IV.-
AMOR Y SEXO.
Caminando
por la gran Ciudad de México, hermosa en sí, pero afeada por el abigarramiento
de máquinas y aglomeración de personas, he visto anuncios que además de
eclipsar la hermosura de los edificios y avenidas repugnan por su mala
filosofía y su pésima gramática "Higiene es Salud", "Amar al
niño es comprenderlo”... y me pregunto; ¿acaso la Secretaría de Educación no
repara en estos errores o no se entera que deforma el pensamiento y dañan la
cultura? No lo sé, lo que sí sé es que higiene no es salud, que una cosa es
higiene y otra cosa es salud, y que si la higiene preserva de las enfermedades
y nos libra de ellas y que en consecuencia nos conserva la salud, eso no quiere
decir que la higiene sea salud o la salud sea higiene. Igualmente, las personas
deseosas de hacer propaganda a sus negocios, buscan una publicidad que "impacte",
- como se dice hoy con bastante vulgaridad – y para ellos exhiben anuncios con
tales faltas de ortografía, que la mente se confunde; sin embargo, ellas
concluyen: "escribimos mal, pero lo hacemos bien". Y algo que
horroriza por su impiedad es leer la propaganda de un aceite para motores que
dice: "no solo de aceite vive el coche" parodiando así la Sagrada
Escritura, la Inspiración Divina: "No sólo de pan vive el hombre...".
Aquí ya no se falta únicamente a las ciencias humanas; aquí se mofan de la
religiosidad y se rebaja lo divino; pero lo importante para ellos es ganar
dinero, gozar del placer y vivir sin freno, pues las ciencias, el hombre y Dios
no son de su incumbencia.
Y
dirán ¿qué tiene que ver esta larga introducción con el amor y el sexo? Mucho, ya
que hoy amor y sexo para la mayoría significan lo mismo.
Aun
cuando las relaciones sexuales llenen las debidas condiciones y se efectúen
dentro de la licitud y la normalidad, no dejan de ser únicamente una expresión
física del amor, pero no el amor, son sólo una de las expresiones; no la única,
y esta expresión física es exclusiva de los esposos. Esta unión es la
consecuencia, la necesidad lógica, honesta, legítima de un verdadero amor; pero
de una sola faceta del amor: el amor de los cónyuges. Pero ni es el Amor, ni el
amor de los esposos es todo el amor.
Cuántas
veces por la lejanía o por variadas circunstancias no realizan los esposos su
unión y, sin embargo, si su amor es verdadero se siguen amando entrañablemente
sin creer que tales mezquindades pueden acabar con la solicitud y la dicha de
amarse.
Pero
si ese tipo de manifestaciones es privativo de los cónyuges para la procreación
y la cristalización de su amor, el amor no es exclusivo para ellos; ya que el
amor es tan inmenso como sublime, pues emana del mismo Dios que es EL AMOR. El
amor tiene muchas expresiones, cual más hermosa. Veamos: el amor de los Padres generoso,
sacrificado, perseverante, connatural, imparcial, casi único y semejante, de
algún modo, al del mismo Dios; el amor filial que, aunque a veces ingrato, no
pierde su pureza y su candor; el dulce, pero sólido amor entre hermanos; el
amor de los amigos tan consolador, tan pleno, afecto este, tan fuerte y
singular que comúnmente muere con la misma muerte para resucitar en la
eternidad. Y todos estos amores, no son sino participaciones, manifestaciones
de un solo amor: del AMOR y no necesitan del sexo, antes el sexo los
derrumbaría, los "mataría; luego sexo no es amor. Estas clases de amores
sin sexo, se nutren, se gozan, se alimentan con obras de generosidad, de
gratitud, confianza, ternura, comprensión, fidelidad, constancia... y si
hubiera alguna manifestación física conmovería por su delicadeza, ternura y
respeto: no sería manifestación del sexo; sino del amor.
¿Verdad
que el sexo no es el amor?
Y,
¿qué diremos de las almas consagradas a quienes mueve solamente el amor de Dios
y de su prójimo? ¡Qué completo, qué exquisito es el amor cuando se ama por el
mismo amor sin condición y sin barreras! Esto sí es amor. ¿Qué sería de
nosotros los que amorosa y voluntariamente renunciamos a la carne para ofrendar
nuestra perpetua y perenne castidad al amor de los amores Cristo Nuestro Señor?
Acaso pensarán que no sabemos amar, puesto que renunciamos al placer de la
carne: ¡imposible! concebir así sería un disparate, ya que nuestro primer
impulso fue por el Amor, en el Amor y con el Amor y nuestra perseverancia se
debe al Amor y a un Amor más fuete que la muerte. (Cant. VIll-6).
¿Y
el Amor divino, el Amor de Dios, Esencia del Amor, quien no sólo nos ama con un
amor extraordinario e individual, sino
que nos participa y nos baña de su Amor? El amor divino que no sólo no recuerda
a la carne, sino que es puramente espiritual y que si tiene presente la materia
es para ordenarla y elevaría hacia Él.
Ahora:
cuando las relaciones sexuales son ilícitas, prohibidas, inmorales,
indudablemente, sólo son pasiones carnales y si queremos ser benignos,
llamémosles: desviaciones del amor.
Si
Dios es Amor y Él nos participa de ese Amor, siendo El esencialmente el Amor,
tiene que ser el amor no sólo la búsqueda del amado, sino la realización del
bien por el amado. ¿Y qué mayor bien que ayudar a aquellos que amamos, a buscar
la felicidad a través de las buenas obras, de una vida limpia procurándoles así
el equilibrio y la paz; alma de la
verdadera dicha aquí en la tierra y fundamento de la eternidad feliz? Todo lo contrario
sucede a aquellos que por un momento de placer traicionan al amor para darle
paso a la pasión, al deseo de la carne.
Los
afectos desordenados convertidos, en pasión, nulifican la grandeza del
verdadero amor que tan agradable le es al creador despreciando y destruyendo la
gracia divina que eleva; conduce y fortalece hacia la realización de un
auténtico amor. Otra cosa, cuando los hombres pierden, de distintas formas, el
objeto de su pasión, de su placer terminan en el crimen, la embriaguez, la
traición, la desesperación, el suicidio y estos no pueden ser frutos del amor.
Ojalá
el mundo llegue a nombrar las cosas por su nombre y cuando exhiban
desvergonzadamente sus caricias eróticas y morbosas; cuando se juren amor en
sus adulterios y en su desquiciado amor libre, no pregonen que es amor, no se
escuden en tan bello concepto y confiesen con valor: "a esto llamamos
pasión desenfrenada de la carne".
Algo
que nos angustia, que nos lleva casi a la desesperación por sentimos impotentes
para detener tal desenfreno y porque vemos que el mundo cada vez se acostumbra
a esto, por lo menos a verlo, y porque, los obligados a reformar la sociedad ya
viven en constante disimulo, es el homosexualismo, del cual ya no son casos
aislados ni menos ocultos. Antes al contrario, yo no sé de dónde, pero pululan
y con tal descaro que al mismo tiempo que se les mira, evocan a Sodoma y a
Gomorra y se pregunta uno: ¿qué tiempos habrían sido peores? Indudablemente que
estos, porque ahora los pecadores están bautizados.
Y
acerca de los homosexuales, hay unos que de algún modo nos conmueven y otros
que nos provocan indignación: nos conmueven aquellos cuya inocencia fue
corrompida, aquellos que recibieron una educación equivocada, inmoral,
tergiversada y nos indignan aquellos que viviendo disolutamente llegaron a
sacar del placer insólitos placeres y terminaron idolatrando asquerosamente a
su mismo sexo. Esto no es más que la lógica consecuencia de una naturaleza
viciada en el apetito carnal y un justo castigo de Dios a su desenfreno. Porque
si algo es despreciable y repugnante hasta las náuseas es ver que a un hombre
le guste otro hombre y a una mujer le apasione otra mujer. ¡Qué estigma más
vergonzoso! Este tipo de gente abunda hoy por todas partes presentando con
descaro y audacia sus pésimas costumbres y su asquerosa apariencia,
corrompiendo con sus degeneradas costumbres a otros inmorales, que aún no
habían llegado allí, o que en verdad fueron cayendo sin sentido. Este horrible
pecado contra la misma naturaleza que convierte al ser humano en esclavo feroz
de la carne, ellos lo trasmiten e inyectan, por decido así, a los niños; nada
agrada tanto al homosexual como corromper infantes. ¿Qué hacemos ante tan
peligrosa situación?
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