ERRORES
MODERNOS.
(Encíclica “Humani
Generis”)
Pío XII
27. – Algunos también ponen en discusión
si los Ángeles son personas; si la materia difiere esencialmente del Espíritu. Otros
desvirtúan el concepto de gratitud del orden sobrenatural, sostenido que Dios
no puede crear seres inteligentes sin ordenarlos y llamarlos a la visión beatifica.
Nos sólo, sino que, pasando por alto las definiciones del Concilio de Trento,
se destruye el concepto de pecado original, junto con el de pecado en general en
cuanto ofensa de Dios, como también el de la satisfacción que Cristo ha dado
por nosotros. Ni faltan quienes sostienen que la Doctrina de la
Transubstanciación, basada como está en un concepto filosófico de substancia ya
anticuado, debe ser corregida, de manera que la presencia real de Cristo en la
Santísima Eucaristía se reduzca a un simbolismo, en el que las especies
consagradas no son más que señales externas de la presencia espiritual de
Cristo y de su unión íntima con los fieles, miembros suyos en el Cuerpo Místico.
28. – Algunos no se consideran obligados a
abrazar la doctrina que hace algunos años expusimos en una Encíclica, y que está
fundada en las fuentes de la Revelación, según la cual el Cuerpo Místico de
Cristo y la Iglesia Católica Romana son una misma cosa. Algunos reducen a una
vana fórmula la necesidad de pertenecer a la Iglesia verdadera para conseguir
la salud eterna. Otros finalmente no admiten el carácter racional de la
credibilidad de la fe cristiana.
29. – Sabemos que estos y otros errores
semejantes se propagan entre algunos hijos Nuestros, descarriados por un celo
imprudente o por una falsa ciencia; y Nos vemos obligados a repetirles, con
tristeza verdades conocidísimas y errores manifiestos, y a indicarles, no sin
ansiedad, los peligros de engaño a que se exponen.
30. – Es una cosa sabida cuánto estime la
Iglesia la humana razón, a la cual atañe demostrar con certeza la existencia de
un solo Dios personal, comprobar invenciblemente los fundamentos de la misma fe
cristiana por medio de sus notas divinas, expresar por conveniente manera la
ley que el Creador ha impuesto en las almas de los hombres, y, por fin,
alcanzar algún conocimiento, y por cierto fructuosísimo, de los misterios. Más la
razón sólo podrá ejercer tal oficio de un modo apto y seguro si hubiere sido
cultivada convenientemente, es decir, si hubiera sido nutrida con aquella sana filosofía
que es ya como un patrimonio heredado de las precedentes generaciones
cristinas, y que por consiguiente goza de alguna autoridad de un orden superior,
por cuanto el mismo Misterio de la iglesia ha utilizado sus principios y sus
principales asertos, manifestados y definidos y definidos lentamente por
hombres de gran talento, para comprobar la misma Divina Revelación, esta filosofía,
reconocida y aceptada por la iglesia, defiende el verdadero y recto valor del
conocimiento humano, los incursos principios metafísicos -a saber, los de razón
suficiente, causalidad y finalidad- y la posesión de la verdad cierta e
inmutable.
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