domingo, 30 de julio de 2017

"La Santa Misa: El Ser de la Misa"




LA SANTA MISA

   

  
E L   S E R   D E   L A   M I S A

“La Santa Misa es, sencillamente, la actualización del Sacrificio de Cristo en el Calvario, es el mismo Sacrificio, sólo que incruento. “La Santa Misa es el Sacrificio incruento de la Nueva Ley que conmemora y renueva el sacrificio del Calvario, en el cuál se ofrece a Dios, en Mística inmolación el Cuerpo y la Sangre de Cristo, bajo las Especies Sacramentales del Pan y del Vino, realizado por el mismo Cristo a través del legítimo Ministro para reconocer el Supremo Dominio de Dios y aplicarnos los méritos del Sacrificio de la Cruz”.
La Santa Misa es el sacrificio incruento de la Nueva Ley, que conmemora y renueva el del Calvario, en el cual se ofrece a Dios en Mística inmolación, el Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las Especies Sacramentales del Pan y del Vino realizado por el mismo Cristo, a través del Legítimo Ministro para reconocer el supremo dominio de Dios y aplicarnos los méritos del Sacrificio de la Cruz. El Sacrificio de la Cruz y el Sacrificio del Altar son uno sólo e idéntico, sin más diferencia que el modo de ofrecerse: cruento en la Cruz e incruento en el Altar”. (Doctrina Católica).

La Mediator Dei, hermosa y profunda Encíclica del Santo e inolvidable Pío XII, dice al respecto: “La Sabiduría Divina ha encontrado el medio admirable de hacer manifiesto el Sacrificio del Redentor: La demostración de su muerte real en el Sacrificio del Altar”.

Monseñor Thiamer Tóth, extraordinario, prolífico y ferviente escritor, expresa: “La Santa Misa es un sangrar misterioso de las Llagas de Cristo; una renovación incesante del Sacrificio de la Cruz, La Santa Misa es un Gólgota, porque derrama un diluvio de Gracias desde la Cruz”.

Ese sentido místico, personal del Santo Sacrificio se ha perdido, y por ello, se ha anulado el recogimiento, el Espíritu Contemplativo y la resección de Gracias.

“La Santa Misa es el Sacrificio ofrecido a Dio, por manos de un Ministro consagrado, en reconocimiento de la Soberanía del Altísimo”. (Valdello).

El Concilio de Trento explica larga y claramente la esencia de la Misa. Su Santidad el Papa León XIII, en su Encíclica Mirae Caritatis sintetiza la idea del Concilio Tridentino: “El Sacrificio de la Misa es, no una vana y vacía conmemoración de la muerte de Cristo, sino una verdadera y admirable, aunque mística e incruenta, renovación de ella”.

Y en la Encínclica Miserentícimus Redemptor de su Santidad Pío XII, leemos: “Conviene que recordemos siempre que toda la Virtud de la expiación cruenta se renueva cada día en nuestros Altares”.

“La Eucaristía ó Santo Sacrificio de la Misa es el Memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la Obra de Salvación realizada por la vida, la muerte y la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Obra que se hace presente por la acción Litúrgica”. (Catecismo Romano 1490).

La Santa Misa es sustancialmente, el mismo Sacrificio de la Cruz con todo su valor infinito: La misma víctima Cristo; por consiguiente, la misma Oblación, el mismo Sacerdote principal, a través del Sacerdote Ministerial. No hay más que algunas diferencias accidentales.

“Una y la misma víctima, es la víctima que ahora se ofrece por Ministerio de los Sacerdotes y que se ofreció entonces en la Cruz; solo es distinto el modo de ofrecerse”. (Densinger 940).

Idéntico es el Sacerdote Jesucristo, cuya divina persona está representada por el Sacerdote Ministerial: la misma víctima, Jesucristo en el Calvario, Jesucristo en el Altar; en el sentido empleado por la Sagrada Escritura. El memorial no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado; sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres. En la Celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen en cierta forma presentes y actuales, de esta manera Israel entiende su liberación de Egipto. Cada vez que es celebrada la Pascua, los acontecimientos del Éxodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes, a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos.

“El Memorial recibe en un sentido nuevo, en el Nuevo Testamento, cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y esta se hace presente. En el Sacrificio que Cristo ofreció una vez para siempre. En la Cruz permanece siempre actual. Cuantas veces se renueve en el Altar el Sacrificio de la Cruz, en el que Cristo nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra de nuestra Redención”. Extraída esta preciosa enseñanza ó más bien confirmación, del Catecismo de la Iglesia Católica.

Éramos aún pequeños cuando sin tener una plena comprensión, ya identificábamos la Pasión de Cristo con la Santa Misa y, así con esa base, fuimos poco a poco penetrando más en el concepto y el hecho del Sacrificio del Calvario y el Sacrificio del Altar. Siendo la Iglesia Universal en tiempo, espacio, origen, fin, medios; es muy importante que el idioma sea también universal; ya que el que conoce el ser, la esencia y la naturaleza de la misma, se incorpora indudablemente, al Santo Sacrificio y se empeña en responder el idioma usado en antaño en la Santa Misa, incorporándose a la traducción, mediante los antiguos misales, eso para los fieles. Pues para el Rito del Sacrificio el idioma era unificador. ¡Imposible! en otro tiempo contemplar el mismo Sacrificio con diferencias sobre todo la Consagración que es invariable e insustituible; ya que es la esencia de la misma.

Asisto a Misa, estoy presente en el Calvario de Cristo; estoy con el mismo Cristo, con el Eterno Padre. Asistamos al Santo Sacrificio de la Misa, como quien asiste al calvario y desde luego no entraremos en vana tristeza, sino en paz y alegría, la alegría de los hijos de Dios, porque estaremos en la intimidad con Cristo, quién transformará nuestras almas y nos dará luz y sabiduría, conocimiento y penetración: unidos todos en un amor sin límites al Cristo de la Cruz, al Cristo de la Eucaristía.

Asistamos a la Santa Misa siempre que podamos, además de los Domingos y días festivos. Unámonos a Cristo mediante el Sacerdote y elevemos nuestras plegarias al Padre Eterno, iluminados por el Espíritu Santo y así, lograremos un mundo seguro, alegre y justo.



Sor Clotilde

sábado, 29 de julio de 2017

"Doctrina de los Doce Apóstoles: Los dos caminos y Camino de la vida".




DIDACHÉ
O
LA DOCTRINA DE LOS DOCE APÓSTOLES
Y
CARTAS DE SAN CLEMENTE ROMANO
Padres apostólicos I

  
DOCTRINA DE LOS DOCE APÓSTOLES

DOCTRINA DEL SEÑOR A LAS NACIONES POR MEDIO DE LOS
    DOCE APÓSTOLES.

Los dos caminos       Dos caminos hay, uno de la vida y otros de la muerte; pero grande es la diferencia que hay entre estos dos caminos (I).
Camino de la vida.     Ahora bien, el camino de la vida es éste:
                                      En primer lugar, amarás a Dios que te ha creado; y, en segundo lugar, a tu prójimo, como a ti mismo.
Y todo aquello que no quieras que se haga contigo, no lo hagas tú tampoco a otro (2).

(I)          La alegoría de los dos caminos no es original del autor de la didaché, pero tampoco creo que se pueda señalar una fuente literaria de donde se haya tomado directamente, pues se trata de una de las más elementales metáforas de la mente humana. De ahí que se encuentre como base de instrucción moral en todas las grandes religiones. Los griegos la conocen desde Hesíodo: “La maldad puede cualquiera tomarla, aun a montones, pues su camino es llano, y está cerca de nosotros; frente a la virtud, en cambio, los dioses inmortales pusieron el sudor, pues la senda que a ella conduce es larga y empinada y difícil en sus comienzos; más una vez que se llega a la cima, se hace fácil en adelante, aunque así sea difícil.” (Los trabajos y los días, v. 287-292). Versos famosícimos que luego se citan constantemente en la literatura griega, Sócrates mismo se edificó en ellos. Los sofistas desarrollan el tema de Hércules en el cruce de caminos; cf. Jenofonte, Memorabilia Socratis, libro II, c.I. 21. El autor de la Didaché no tenía por que ir a tan remotas y, para él, ciertamente incógnitas regiones literarias, cuando tenía la misma imagen en el Evangelio (Mt. VII, 13-15). En el Antiguo testamento es también frecuente. Sobre esta imagen, aperte de la bellísima alegoría del árbol junto a las aguas, se funda el Salmo I, fundamento, a su vez, de todo el Salterio.

(2)       El hecho de que Didaché ponga desde el primer momento el amor de Dios y del prójimo como fundamento de la vida cristiana, es marca y sello de su esencia evangélica. La promulgación definitiva del primero y máximo mandamiento, su enlace esencial con el segundo –“el segundo es semejante al primero”-, el haber colgado, como de áurea anilla, de esos dos mandamientos toda la ley y los profetas, se deben áurea y exclusivamente al Maestro Divino. Juntamente con el doble concepto del amor de Dios y del prójimo, se consigna la “regla de oro” de los estoicos posteriores; “Todo lo que no quieras que se haga contigo no lo hagas tú a los otros.” La regla está ya formulada en Tobías IV, 16, y el Señor, la ratificó en el sermón de la montaña, dándole forma positiva: Así, pues, todo aquello que vosotros queréis que os hagan los hombres, hacedlo también vosotros a ellos. Porque ésta es la ley y los profetas.” Mat. VII, 12, cf. Luc. VI, 31.

VERSIÓN Y NOTAS
POR EL
RVDO. P. DANIEL RUIZ BUENO C. M. E.

Catedrático de Lengua Griega. 

jueves, 27 de julio de 2017

"La Santa Misa, La Mística de la Misa"





LA SANTA MISA

La Mística de la Misa






INTRODUCCIÓN

Cosas sublimes se han escrito sobre la Santa Misa: libros profundos y seriamente teológicos, otros, completamente didácticos, algunos a modo de catequesis para el pueblo. Indudablemente que nunca ha faltado la información sobre la Santa Misa; sin embargo, una servidora como miembro de una comunidad que se dedica, entre otras cosas, a la difusión de la Literatura Católica, desea aportar, con sencillez y piedad, una exposición personal sobre el Santo Sacrificio y recordar la perenne doctrina de la Santa Misa y, así instruir al pueblo católico que parece no saber o haber olvidado lo que es la esencia de la Misa.

Estamos frente a una sociedad que ha perdido la conciencia y ha llegado “felizmente” a una inversión insólita de toda clase de valores que le permite vivir sin ley, sin reglas y, con una falsa libertad que da pavor. Pero esta manipulación que ha conducido al desajuste de principios y valores, no se ha quedado exclusivamente en el aspecto natural del individuo; sino que ha arrasado, del mismo modo, los Valores Religiosos y, entre ellos, la falta de respeto al Recinto Sagrado, al Culto Divino, hasta llegar al centro de la Liturgia y de la vida cristiana, el Santo Sacrificio de la Misa, donde el sacrificio queda impíamente reducido en una fiesta, donde todo es importante menos Dios.
El cristiano no recuerda ya lo que es la Misa y, busca en ella, como en todo, en este mundo sibarita y placentero, la propia satisfacción: “Dios es para mí, y no yo para Dios”. Eso de que nacimos para dar gloria a Dios y salvarnos quedó en el pasado.

Se dice que hoy, en esta época tecnologizada… hay una gran “cultura” y, por tanto, vemos que, por alcanzar un poco de saber, se ha perdido la sabiduría. Una humanidad que abarrota universidades, pero que poco sabe de lo que aprende y nada de lo que estudia. Sin conocer la más elemental urbanidad asiste en pants, en shorts a la Iglesia, grita en todas partes, sin apreciar donde se encuentra. No se diga del vestuario con que acude al Templo, sobre todo si hay una ceremonia, no me refiero sólo a las ridiculeces, sino peor a las deshonestidades con que llegan a la Casa de Dios. Me pregunto: ¿Porqué los Sacerdotes no defienden la dignidad del Templo y la Infinita Grandeza de Dios?

La mayoría, con raras excepciones, llega al templo, se sienta y si hay con quién conversar, mientras empieza la Liturgia, se comunica en cualquier tono y de cualquier tema, olvidándose de que Jesucristo permanece en el Sagrario con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad. No se saluda con respeto, veneración y adoración al Rey de reyes y Señor de los señores.

Ya hemos olvidado, desde el fondo del ser, la grandeza infinita del Santo Sacrificio de la Misa, así como a la Santísima víctima de la Misa: Jesucristo Dios y Hombre Verdadero. La Misa suele ser para cada quién, lo que decide o interpreta: Las Lecturas, los cantos, la piedad del Sacerdote, la convivencia, pero nunca el profundo concepto de lo que es la Santa Misa.


CUAL FUERE TU MISA, TAL SERÁ TU FE

“Cual fuere tu Misa, tal será tu fe, cual fuere tu fe; será tu moral, cual fuere tu moral; tal será tu vida, cual fuere tu vida acá en la tierra, también lo será allá arriba en la Eternidad” (Monseñor Thiamer Tóth).

R E F L E X I Ó N

Asistir a la Santa Misa y vivirla, es penetrar el Santuario infinito de la Trinidad… es conocer a Cristo en su infinitud… es prepararse, para llegar al Ofertorio y unirse a Cristo para ofrendarse con ÉL al Padre, por el mundo y por la Iglesia, siempre asistidos por el Espíritu Santo.

Vivir el Santo Sacrificio, es sentir intensamente la Presencia inefable del Padre Eterno, a quién se ofrece el sacrificio; es llegar a la Consagración para que, avivando la Fe, contemplemos al Padre Eterno que recibe el Sacrificio de Jesucristo para su Gloria y para la salvación del mundo.

Vivir la Misa, es contemplar la Pasión de Cristo, en aquél ayer lejano que se convierte en un presente real y, aunque incruento, no deja de ser el mismo Sacrificio del Gólgota.

Vivir la Misa, es entablar, aunque indignamente, pero en verdad, un diálogo con el Padre Eterno, a través de Cristo, iluminados y fortalecidos por el Espíritu Santo. Es un diálogo para decir al Padre, a través de su Hijo, Camino, Verdad y Vida, que le amamos, le pedimos perdón por nuestros yerros, le imploramos misericordia y le ofrecemos nuestra vida.



Sor Clotilde

miércoles, 26 de julio de 2017

"Didaché o, La Doctrina de los Doce Apóstoles y Cartas de San Clemente Romano, Los Padres Apostólicos I"




 DIDACHÉ
O
LA DOCTRINA DE LOS DOCE APÓSTOLES
Y
CARTAS DE SAN CLEMENTE ROMANO
Padres apostólicos I






“La presentación de este escrito debe aumentar el amor a la Iglesia Católica; ya que penetramos directa o indirectamente a la Doctrina de los Apóstoles, a través de los Padres Apostólicos.
Conozcamos, la Sagrada Escritura, pero no por laicos mal preparados. Si la hemos de estudiar que sea bajo la enseñanza de los Sacerdotes, quienes por su saber están obligados a enseñar con rectitud y sabiduría la Palabra Infinita y Eterna del Dios que es, fue y será por siempre.
Si aman la Iglesia estudien no sólo la Sagrada Escritura, las Encíclicas de los Papas, toda enseñanza del Magisterio Eclesiástico, la Historia de la Iglesia que es la Historia paralela de Dios y el hombre”.
Con el nombre de Padres Apostólicos se conoce una serie, no muy numerosa, de escritores, anónimos algunos, que trataron o se supone haber tratado en vida a los Apóstoles. La denominación se remonta al patrólogo J. B. Cotelier, que en 1671 editó a cinco de estos escritores bajo el título de Patres aevi apostolici: Bernabé, Clemente Romano, Ignacio, Policarpo y Hermas. Luego se añadió también a Papías y la carta a Diogneto, con lo que resultaron siete Padres Apostólicos. Desde el principio también se acostumbró editar como apéndice a los escritores de San Ignacio y San Policarpo, la relación de su martirio. La Didaché, parece ser el escrito cristiano, no canónico, más antiguo que conocemos, anterior incluso a algunos libros del Nuevo Testamento, figura también por derecho propio en las colecciones de Padres Apostólicos.
La crítica, naturalmente, ha apurado mucho todo lo referente a esos Padres y sus escritos, y en realidad de verdad, fuera de San Policarpo, auditor joannis por testimonio de Irineo, apenas queda nadie de quien pueda asegurarse con certeza que conoció a los apóstoles. Sin embargo, la denominación vale la pena guardarla, y lo mismo el conjunto de obras que acogía, que son, en todo caso, eco vivo de la predicación apostólica.
Parece superfluo ponderar su interés, más que cada uno de esos escritos tiene el suyo peculiar, objeto que será de estudio especial en lugar oportuno. La Colección Excelsa, que se inició justamente con la publicación de las admirables Cartas de San Ignacio Mártir, va a ofrecer, en volúmenes sucesivos, la versión completa de los demás Padres Apostólicos. A este primer volumen, que contiene, la Didaché y las cartas de San Clemente Romano, seguirá próximamente otros que incluirá la epístola de San Bernabé, la Epístola a Diogneto, el martirio de Policarpo y los fragmentos de Papías. Un tercero y último volumen se dedicará íntegro al pastor de Hermas.
Creemos sinceramente que la publicación en lengua castellana de estos memorables momentos de la primitiva Iglesia ha de reportar un gran bien para la espiritualidad cristiana española. Todos los que sienta sed, que vengan aquí a las fuentes, las que manan más inmediatas a la pura corriente evangélica y apostólica. Despues de los libros divinamente inspirados, Evangelios, Hechos y cartas de los Apóstoles, no hay escritos que nos den una impresión tan inmediata, tan íntima, tan cálida del alma de la Iglesia, como este conjunto de breves obras que van, desde la anónima Didaché, al Pastor de Hermas. Son, si bien no todos en el mismo grado, la ausencia de literatura y la plenitud de sinceridad y vida divina. Son escritos nacidos todos, o casi todos, en el seno mismo de la Comunidad primitiva, sin mirar, como hacen luego los apologistas, al mundo pagano, y por eso los orea a todos un aire de intimidad, como si nos hubiera sido dado sorprender una de aquellas reuniones dominicales y escuchar la voz del obispo de Roma bajo las catacumbas, o una íntima conversión de Ignacio de Antioquía y Policarpo de Esmirna. Y es tanto mayor la urgencia de esta publicación cuanto que, hoy, la mayor parte de los escritos de los Padres Apostólicos son, aun para los estudiosos, casi absolutamente inaccesibles. Algunos no los recoge la gran colección de Migne, o lo hace sólo en parte y en muy deficientes versiones, porque los textos originales completos se descubrieron más tarde. Las ediciones científicas no son ya tampoco asequibles, y bastante lo lamentamos. No dudamos, pues, que para la inmensa mayoría estos humildes volúmenes han de constituir una verdadera y no poco grata revelación.
Nunca nos cansamos de contemplar la faz de nuestra vieja y eternamente joven Madre la Iglesia. El gran Newman empezó así a conocer el rostro de su verdadera Madre, la Iglesia Católica: “Con la Iglesia oficial (anglicana)… comparaba yo aquel poder vigoroso y fresco que encontraba en mis lecturas de los primeros siglos. En su celo triunfante por este misterio primitivo, al cual yo tanta devoción tenía desde mi juventud, reconocí “el movimiento de mi Madre espiritual: Incessu potuit dea. El vigor de su ascética, la paciencia de sus mártires, la irresistible determinación de sus obispos, el paso regocijado de su marcha, me exaltaban y abatían a la vez. Me decía a mí mismo: Mira este cuadro y este otro…”
VERSIÓN Y NOTAS
POR EL
RVDO. P. DANIEL RUIZ BUENO C. M. E.
Catedrático de Lengua Griega. 

jueves, 20 de julio de 2017

INAESTIMABILE DONUM” SOBRE ALGUNAS NORMAS ACERCA DEL CULTO DEL MISTERIO EUCARÍSTICO


PÁRRAFOS
“INAESTIMABILE DONUM”
SOBRE ALGUNAS NORMAS ACERCA
DEL CULTO DEL MISTERIO EUCARÍSTICO

 


7.   El fiel religioso o sea el seglar, autorizado como ministro extraordinario de la Eucaristía, podrá distribuir la Comunión, solamente cuando falte el Sacerdote el diácono o el acólito, cuando el Sacerdote está impedido por enfermedad o por su edad avanzada, o cuando el número de fieles que se acercan a la Comunión sea tan grande que haría prolongar excesivamente la celebración de la Misa. Es pues reprochable la actitud de Sacerdotes que, aun estando presentes en la celebración, se abstienen de distribuir la Comunión, dejando la incumbencia a los seglares.

8.   Por lo que se refiere al modo de acercarse a la Comunión, ésta puede recibirse por los fieles bien sea de rodillas bien de pie, según las normas establecidas por la Conferencia Episcopal. “Cuando los fieles comulgan de rodillas no se les exige ningún otro signo de reverencia al Santísimo Sacramento, ya que la misma genuflexión es expresión de adoración. En cambio, cuando comulgan de pie, acercándose al altar procesionalmente, hagan un acto de reverencia antes de recibir el Sacramento, en el lugar y de la manera adecuados, con tal de no desordenar el turno de los fieles”.

9.   En cuanto a la Comunión bajo las dos especies, obsérvese lo que ha determinado la Iglesia, sea por la veneración debida al mismo Sacramento, sea por la utilidad de los que reciben la Eucaristía según la diversidad de circunstancias, de tiempo y de lugar.

10.   No están permitidas a las mujeres las funciones de servicio al altar.


B.  CULTO EUCARÍSTICO FUERA DE LA MISA.

11.   Se recomienda vivamente la devoción tanto pública como privada hacia la Santísima Eucaristía, incluso fuera de la Misa: por tanto, deriva del Sacrificio y tiende a la Comunión Sacramental y Espiritual.

12No se olvide que “antes de la bendición con el Sacramento debe dedicarse un tiempo conveniente a lecturas de la palabra de Dios, a cantos y plegarias y a un poco de oración en silencio”. Al final de la adoración se canta un himno, se recita o se canta una de las oraciones, tomada de entre las que están en el Ritual Romano.

13 Ante el Santísimo Sacramento, guardado en el Sagrario o expuesto públicamente, manténgase la práctica venerable de la genuflexión en señal de adoración. Este acto requiere que se le dé un profundo contenido. Para que el corazón se incline ante Dios con profunda reverencia, la genuflexión no sea ni apresurada ni distraída.



Roma, 3 de abril de 1980, día del Jueves Santo.

Esta instrucción preparada por la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, ha sido aprobada el 17 de abril de 1980 por el Santo Padre Juan Pablo II, el cual, confirmándola con su autoridad, ha ordenado que sea publicada y observada por los interesados.


James R. Card. Knox
Prefecto

                                                         Virgilio Noé

                                                         Secretario adjunto



domingo, 16 de julio de 2017

“INAESTIMABILE DONUM” SOBRE ALGUNAS NORMAS ACERCA DEL CULTO DEL MISTERIO EUCARÍSTICO




PÁRRAFOS
“INAESTIMABILE DONUM”
SOBRE ALGUNAS NORMAS ACERCA
DEL CULTO DEL MISTERIO EUCARÍSTICO
 
  


  


      El don inestimable de la Santísima Eucaristía ha sido nuevamente objeto de consideración del Santo Padre Juan Pablo II en la Carta dirigida a los obispos y, por medio de ellos, a los Sacerdotes, el 24 de febrero de 1980. En consecuencia, la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino llama la atención de los Obispos sobre algunas normas relativas al culto de tan grande Misterio.

         No pueden esconder la preocupación con que se observan los más variados y frecuentes abusos, que son señalados desde las diversas partes del mundo católico: confusión de las funciones, especialmente por lo que se refiere al ministerio sacerdotal y a la función de los seglares (recitación indiscriminada y común de las plegaria eucarística, homilía hecha por seglares, seglares que distribuyen la comunión mientras los sacerdotes se eximen); creciente pérdida del sentido de lo sagrado (abandono de los ornamentos, eucaristías celebradas fuera de las Iglesias sin verdadera necesidad, falta de reverencia y respeto al Santísimo Sacramento, etc.); desconocimiento del carácter eclesial de la liturgia (uso de textos privados, proliferación de plegarias eucarísticas no aprobada, instrumentalización de los textos litúrgicos para finalidades sociopolíticas). En estos casos nos hallamos ante una verdadera falsificación de la liturgia católica: “incurre en falsedad el que, de parte de la Iglesia, ofrece a Dios un culto contrario a la forma que, con autoridad divina, la Iglesia misma ha instituido y continúa observando”.

         Ahora bien, todo esto no puede dar buenos frutos. Las consecuencias son  -y no pueden menos de serlo- la quebradura de la unidad de fe y de culto en la Iglesia, la inseguridad doctrinal, el escándalo y la perplejidad del Pueblo de Dios, y casi inevitable las reacciones violentas.

A.  LA SANTA MISA

1.   La homilía tiene la finalidad de explicar a los fieles la palabra de Dios proclamada en las lecturas y actualizar su mensaje. La homilía corresponde por lo tanto al sacerdote.

2.   La proclamación de la Plegaria eucarística que, por su naturaleza, es como el culmen de toda la celebración, está reservada al sacerdote, en virtud de su ordenación. Por tanto, es un abuso hacer decir algunas partes de la Plegaria eucarística al diácono, a un ministro inferior o a los fieles. Plegaria eucarística: la respuesta al diálogo del Prefacio, el Sanctus, la aclamación después de la consagración y el Amén es particular debería resaltar con el canto, dado que es el más importante de toda la Misa.

3.   Úsense únicamente las Plegarias eucarísticas incluidas en el Misal Romano o legítimamente admitidas por la Sede Apostólica, según las modalidades y límites por ella establecidos. Es un gravísimo abuso modificar las Plegarias eucarísticas aprobadas por la Iglesia o adoptar otras compuestas privadamente.

4.   Recuérdese que durante la Plegaria eucarística no se debe recitar oraciones o ejecutar cantos. Al proclamar la Plegaria eucarística, el sacerdote pronuncie claramente el texto, de manera que facilite a los fieles la comprensión y favorezca la formación de una verdadera asamblea, compenetrada toda ella en la celebración del Memorial del Señor.

5.   Materia de la Eucaristía. Fiel al ejemplo de Cristo, la Iglesia ha usado constantemente el pan y el vino con agua para celebrar la cena del Señor. El pan para la celebración de la Eucaristía, según la tradición de toda la Iglesia, debe ser únicamente de trigo y, según la tradición propia de la Iglesia latina, ázimo. Por razón del signo, la materia de la celebración eucarística “se presenta de verdad como alimento”. Esto debe entenderse de la consistencia del pan y no de la forma que sigue siendo la tradicional. No pueden agregarse ingredientes extraños a la harina de trigo y agua. La preparación del pan requiere atento cuidado, de manera que la confección no se haga con menoscabo de la dignidad debida al pan eucarístico, hasta una decorosa fracción, no dé origen a excesivos fragmentos y no hiera la sensibilidad de los fieles al comerlo. El vino para la celebración eucarística debe ser extraído “del fruto de la vid” (Luc. XX,18), natural y genuino, es decir, no mezclado con sustancias extrañas.

6.   La Comunión eucarística. La Comunión es un don del Señor, que se ofrece a los fieles por medio del ministro autorizado para ello. No se admite que los fieles tomen por sí mismos el pan consagrado y el cáliz sagrado; y mucho menos que se lo haga pasar de uno a otro.

Roma, 3 de abril de 1980, día del Jueves Santo.

Esta instrucción preparada por la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, ha sido aprobada el 17 de abril de 1980 por el Santo Padre Juan Pablo II, el cual, confirmándola con su autoridad, ha ordenado que sea publicada y observada por los interesados.


James R. Card. Knox
Prefecto

                                                         Virgilio Noé
                                                         Secretario adjunto

(Continúa) 

martes, 4 de julio de 2017

Casti Connubii Procurar la rectitud, Colaboración entre la Iglesia y Estado, Apoyo total a la Ley Divina y Eclesiástica, Ventajas de esta colaboración,Posibilidad de cooperación entre los dos poderes y Exhortación final."

EL MATRIMONIO CRISTIANO.
CASTI CONNUBII
Pío XI, 31 de diciembre de 1930.



PROCURAR LA RECTITUD DEL ORDEN MORAL.
130. –  Pero no sólo en lo que atañe a los bienes temporales importa, venerables hermanos, a la autoridad pública que esté bien constituido el matrimonio y la familia, sino también en lo que se refiere al provecho que se ha de llamar propio de las almas, o sea, en que se den justas leyes relativas a la fidelidad conyugal, al mutuo auxilio de los esposos y cosas semejantes, y a que se cumpla fielmente: porque como comprueba la Historia, la salud de la sociedad y la felicidad de los ciudadanos no puede quedar resguardada y segura si vacila el mismo fundamento en que se basa, que es la rectitud del orden moral, y si está tiene su origen la sociedad, es decir, el matrimonio y la familia.


COLABORACIÓN ENTRE LA IGLESIA Y EL ESTADO.
131. – Ahora bien: para conservar el orden moral no basta ni las penas ni recursos externos de la sociedad ni la necesidad y atractivo de la virtud, sino que se requiere una autoridad religiosa que ilumine nuestro entendimiento con la luz de la verdad y dirija la voluntad y fortaleza la fragilidad humana con los auxilios de la divina gracia, y no hay otra fuera de la Iglesia instituida por Cristo Nuestro Señor. Por lo cual encarecidamente exhortamos en el Señor a todos los investidos con la suprema potestad civil a procurar y mantener la concordia y amistad con la misma Iglesia de Cristo, para que, mediante la cooperación diligente de ambas potestades, se destierren los gravísimos males que amenazan tanto a la Iglesia como a la sociedad civil si penetran en el matrimonio y en la familia procaces libertades.


APOYO TOTAL A LA LEY DIVINA Y ECLESIÁSTICA.
132. – Mucho pueden favorecer las leyes civiles a este oficio gravísimo de la Iglesia, teniendo en cuenta en sus disposiciones lo que han establecido la ley divina y eclesiástica y castigando a los que las quebranten. No faltan, en efecto, quienes creen que lo que las leyes civiles permiten o no castigan es también lícito según la ley moral, ni quienes lo pongan por obra, no obstante, la oposición de la conciencia, ya que no temen a Dios y nada juzgan deben temer de las leyes humanas, causando así no pocas veces su propia ruina y la de otros muchos.


VENTAJAS DE ESTA COLABORACIÓN.
133. – Más ni a la integridad ni a los derechos de la sociedad puede venir peligro o menoscabo de esta unión con la Iglesia; toda sospecha y todo temor semejante es vano y sin fundamento, lo cual ya dejó bien probado León XIII: “Nadie duda        -afirma- que el Fundador de la Iglesia, Jesucristo, haya querido que la potestad sagrada sea distinta de la potestad civil, y que tenga cada una libertad y facilidad para desempeñar su cometido; pero con esta añadidura, que conviene a las dos e interesa a todos los hombres que haya entre ellas unión y concordia…. Pues si amigablemente conviene la potestad sagrada de la Iglesia y la autoridad civil, ha de seguirse, por fuerza, utilidad grande para los dos. La dignidad de una se enlace, y si la religión va adelante, su gobierno será siempre justo; a la otra se prestan auxilios de tutela y defensa encaminados al bien público de los fieles”. Y para aducir ejemplo claro y de actualidad, sucedió esto conforme al orden debido y enteramente según la ley de Cristo, cuando en el Concordato solemne entre la Santa Sede y el reino de Italia, felizmente llevado a cabo, se estableció un convenio pacífico y una cooperación también amigable en orden a los matrimonios, como convenía a la historia gloriosa de Italia y a los sagrados recuerdos de la antigüedad. Véase lo que se lee en el Pacto de Letrán: “La nación italiana, queriendo restituir al matrimonio, que es la base de la familia, una dignidad que esté en armonía con las tradiciones de su pueblo reconoce efectos civiles al sacramento del matrimonio que se conforme con el Derecho Canónico, a la cual norma y fundamento se añade después otras convenciones mutuas.


POSIBILIDAD DE COOPERACIÓN ENTRE LOS DOS PODERES.
134. – Esto puede a todos servir de ejemplo y argumento de que también en nuestra edad (en la que, por desgracia, tanto se predica la separación absoluta de la autoridad civil, no ya sólo de la Iglesia, sino, lo que es más, de toda religión) pueden los dos poderes supremos, mirando a su propio bien y al bien común de la sociedad, unirse y pactar amigablemente, sin lesión alguna de los derechos y de la potestad de ambos, y de común acuerdo velar por el matrimonio, a fin de apartar de las familias cristianas peligros tan funestos y una ruina ya inminente. Queremos, pues, venerables hermanos, que todo lo que, movidos de solicitud pastoral, acabamos de considerar con vosotros, lo difundáis con largueza, siguiendo las normas de la prudencia cristiana, entre todos nuestros amados hijos confiados a vuestros cuidados inmediatos, entre todos cuantos sean miembros de la gran familia cristiana, a fin de que conozcan todos perfectamente la verdadera doctrina acerca del matrimonio, se aparten con diligencia de los peligros preparados por los pregoneros el error y, sobre todo, “para que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivan sobria, justa y religiosamente en este siglo, aguardando la bienaventuranza esperada y la venida gloriosa del gran Dios y Salvador Nuestro Jesucristo.


EXHORTACIÓN FINAL.
135. – Haga Dios Padre Omnipotente, “del  cual es nombrado toda paternidad en los cielos y en la tierra”, que robustece a los débiles y da fuerza a los tímidos y pusilánimes; haga Nuestro Señor y Redentor Jesucristo “fundador y perfeccionador de los venerables sacramentos “, que quiso y determinó que el matrimonio fuese una imagen mística de su unión inefable con la Iglesia; haga el Espíritu Santo, Dios caridad, lumbre de los corazones y vigor de los espíritus, que cuanto en estas letras hemos expuesto acerca del santo sacramento del matrimonio, sobre la ley y voluntad admirable de Dios en lo que a él se refiere, sobre los errores y peligros que los amenazan y sobre los remedios con que se les puede combatir, lo impriman todos en su inteligencia, lo acaten en su voluntad y, con su gracia divina, lo pongan por obra, para que así la fecundidad consagrada al Señor, la fidelidad inmaculada, la firmeza inquebrantable, la profundidad del sacramento y la plenitud de la gracia vuelvan a florecer y cobrar nuevo vigor en los matrimonios cristianos.


BENDICIÓN APOSTOLÍCA.
136. – Y para que Dios Nuestro Señor, autor de toda gracia, cuyo es todo “querer y obrar”, se digne concederlo según la grandeza de su benignidad y de su omnipotencia, mientras con instancia elevamos humildemente nuestras preces al trono de su gracia, os damos, venerables hermanos, a vosotros, al clero y al pueblo confiado a los constantes desvelos de vuestra vigilancia, la bendición apostólica, prenda de la bendición copiosa de Dios Omnipotente.

         Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 31 de diciembre de 1930, año IX de nuestro Pontificado.


Pío XI, Papa.