NACE LA IGLESIA
Hechos 2:1-47.
Llegó el día de Pentecostés. Los creyentes de reunieron aquel día escucharon de
pronto en el cielo un estruendo semejante al de un vendaval, que hacía retumbar
la casa en la que estaban congregados. Acto seguido aparecieron las llamas o lengüetas
de fuego que se les fueron posando en la cabeza.
Entonces cada uno de los presentes quedó lleno del Espíritu Santo y empezó a
hablar en idiomas que no conocían, pero que el Espíritu Santo les permitía
articular.
Al escuchar el estruendo que se
producía sobre la casa, multitudes de personas corrieron a ver qué sucedía, y
los extranjeros se quedaron pasmados al oír el idioma de sus respectivos países
en la boca de los discípulos.
- ¿Qué significará esto? - se
preguntaban algunos atónitos y perplejos.
Entonces Pedro se puso en pie con los
once apóstoles y pidió la palabra: - ¡Escúchenme bien, visitantes y residentes
de Jerusalén! Como ustedes bien saben, Dios respaldó a Jesús de Nazaret con los
milagros prodigiosos que realizó a
través de Él. Pero, de acuerdo al plan que ya se tenía trazado, permitió
primero que ustedes lo clavaran en la cruz
y lo asesinaran por mediación del gobierno romano, pero luego lo soltó de los
horrores de la muerte y le devolvió la vida. Nosotros mismos somos testigos de que Jesús se levantó de la
muerte, y está en el cielo sentado en el trono junto a Dios.
Luego tal como lo prometiera, el Padre
envió al Espíritu Santo, lo cual trajo como resultado lo que ustedes han visto
y escuchado. Por lo tanto, ciudadanos de Israel, declaro que Dios ha hecho Señor
y Cristo al Jesús que ustedes crucificaron.
Aquellas palabras de Pedro los
conmovieron tan profundamente que le dijeron a Pedro y los demás apóstoles:
-Hermanos, ¿qué haremos? -
-Cada uno de ustedes tiene que, arrepentidos, darle las espaldas al
pecado -les respondió Pedro-, regresar a Dios y bautizarse en el nombre de
Jesucristo, si desea alcanzar el perdón de los pecados. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo.
Los que creyeron sus palabras, unos tres mil en total, se bautizaron y se
unieron a los demás creyentes que se congregaban
regularmente. Todos los días adoraban juntos en el templo; luego se reunían en
pequeños grupos para celebrar la comunión en diferentes hogares, compartir los
alimentos con profundo regocijo y gratitud, y alabar a Dios…. Y todos los días
el Señor añadía al grupo los que habían de ser salvos.
Tomado del Libro de: Hechos del Espíritu
Santo, distribuido por la Biblioteca Mexicana del Hogar.
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