ERRORES
MODERNOS.
(Encíclica “Humani
Generis”)
Pío XII
34. – Por fin achacan a la filosofía
que se enseña en nuestras escuelas el defecto de atender sólo a la inteligencia
en el proceso del conocimiento sin reparar en el oficio de la voluntad y de los
sentimientos. Lo cual no es verdad, ciertamente; pues la filosofía cristiana
nunca negó la utilidad y la eficacia de las buenas disposiciones de toda el
alma para conocer y abrazar plenamente los principios religiosos y morales; más
aún, siempre enseñó que la falta de tales disposiciones puede ser la causa de
que el entendimiento, ahogado por las pasiones y por la mala voluntad, de tal
manera se oscurezca que no vea cual conviene. Y el Doctor Común cree que el
entendimiento puede percibir de algún modo los más altos bienes correspondientes
al orden moral, tanto natural como sobrenatural, en cuanto experimente en el ánimo
cierta afectiva <<connaturalidad>>
con esos mismos bienes, ya sea natural, ya sea por medio de la gracia divina; y
claro aparece cuánto ese conocimiento subconsciente, por así decir, ayude a las
investigaciones de la razón. Pero una cosa es reconocer la fuerza de los
sentimientos para ayudar a la razón a alcanzar un conocimiento más cierto y más
seguro de las cosas morales, y otra lo que intentan estos novadores, es decir,
atribuir a las facultades volitiva y afectiva cierto poder de intuición, y
afirmar que el hombre, cuando con el discurso de la razón no puede discernir,
que es lo que ha de abrazar como verdadero, acude a la voluntad, mediante la
cual elige libremente entre las opiniones opuestas, con una mezcla inaceptable
de conocimiento y de voluntad.
35. – Ni hay que admirarse de que con
estas nuevas opiniones se ponga en peligro a dos disciplinas filosóficas que
por su misma naturaleza están estrechamente relacionadas con la doctrina católica,
a saber, la teodicea y la ética, cuyo oficio creen que no es demostrar con
certeza algo acerca de Dios o cualquier otro ser trascendente, sino más bien
mostrar que lo que la fe enseña acerca de Dios personal y de sus preceptos, es
enteramente conforme a las necesidades de la vida, y que por lo mismo todos
deben abrazarlo para evitar la desesperación y alcanzar la salvación eterna;
todo lo cual se opone abiertamente a los documentos de Nuestros Predecesores León
XIII y Pío X y no puede conciliarse con los decretos de Concilio Vaticano. No habría,
ciertamente, que deplorar tales desviaciones de la verdad si aun en el campo filosóficas
todos mirasen con la reverencia que conviene al Magisterio de la Iglesia, al
cual corresponde por divina institución no sólo cuestionar e interpretar el depósito
de la verdad revelada, sino también vigilar sobre las disciplinas filosóficas para
que los dogmas católicos no sufran detrimento alguno de las opiniones no
rectas.
36. – Réstanos ahora decir algo acerca de algunas
cuestiones que, aunque pertenezcan a las disciplinas que suelen llamarse
positivas, sin embargo, se entrelazan más o menos con las verdades de la fe
cristiana. No pocos ruegan instantemente que la religión católica atienda lo más
posible a tales disciplinas; lo cual es ciertamente digno de alabanza cuando se
trata de hechos realmente demostrados, empero se ha de admitir con cautela más
bien se trate de hipótesis, aunque de algún modo apoyadas en la ciencia humana,
que rozan con la doctrina contenida en la sagrada Escritura o en la tradición. Si
tales conjeturas opinables se oponen directa o indirectamente a la doctrina que
Dios ha revelado, entonces tal postulado no puede admitirse en modo alguno.
37. – Por esos el Magisterio de la Iglesia no prohíbe que
en investigaciones y disputas entre los hombres doctos de entrambos campos se
trate de la doctrina del evolucionismo,
la cual busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente
(pues la fe católica nos obliga a retener que las almas son creadas
inmediatamente por Dios), según el estado actual de las ciencias humanas y de
la sagrada teología, de modo que las razones de una y otra opinión, es decir de
lo que defiende o pugnan tal doctrina, sean sopesadas y juzgadas con la debida
gravedad, moderación y templanza; con tal que todos estén dispuestos a obedecer
al dictamen de la Iglesia, a quien Cristo confió el encargo de interpretar automáticamente
las Sagradas Escrituras y de defender los dogmas de la fe. Empero algunos, con
temeraria audacia, traspasan esta libertad de discusión, obrando como si el
origen mismo del cuerpo humano de una materia viva prexistente fuese ya
absolutamente cierto y demostrado por los inicios hasta el presente hallados y
por los raciocinios en ellos fundados, y cual si nada hubiese en las fuentes de
la revelación que exija una máxima moderación y cautela en esta materia.
38. – Más tratándose de otra hipótesis, es a saber, del poligenismo, los hijos de la Iglesia no
gozan de la misma libertad, pues los fieles cristianos no pueden abrazar la
teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no
procedentes del mismo protoparente por natural generación, o bien de que Adán
significa el conjunto de los primeros padres; ya que no se ve claro cómo tal
sentencia pueda compaginarse con lo que las fuentes de la verdad y los
documentos del Magisterio de la Iglesia enseñan acerca del pecado original, que
procede del pecado verdaderamente cometido por un solo Adán y que, difundiéndose
a todos los hombres por la generación, es propio de cada uno de ellos.
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