EL MATRIMONIO
CRISTIANO.
CASTI
CONNUBII
Pío XI, 31 de
diciembre de 1930.
VOLVER A LA RAZÓN DIVINA.
100.
– Para lo cual nos parece conveniente, en primer lugar, traer a la memoria
aquel dictamen que, en la sana filosofía, y por lo mismo, en la teología
sagrada es solemne, según el cual todo lo que se ha desviado de su recta
colocación no tiene otro camino para tomar el primitivo estado exigido por su
naturaleza sino volver a la razón divina, que (como enseña el Doctor Angélico)
es el ejemplar de toda rectitud.
LA LEY INVIOLABLE DE DIOS.
101.
– Por lo cual, nuestro predecesor León XIII, de santa memoria, con razón urgía
a los naturalistas con estas gravísimas palabras: “La ley ha sido
providentemente establecida por Dios de tal modo, que las instituciones divinas
y naturales se nos hagan tanto más útiles y saludables cuanto más permanecen íntegras
e inmutables en su estado nativo, puesto que Dios, autor de todas las cosas,
bien sabe qué es lo que más conviene a su naturaleza y conservación y todas las
ordenó de tal manera, que su inteligencia y voluntad, que cada una ha de
obtener su fin de un modo conveniente. Y si la audacia y la impiedad de los
hombres quisieran torcer y perturbar el orden de las cosas, con tanta
providencia establecido, entonces lo mismo que ha sido tan sabia y
provechosamente determinado, empezará a ser obstáculo y dejará de ser útil, sea
porque pierda con el cambio su condición de ayuda, sea porque Dios mismo quiera
castigar la soberbia y temeridad de los hombres”.
LA RAZÓN DIVINA DEL MATRIMONIO.
102.
– Es conveniente, pues, que todos consideren atentamente la razón divina del
matrimonio y procuren conformarse con ella, a fin de restituirlo al debido
orden.
SOMETERSE A LA VOLUNTAD DIVINA.
103.
– Mas como en esta diligencia se opone
principalmente la fuerza de la pasión desenfrenada, que es en realidad la razón
principal por la cual se falta contra las santas leyes del matrimonio, y como
el hombre no puede sujetar sus pasiones si él no se sujeta ante Dios, esto es
lo que primeramente se ha de procurar, conforme al orden establecido por Dios.
Porque es la ley constante que quien se somete a Dios conseguirá refrenar, con
la gracia divina, sus pasiones y su concupiscencia; mas quien fuere rebelde a
Dios tendrá que dolerse al experimentar que sus apetitos desenfrenados le hacen
guerra interior. San Agustín expone de este modo con cuánta sabiduría se haya
esto así establecido. “Es conveniente -dice- que el inferior se sujete al
superior; que aquel que desea se le sujete lo que le es inferior se someta él a
quien le es superior. ¡Reconoce el orden, busca la paz! “¡Tú a Dios; la carne a
ti!”. ¿Qué más justo? “¿Qué más bello?” Tú al mayor y el menor a ti; sirve tú a
quien te hizo para que te sirva lo que se hizo por ti. No reconocemos en
verdad, ni recomendamos este orden: “¡A ti carne y tú a Dios!”, sino: “Tú a
Dios y a ti carne!”. Y si tú desprecias lo primero, es decir, “tú a Dios”, no
conseguirás lo segundo; esto es, “la carne a ti”. Tú que obedeces al Señor, serás
atormentado por el esclavo”.
TESTIMONIO DE SAN PABLO.
104.
– Y el mismo bienaventurado Apóstol de las gentes, inspirado por el Espíritu
Santo, atestigua también este orden, pues, al recordar a los antiguos sabios,
que, habiendo más que suficientemente conocido al autor de todo lo creado,
tuvieron a menos adorarle y reverenciarle, dice: “Por lo cual los entregó Dios
a los deseos de su corazón, a la impureza, de tal manera que deshonrasen ellos
mismos sus propios cuerpos”, y añadiendo: “¡Por esto los entregó a sus pasiones
infames!” “Porque Dios resiste a los soberbios y da a los humildes la gracia”,
sin la cual, como enseña el mismo Apóstol, el hombre es incapaz de refrenar la
concupiscencia rebelde.
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