EL MATRIMONIO
CRISTIANO.
CASTI
CONNUBII
Pío XI, 31 de
diciembre de 1930.
SUMISIÓN A LA IGLESIA.
109.
– Por lo cual, a fin de que ninguna ficción ni corrupción de dicha ley divina,
sino el verdadero y genuino ilumine el entendimiento de los hombres y dirija
sus costumbres, es menester que se junte con la devoción hacia Dios y el deseo
de servirle una humilde y filial obediencia para con la Iglesia. Cristo Nuestro
Señor constituyó a la Iglesia maestra de la verdad, incluso en lo que se
refiere al orden y gobierno de las costumbres, aun cuando muchas de ellas estén
al alcance del entendimiento humano. Porque así como Dios, vino en auxilio de
la razón humana por medio de la revelación a fin de que el hombre, “aun en la
actual condición en que se encuentra, pueda conocer fácilmente con plena
certidumbre y sin mezcla de error alguno” las mismas verdades naturales que
tienen por objeto la religión y las costumbres, así y para idéntico fin,
constituyó a su Iglesia depositaria y maestra de todas las verdades religiosas
y morales, por tanto, obedezcan los fieles y rindan su inteligencia y voluntad a la Iglesia, si
quieren que su entendimiento se vea inmune del error y libres de corrupción sus
costumbres; obediencia que se ha de extender, para gozar plenamente del auxilio
tan liberalmente ofrecido por Dios, no sólo a las definiciones solemnes de la
Iglesia, sino también en la debida proporción, a las Constituciones y Decretos
que reprueban y condenan algunas opiniones como peligrosas y perversas.
FALSA AUTONOMÍA DE LA RAZÓN.
110.
– Tengan, por tanto, cuidado los fieles cristianos de no caer en una exagerada
independencia de su propio juicio y en una falsa “autonomía” de la razón,
incluso en estas cuestiones que hoy se agitan acerca del matrimonio. Es muy
impropio de todo verdadero cristiano confiar con tanta osadía en el poder de su
inteligencia que únicamente preste asentimiento a lo que conoce por razones
internas; creer que la Iglesia, desconoce por razones internas; creer que la
Iglesia, destinada por Dios para enseñar y regir a todos los pueblos, no está
bien enterada de las condiciones y cosas actuales, o limitan su consentimiento
y obediencia a las definiciones que arriba llamamos solemnes, como si las
restantes decisiones de aquella pudieran ser falsas o no ofrecer motivos
suficientes de verdad y honestidad. Por el contrario, es propio de todo
verdadero discípulo de Jesucristo, sea sabio o ignorantes, dejarse gobernar y
conducir en todo lo que se refiere a la fe y a las costumbres por la Santa
Madre Iglesia, por su supremo Pasto el romano Pontífice, a quien rige el mismo
Jesucristo Señor Nuestro.
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