EL MATRIMONIO
CRISTIANO.
CASTI
CONNUBII
Pío XI, 31 de
diciembre de 1930.
NO DEJARSE LLEVAR DEL DESALIENTO.
118.
– Y si alguna vez se ven oprimidos por los trabajos de su estado y de su vida,
no decaigan de ánimo, sino tengan como dicho de alguna manera para sí lo que el
Apóstol San Pablo, hablando del sacramento del orden, escribía a Timoteo, su
discípulo queridísimo, que estaba muy agobiado por trabajos y oprobios: “Te
amonesto que resucites la gracia de Dios que hay en ti, la cual te fue dada por
la imposición de mis manos. Pues no nos dio el Señor espíritu de temor, sino de
virtud, de amor y de sobriedad.
LA PREPARACIÓN PARA EL MATRIMONIO.
119.
– Todo esto, venerables hermanos, depende, en gran parte, de la debida
preparación del matrimonio, así próxima como remota. porque no puede negarse
que tanto el fundamento firme del matrimonio feliz como la ruina del
desgraciado se preparan y se basan en los jóvenes de uno y otro sexo durante
los días de su infancia y de su juventud. Y así, hay que temer que quienes
antes del matrimonio sólo se buscaron a sí mismos y a sus cosas, y quienes
condescendieron con sus deseos aun cuando fueron impuestos, sean en el
matrimonio cuales fueron antes de contraerlo, es decir, que cosechen lo que
sembraron; o sea: tristeza en el hogar doméstico, llanto, mutuo desprecio,
discordia, aversiones, encontrarse a sí mismos llenos de pasiones
desenfrenadas.
DISPOSICIONES QUE HAN DE LLEVARSE.
1120.
– Acérquense, pues, los que se van a casar bien dispuestos y preparados para el
estado matrimonial, y así podrán ayudarse mutuamente, como conviene, en las
circunstancias prósperas y adversas de la vida, y, lo que vale más aún,
conseguir la vida eterna y la formación del hombre interior hasta la plenitud
de la edad de Cristo. Esto les ayudara también para que, en orden a sus
queridos hijos, se conduzcan como quiso Dios que los padres se portasen con su
prole; es decir, que el padre sea verdadero padre y la madre verdadera madre,
de suerte que, por su amor piadoso y solícitos cuidados, la casa paterna,
aunque colocada en este valle de lágrimas y quizá oprimida por dura pobreza,
sea un vestigio de aquel paraíso de delicias en el que colocó el Creador del
género humano a nuestros primeros padres. De aquí resultará que puedan hacer a
los hijos hombres perfectos y cristianos perfectos, que los llenen del genuino
espíritu de la Iglesia católica y les infiltren aquel noble afecto y amor a la
patria que exige la gratitud y la piedad de ánimo.
PREPARAR LOS BIENES, PRECAVER LOS MALES.
121.
– Y así, lo mismo quienes tienen intenciones de contraer más tarde el santo
matrimonio que los que se dedican a la educación de la juventud, tengan muy en
cuenta tal porvenir, preparen los bienes y procuren precaver los males,
recordando lo que advertíamos en nuestra encíclica sobre la educación: “Es,
pues, menester corregir las inclinaciones desordenadas, fomentar y ordenar las
buenas desde la más tierna infancia y, sobre todo, hay que iluminar el
entendimiento y fortalecer la voluntad con las verdades sobrenaturales y los
medios de la gracia, sin la cual no es posible dominar las perversas
inclinaciones y alcanzar la debida perfección educativa de la Iglesia, perfecta
y completamente dotada por Cristo de la doctrina divina y de los sacramentos,
medios eficaces de la gracia.
LA ELECCIÓN DEL CÓNYUGE.
122.
– A la preparación próxima del matrimonio pertenece de una manera especial la
elección de consorte, porque de aquí depende, en gran parte, la felicidad del
futuro matrimonio, ya que un cónyuge puede ser al otro de gran ayuda para
llevar la vida conyugal cristianamente, o, por el contrario, crear serios
peligros y dificultades. Para que no padezcan, pues, por toda la vida las
consecuencias de una imprudente elección, deliberen seriamente los que desean
casarse antes de elegir la persona con la que han de convivir para siempre, y
en esta deliberación tengan presente las consecuencias que se derivan del
matrimonio, en orden, en primer lugar, a la verdadera religión de Cristo, y,
además, en orden a sí mismo, al otro cónyuge, a la futura prole y a la sociedad
humana y civil. Imploren con asiduidad el auxilio divino para que elijan según
la prudencia cristiana, no llevados por el ímpetu ciego y sin freno de la
pasión, ni solamente por razones de lucro o por otro motivo menos noble, sino
guiados por el amor recto y verdadero y por un afecto leal hacia el futuro
cónyuge, buscando, además, en el matrimonio aquellos fines por los que Dios lo
ha instituido. No dejen, en fin, de pedir para dicha elección el prudente y tan
estimable consejo de los padres, a fin de precaver, con el auxilio del
conocimiento más maduro y de la experiencia que ellos tienen en las cosas
humanas, toda equivocación perniciosa, y para conseguir también más copiosas
bendición divina prometida a los que guardan el cuarto mandamiento: “Honra a tu
padre y a tu madre (que es el primer mandamiento que va acompañado con recompensa)
para que te vaya bien y tengas larga vida sobre la tierra”.
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