El que injustamente lesiona la fama del
prójimo, tiene obligación de repararla cuanto antes y de reparar igualmente los
daños que por esa infamia hayan venido. Y el
fundamento
de esta reparación es común al de todas las lesiones de justicia: HAY QUE
RESTITUIRLE
AL PRÓJIMO LO QUE LE FUE ARREBATADO INJUSTAMENTE, BAJO SENTENCIA
DE
NO SER PERDONADO PARA LA VIDA ETERNA.
Tratándose de una calumnia, no hay otra
solución que desdecirse de ella, aunque en esta confesión pierda la fama el
calumniador (bueno y justo castigo, para quien sin piedad destruye el honor del
prójimo).
Mas no sólo falta al Octavo Mandamiento
con la palabra y la mente, pues también con el oído. Escuchar con gusto la
calumnia y la difamación, aunque no se pronuncia ninguna palabra, fomenta la difusión
de murmuraciones maliciosas y de calumnias, cooperando con su participación aparentemente
pasiva al pecado ajeno. "La caridad nos obliga a defender la reputación
del prójimo. Por consiguiente, posa aquel que escucha la murmuración o la
calumnia: son los oyentes morbosos y poco caritativos, los que hacen
a
los perversos murmuradores" (P. H. Hillare).
Y el que come honra sagrada revienta:
Pobre de aquel o aquella que no conforme con difamar a las personas seglares,
se atreve a lesionar el honor de religiosa y sacerdote, pues allí, de manera especial
toma Dios la defensa.
"No levantarás falso testimonio
contra tu prójimo" (Éxodo 20, 16).
Sobre este Mandamiento expondré la
Doctrina de Santo Tomás, fundamento irrefutable de la Doctrina Católica. Santo
Tomás, el Doctor Angélico de ayer, de hoy y de siempre.
Haciendo la justa aclaración de que
este libro sobre los Mandamientos de Santo Tomás de Aquino, debe la traducción
del Latín al Español, al Señor Licenciado Salvador Abascal. (Editorial
Tradición).
He querido presentar los conceptos de
Santo Tomás textualmente, sin comentarios, como una manifestación de que es la
Santa Madre Iglesia Católica la que apoya mis breves comentarios sobre este
Mandamiento.
"Un Nuevo Mandamiento os doy: que
os améis los unos a los otros, como yo os he amado".
No podemos creer que alguien se precie siquiera
de ser mediano católico; si no cumple este Mandamiento, si se atreve a atacar
lo más respetado del hombre, que es su fama, por tanto, quien por amargura,
despecho, malsana envidia, cruel perversidad ataca el honor, el prestigio del
prójimo, no cumple ese "Nuevo Mandamiento" ni otros más, y, por tanto,
se concluye que no es cristiano: si mucho, un mediocre bautizado
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