ERRORES
MODERNOS.
(Encíclica “Humani
Generis”)
Pío XII
31. – Cierto que en la filosofía se
exponen muchas cosas que ni directa ni indirectamente se refiere a la fe o a
las costumbres, y por lo mismo la Iglesia deja a la libre disputa de los
peritos; pero en muchas otras no tiene lugar tal libertad, principalmente
asertos que poca ha hemos recordado. Aún en estas cuestiones esenciales se
puede vestir a la filosofía con más aptas y ricas vestiduras, reforzadas con
más eficaces expresiones, despojarla de ciertos modos escolares menos aptos,
enriquecerla con cautela con ciertos elementos del progresivo pensamiento
humano; pero nunca es lícito, derribarla, o contaminarla con falsos principios,
o estimarla como un grande momento, pero ya en desuso. Pues la verdad y su
expresión filosófica no pueden cambiar con el tiempo, principalmente cuando se
trata de los principios que la mente humana conoce por sí mismos, o de aquellos
juicios que se apoyan tanto en la sabiduría de los siglos como en el consenso y
fundamento de la divina revelación. Cualquier verdad que la mente humana,
buscando con rectitud, descubre, no puede estar en contradicción con otra
verdad ya alcanzada; pues Dios, Verdad suma, creó y rige la humana inteligencia
de tal modo que no opone cada día nuevas verdades a las ya adquiridas, sino
que, apartados los errores que tal vez se hubieren introducido, edifica la
verdad sobre la verdad, de modo tan ordenado y orgánico como aparece formada la
misma naturaleza de la que se extrae la verdad. Por lo cual el cristiano, tanto
filosofo como teólogo, no abraza apresurada y ligeramente cualquier novedad que
en el decurso del tiempo se proponga, sino que ha de sopesarla con suma
determinación y someterla a justo examen, no sea que pierda la verdad ya
adquirida o la corrompa, con grave peligro y detrimento de la misma fe.
32. – Si bien se examina cuanto llevamos
expuesto, fácilmente se comprenderá que la Iglesia exige que los futuros
sacerdotes sean instruidos en las disciplinas filosóficas <según el método,
la doctrina y los principios del Doctor Angélico>, puesto que con la
experiencia de muchos siglos conoce perfectamente que el método y el sistema
del Aquinate se distingue por su singular valor tanto para la educación de los
jóvenes como para la investigación de las más recónditas verdades, y que su
doctrina suena como al unisolo con la divina revelación, y es eficacísima para
asegurar los fundamentos de la fe y para recoger de modo útil y seguro los
frutos del sano progreso.
33. – Es, pues, altamente deplorable que
hoy día algunos desprecien una filosofía que la Iglesia ha aceptado y aprobado,
y que imprudentemente la apelliden anticuada en su forma y racionalística, así
dicen, en sus procedimientos. Pues afirman que esta nuestra filosofía defiende
erróneamente la posibilidad de una metafísica absolutamente verdadera, mientras
ellos sostienen, por el contrario, que las verdades, principalmente las
trascendentes, sólo pueden expresarse con doctrinas divergentes que mutuamente
se completan, aunque entre sí parezcan oponerse. Por los cual conceden que la
filosofía que se enseña en nuestras escuelas, con lúcida exposición y solución
de los problemas, con su exacta precisión de los conceptos y con sus claras
distinciones, puede ser apta preparación al estudio de la teología, como se
adaptó perfectamente a la mentalidad del medio evo; pero creen que no es un
método que corresponda a la cultura y a las necesidades modernas. Añaden además
que la filosofía perenne es sólo una filosofía de las esencias inmutables
mientras que la mente moderna ha de considerar la <<existencia>> de
los seres singulares y la vida de su continua fluencia. Y mientras desprecian
esta filosofía, ensalzan otras, antiguas y modernas, orientales u occidentales,
de tal modo que parecen insinuar que cualquier filosofía o doctrina opinable,
añadiéndole algunas correcciones o complementos si fuere menester; puede
compaginarse con el dogma católico; lo cual ningún católico puede dudar ser del
todo falso, principalmente cuando se trata de los falsos sistemas llamados inmanentismo, o idealismo, o materialismo, ya sea histórico ya dialéctico, o
también existencialismo, tanto si
defiende el ateísmo como si al menos impugna el valor del raciocinio
metafísico.
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