domingo, 18 de junio de 2017

Casti Connubii "No dejarse llevar por el desaliento, La preparación para el matrimonio, Disposiciones que hay que llevarse, Preparar los bienes, precaver los males"




EL MATRIMONIO CRISTIANO.
CASTI CONNUBII
Pío XI, 31 de diciembre de 1930.










NO DEJARSE LLEVAR DEL DESALIENTO.

118. – Y si alguna vez se ven oprimidos por los trabajos de su estado y de su vida, no decaigan de ánimo, sino tengan como dicho de alguna manera para sí lo que el Apóstol San Pablo, hablando del sacramento del orden, escribía a Timoteo, su discípulo queridísimo, que estaba muy agobiado por trabajos y oprobios: “Te amonesto que resucites la gracia de Dios que hay en ti, la cual te fue dada por la imposición de mis manos. Pues no nos dio el Señor espíritu de temor, sino de virtud, de amor y de sobriedad.


LA PREPARACIÓN PARA EL MATRIMONIO.

119. – Todo esto, venerables hermanos, depende, en gran parte, de la debida preparación del matrimonio, así próxima como remota. porque no puede negarse que tanto el fundamento firme del matrimonio feliz como la ruina del desgraciado se preparan y se basan en los jóvenes de uno y otro sexo durante los días de su infancia y de su juventud. Y así, hay que temer que quienes antes del matrimonio sólo se buscaron a sí mismos y a sus cosas, y quienes condescendieron con sus deseos aun cuando fueron impuestos, sean en el matrimonio cuales fueron antes de contraerlo, es decir, que cosechen lo que sembraron; o sea: tristeza en el hogar doméstico, llanto, mutuo desprecio, discordia, aversiones, encontrarse a sí mismos llenos de pasiones desenfrenadas.


DISPOSICIONES QUE HAN DE LLEVARSE.

1120. – Acérquense, pues, los que se van a casar bien dispuestos y preparados para el estado matrimonial, y así podrán ayudarse mutuamente, como conviene, en las circunstancias prósperas y adversas de la vida, y, lo que vale más aún, conseguir la vida eterna y la formación del hombre interior hasta la plenitud de la edad de Cristo. Esto les ayudara también para que, en orden a sus queridos hijos, se conduzcan como quiso Dios que los padres se portasen con su prole; es decir, que el padre sea verdadero padre y la madre verdadera madre, de suerte que, por su amor piadoso y solícitos cuidados, la casa paterna, aunque colocada en este valle de lágrimas y quizá oprimida por dura pobreza, sea un vestigio de aquel paraíso de delicias en el que colocó el Creador del género humano a nuestros primeros padres. De aquí resultará que puedan hacer a los hijos hombres perfectos y cristianos perfectos, que los llenen del genuino espíritu de la Iglesia católica y les infiltren aquel noble afecto y amor a la patria que exige la gratitud y la piedad de ánimo.


PREPARAR LOS BIENES, PRECAVER LOS MALES.

121. – Y así, lo mismo quienes tienen intenciones de contraer más tarde el santo matrimonio que los que se dedican a la educación de la juventud, tengan muy en cuenta tal porvenir, preparen los bienes y procuren precaver los males, recordando lo que advertíamos en nuestra encíclica sobre la educación: “Es, pues, menester corregir las inclinaciones desordenadas, fomentar y ordenar las buenas desde la más tierna infancia y, sobre todo, hay que iluminar el entendimiento y fortalecer la voluntad con las verdades sobrenaturales y los medios de la gracia, sin la cual no es posible dominar las perversas inclinaciones y alcanzar la debida perfección educativa de la Iglesia, perfecta y completamente dotada por Cristo de la doctrina divina y de los sacramentos, medios eficaces de la gracia.


LA ELECCIÓN DEL CÓNYUGE.

122. – A la preparación próxima del matrimonio pertenece de una manera especial la elección de consorte, porque de aquí depende, en gran parte, la felicidad del futuro matrimonio, ya que un cónyuge puede ser al otro de gran ayuda para llevar la vida conyugal cristianamente, o, por el contrario, crear serios peligros y dificultades. Para que no padezcan, pues, por toda la vida las consecuencias de una imprudente elección, deliberen seriamente los que desean casarse antes de elegir la persona con la que han de convivir para siempre, y en esta deliberación tengan presente las consecuencias que se derivan del matrimonio, en orden, en primer lugar, a la verdadera religión de Cristo, y, además, en orden a sí mismo, al otro cónyuge, a la futura prole y a la sociedad humana y civil. Imploren con asiduidad el auxilio divino para que elijan según la prudencia cristiana, no llevados por el ímpetu ciego y sin freno de la pasión, ni solamente por razones de lucro o por otro motivo menos noble, sino guiados por el amor recto y verdadero y por un afecto leal hacia el futuro cónyuge, buscando, además, en el matrimonio aquellos fines por los que Dios lo ha instituido. No dejen, en fin, de pedir para dicha elección el prudente y tan estimable consejo de los padres, a fin de precaver, con el auxilio del conocimiento más maduro y de la experiencia que ellos tienen en las cosas humanas, toda equivocación perniciosa, y para conseguir también más copiosas bendición divina prometida a los que guardan el cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre (que es el primer mandamiento que va acompañado con recompensa) para que te vaya bien y tengas larga vida sobre la tierra”.

   

No hay comentarios:

Publicar un comentario