LA
SANTA MISA
La Santa Misa es el Sacrificio por excelencia.
En
la Antigua Ley había cuatro especies de Sacrificio:
1. El holocausto o sacrificio Latréutico, por el cual se reconocía
la suprema autoridad de Dios.
2. El sacrificio de alabanza y reconocimiento.
3. El sacrificio pacifico, ya Eucarístico ya Impetratorio,
para implorar su socorro.
4. El sacrificio
expiatorio, en el que se oraba a Dios como juez y se ofrecía por la remisión
del pecado y por la expiación de la culpa.
Eran
cuatro sacrificios distintos, con objetivos diferentes:
1. Para alabar a Dios.
2. Para dar gracias.
3. Para pedir por las necesidades.
4. para implorar perdón.
Desde la Creación del mundo hasta la venida del Mesías, se
ofrecían a Dios innumerables holocaustos que el recibía con agrado.
En cambio, en la Santa Misa, se realiza un sólo sacrificio
que es al mismo tiempo, Latréutico, Eucarístico, Expiatorio e Impetratorio
“Oigamos, a Santo Tomás de Aquino: Atestiguamos con el sacrificio que Dios es
el Autor de todas las creaturas que es el fin último y bienaventuranza, Señor
absoluto de todo a quien ofrecemos testimonio de nuestra sumisión y adoración
un sacrificio visible que representa la ofrenda invisible por la cual el alma
se entrega plenamente a Dios, Principio y Fin de todas las cosas.”
En el holocausto judío la víctima era enteramente consumida
por el fuego, en otros sacrificios no se quemaba más que una sola parte y el
resto quedaba para el Sacerdote o para aquellos que lo habían ofrecido.
En el holocausto todo era consumido por las llamas para
reconocer que todo pertenece al Señor y que todo debe ser consagrado.
Dios podía aún y con toda justicia, exigir que el hombre
sacrificara su vida así ordeno a Moisés: “Conságrame todo primogénito… tanto de
hombre como de animales porque míos son todos.” (Exd., XIII, 1).
Así, pues, siendo la vida de Jesús más noble que la de
todos los hombres juntos, su muerte fue también más meritoria y preciosa a los
ojos de Dios que podría ser la de todos los hombres.
Y puesto que Jesucristo renueva su muerte en cada Misa
síguese que Dios Padre recibe mayor gloria del Santo Sacrificio.
Marchat dice: “¿Qué es esta Misa sino una embajada que
envía a la Santísima Trinidad, para poner en sus manos una ofrenda de
inestimable valor, por la cual reconocemos su soberanía y le certificamos
nuestra sumisión incondicional y absoluta?”
Este presente cotidiano es Jesucristo el mismo hijo de
Dios, quién conoce la infinita majestad de Dios y el honor que le es debido; y
Él sólo puede en efecto tributar este honor y le rinde dignamente aniquilándose
e inmolándose en el Altar.
La adorable víctima se entrega a nosotros toda entera y
podemos ofrecerla como un bien propio nuestro a Dios Tres Veces Santo y
nosotros miserables pecadores le rendimos de esta suerte el culto y honor que
se le debe. Si nos hubiese faltado el Divino Cordero y la Misa, habríamos
permanecido los eternos deudores de Dios.
¡Cristianos, será posible que no sintamos vivos deseos de
ofrecer cotidianamente a Nuestro Señor y Padre el más grande de los
sacrificios! ¡Qué excusa tendríamos el día del Juicio!
Sor Clotilde.
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