EL MATRIMONIO CRISTIANO.
CASTI CONNUBII
Pío XI, 31 de diciembre de 1930.
I.
BIENES DEL MATRIMONIO CRISTIANO
DOCTRINA DE SAN AGUSTÍN.
11.
– “Comenzando ahora a exponer, venerables hermanos, cuáles y cuán grandes sean
los bienes concedidos por Dios al verdadero matrimonio, se nos ocurren las
palabras de aquel preclarísimo doctor de la Iglesia a quien recientemente ensalzamos
en Nuestra Encíclica “AD SALUTEM”,
dada con ocasión del XV centenarios de su muerte: “Esto -dice San Agustín- son
bienes por los cuales son buenas las nupcias: la PROLE, la FIDELIDAD,
el SACRAMENTO”.
De qué modo estos tres capítulos contengan, con razón, una síntesis fecunda de
toda la doctrina acerca del matrimonio cristiano, lo declara expresamente el
mismo santo doctor cuando dice: “En la FIDELIDAD se atiende a que fuera del
vínculo conyugal, no se una con otro o con otra; en la PROLE, a que esta se
reciba con amor, se críe con benignidad, y se eduque religiosamente; en el SACRAMENTO,
a que el matrimonio no se disuelva y a que el repudiado o repudiada no se una a otro ni aún por razón
de prole. Esta es una como regla del matrimonio, con el cual o se embellece la
fecundidad de la naturaleza o se reprime el desorden de la incontinencia”.
LOS HIJOS PRIMER BIEN.
12. – “La PROLE, por lo tanto, ocupa el primer
lugar entre los bienes del matrimonio. Y por cierto que el mismo creador del
linaje humano, que quiso benignamente usar de los hombres como cooperadores en
la propagación de la vida, lo enseñó así cuando, al instituir el matrimonio en
el paraíso, dijo a nuestros primeros padres, y por ellos a todos los futuros
cónyuges: “Creced y multiplicaos y llenad la tierra”. Lo cual también
bellamente deduce San Agustín de las palabras del Apóstol San Pablo a Timoteo,
cuando dice: “Que se celebre el matrimonio con el fin de engendrar”, lo
testifica así el Apóstol: “Quiero -dice- que las que son jóvenes se casen”. Y
como se le preguntara: “¿Con qué fin?”, añade en seguida: “Para que críen
hijos, para que sean madres de familia”.
Frente a la exposición de San Agustín y los
ilustrísimos comentarios del Santo Padre Pío XI, yo sólo puedo tomar la palabra
para acentuar y lograr que quede claro el Primer Bien del Matrimonio. El primer
Bien del Matrimonio que son los hijos, no sólo hacen crecer y feliz a la
familia, sino que su expansión influye en la sociedad y en el mundo. ¿Qué sería
de los matrimonios sino floreciera allí la paternidad y la maternidad? ¿Qué
objeto trascendente tendría un matrimonio sino hubiera retoños humanos? No se
puede pensar en un mundo sin seres humanos. ¿De qué serviría la belleza de la
tierra con todo y su flora, su fauna, sus astros y sus estrellas sino hubiera
hombres? Recordemos como Nuestro Señor primero creo todo lo creable y bello,
pero siempre en funciones del rey de la creación, el hombre. Cuando el hombre
es creado, ya antes Dios había preparado todo un mundo de belleza y servicio
para esperarlo. Así es el Plan de Dios: “Creced y multiplicaos y llenad la
tierra” dice el Apóstol San Pablo: “Quiero que las que son jóvenes se casen,
para que críen hijos, para que sean madres de familia”. Es un Mandato Divino.
Si los seres humanos guardaran su
matrimonio con castidad y fueran fieles y, además, sólo procrearan dentro del
sacramento y en la edad adecuada, la tierra se poblaría ordenadamente, sin
exceso.
NACEN POR LA VIRTUD DE DIOS
13.
– “Cuán grande sea este beneficio de Dios y bien del matrimonio, se deduce de
la dignidad y altísimo fin del hombre, quien en virtud de la preeminencia de su
naturaleza racional, supera a todas las restantes criaturas visibles. Dios,
además, quiere que sean engendrados los hombres, no solamente para que vivan y
llenen la tierra, sino muy principalmente para que sean adoradores suyos, le
conozcan y le amen, y, finalmente, lo gocen para siempre en los cielos fin que
supera, por la admirable elevación del hombre, hecha por Dios, al orden
sobrenatural, cuando el ojo vio y el oído oyó y ha entrado al corazón del
hombre. De donde fácilmente aparece cuán gran don de la divina bondad y cuán
egregio fruto del matrimonio sean los hijos, que vienen a este mundo, por la virtud
omnipotente de Dios, con la cooperación de los esposos”.
Tomaremos ahora los últimos dos reglones de
esta Encíclica: “Que vienen a este mundo por la virtud omnipotente de Dios con
la cooperación de los esposos”. Es muy importante que se reflexione con
profundidad sobre estos últimos conceptos: “La cooperación de los esposos” los esposos
no son los que dan la vida, son los que se prestan con su propio
recipiente para que Dios omnipotente, deposite allí la vida a través de un alma
creada por Él. La creación no ha terminado, ni en tiempo ni en espacio. Dios
sigue creando día con día infinidad de almas, para depositarlas en los cuerpos que,
a través de un proceso físico y fisiológico y de un acto mandado por Él, los
padres de familia presentan a un cuerpo en potencia. He aquí el maravilloso
misterio de la procreación donde el hombre se presta y Dios regala el Don de la
Vida.
Retrocedemos al párrafo 13 para aclarar
que la finalidad de Dios inspirada en el matrimonio sobre la PROLE, no es
únicamente para vivir y ocupar un espacio, sino fundamentalmente para que le
den Gloria a Dios a través del conocimiento y le busquen con amor y Dios, al
final, les dará el Cielo. Por tanto, esas vidas nuevas deben orientarse para
que alcancen su felicidad terrena y eterna.
Sor Clotilde
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