora parecen más complejas y
dificultosa> (I. c., p. 318).
Inclinado al beso de la Sagrada Púrpura, con los
sentimientos de la más profunda veneración, me profeso de Vuestra Eminencia
Reverendísima humilde servidor.
G.M. Voste, O.P.
Consultor ab Actis.
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