sábado, 2 de septiembre de 2017

"La Santa Misa: La Santa Misa es el sacrificio por excelencia"





LA SANTA MISA

La Santa Misa es el Sacrificio por excelencia.






        
En la Antigua Ley había cuatro especies de Sacrificio:

1.   El holocausto o sacrificio Latréutico, por el cual se reconocía la suprema autoridad de Dios.
2.   El sacrificio de alabanza y reconocimiento.
3. El sacrificio pacifico, ya Eucarístico ya Impetratorio, para implorar su socorro.
4.    El sacrificio expiatorio, en el que se oraba a Dios como juez y se ofrecía por la remisión del pecado y por la expiación de la culpa.

Eran cuatro sacrificios distintos, con objetivos diferentes:

1.   Para alabar a Dios.
2.   Para dar gracias.
3.   Para pedir por las necesidades.
4.   para implorar perdón.

Desde la Creación del mundo hasta la venida del Mesías, se ofrecían a Dios innumerables holocaustos que el recibía con agrado.

En cambio, en la Santa Misa, se realiza un sólo sacrificio que es al mismo tiempo, Latréutico, Eucarístico, Expiatorio e Impetratorio “Oigamos, a Santo Tomás de Aquino: Atestiguamos con el sacrificio que Dios es el Autor de todas las creaturas que es el fin último y bienaventuranza, Señor absoluto de todo a quien ofrecemos testimonio de nuestra sumisión y adoración un sacrificio visible que representa la ofrenda invisible por la cual el alma se entrega plenamente a Dios, Principio y Fin de todas las cosas.”

En el holocausto judío la víctima era enteramente consumida por el fuego, en otros sacrificios no se quemaba más que una sola parte y el resto quedaba para el Sacerdote o para aquellos que lo habían ofrecido.

En el holocausto todo era consumido por las llamas para reconocer que todo pertenece al Señor y que todo debe ser consagrado.

Dios podía aún y con toda justicia, exigir que el hombre sacrificara su vida así ordeno a Moisés: “Conságrame todo primogénito… tanto de hombre como de animales porque míos son todos.” (Exd., XIII, 1).

Así, pues, siendo la vida de Jesús más noble que la de todos los hombres juntos, su muerte fue también más meritoria y preciosa a los ojos de Dios que podría ser la de todos los hombres.

Y puesto que Jesucristo renueva su muerte en cada Misa síguese que Dios Padre recibe mayor gloria del Santo Sacrificio.

Marchat dice: “¿Qué es esta Misa sino una embajada que envía a la Santísima Trinidad, para poner en sus manos una ofrenda de inestimable valor, por la cual reconocemos su soberanía y le certificamos nuestra sumisión incondicional y absoluta?”

Este presente cotidiano es Jesucristo el mismo hijo de Dios, quién conoce la infinita majestad de Dios y el honor que le es debido; y Él sólo puede en efecto tributar este honor y le rinde dignamente aniquilándose e inmolándose en el Altar.

La adorable víctima se entrega a nosotros toda entera y podemos ofrecerla como un bien propio nuestro a Dios Tres Veces Santo y nosotros miserables pecadores le rendimos de esta suerte el culto y honor que se le debe. Si nos hubiese faltado el Divino Cordero y la Misa, habríamos permanecido los eternos deudores de Dios.

¡Cristianos, será posible que no sintamos vivos deseos de ofrecer cotidianamente a Nuestro Señor y Padre el más grande de los sacrificios! ¡Qué excusa tendríamos el día del Juicio!


Sor Clotilde.

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