PÁRRAFOS
“INAESTIMABILE
DONUM”
SOBRE
ALGUNAS NORMAS ACERCA
DEL CULTO
DEL MISTERIO EUCARÍSTICO
El don inestimable de
la Santísima Eucaristía ha sido nuevamente objeto de consideración del Santo
Padre Juan Pablo II en la Carta dirigida a los obispos y, por medio de ellos, a
los Sacerdotes, el 24 de febrero de 1980. En consecuencia, la Sagrada Congregación
para los Sacramentos y el Culto Divino llama la atención de los Obispos sobre
algunas normas relativas al culto de tan grande Misterio.
No pueden esconder la preocupación con que se observan los
más variados y frecuentes abusos, que son señalados desde las diversas partes
del mundo católico: confusión de las funciones, especialmente por lo que se
refiere al ministerio sacerdotal y a la función de los seglares (recitación
indiscriminada y común de las plegaria eucarística, homilía hecha por seglares,
seglares que distribuyen la comunión mientras los sacerdotes se eximen); creciente
pérdida del sentido de lo sagrado (abandono de los ornamentos, eucaristías
celebradas fuera de las Iglesias sin verdadera necesidad, falta de reverencia y
respeto al Santísimo Sacramento, etc.); desconocimiento
del carácter eclesial de la liturgia (uso de textos privados, proliferación de
plegarias eucarísticas no aprobada, instrumentalización de los textos
litúrgicos para finalidades sociopolíticas). En estos casos nos hallamos ante
una verdadera falsificación de la liturgia católica: “incurre en falsedad el
que, de parte de la Iglesia, ofrece a Dios un culto contrario a la forma que,
con autoridad divina, la Iglesia misma ha instituido y continúa observando”.
Ahora bien, todo esto no puede dar buenos frutos. Las
consecuencias son -y no pueden menos de
serlo- la quebradura de la unidad de fe y de culto en la Iglesia, la
inseguridad doctrinal, el escándalo y la perplejidad del Pueblo de Dios, y casi
inevitable las reacciones violentas.
A. LA SANTA MISA
1. La homilía tiene la finalidad de explicar a los fieles la
palabra de Dios proclamada en las lecturas y actualizar su mensaje. La homilía
corresponde por lo tanto al sacerdote.
2. La proclamación de la Plegaria eucarística que, por su
naturaleza, es como el culmen de toda la celebración, está reservada al
sacerdote, en virtud de su ordenación. Por tanto, es un abuso hacer decir
algunas partes de la Plegaria eucarística al diácono, a un ministro inferior o
a los fieles. Plegaria eucarística: la respuesta al diálogo del Prefacio, el Sanctus, la aclamación después de la
consagración y el Amén es particular
debería resaltar con el canto, dado que es el más importante de toda la Misa.
3. Úsense únicamente las Plegarias eucarísticas incluidas en
el Misal Romano o legítimamente admitidas por la Sede Apostólica, según las
modalidades y límites por ella establecidos. Es un gravísimo abuso modificar
las Plegarias eucarísticas aprobadas por la Iglesia o adoptar otras compuestas
privadamente.
4. Recuérdese que durante la Plegaria eucarística no se debe
recitar oraciones o ejecutar cantos. Al proclamar la Plegaria eucarística, el
sacerdote pronuncie claramente el texto, de manera que facilite a los fieles la
comprensión y favorezca la formación de una verdadera asamblea, compenetrada
toda ella en la celebración del Memorial del Señor.
5. Materia de la
Eucaristía. Fiel al ejemplo de Cristo,
la Iglesia ha usado constantemente el pan y el vino con agua para celebrar la
cena del Señor. El pan para la celebración de la Eucaristía, según la tradición
de toda la Iglesia, debe ser únicamente de trigo y, según la tradición propia
de la Iglesia latina, ázimo. Por razón del signo, la materia de la celebración
eucarística “se presenta de verdad como alimento”. Esto debe entenderse de la
consistencia del pan y no de la forma que sigue siendo la tradicional. No
pueden agregarse ingredientes extraños a la harina de trigo y agua. La
preparación del pan requiere atento cuidado, de manera que la confección no se
haga con menoscabo de la dignidad debida al pan eucarístico, hasta una decorosa
fracción, no dé origen a excesivos fragmentos y no hiera la sensibilidad de los
fieles al comerlo. El vino para la celebración eucarística debe ser extraído
“del fruto de la vid” (Luc. XX,18), natural y genuino, es decir, no mezclado
con sustancias extrañas.
6. La Comunión eucarística. La
Comunión es un don del Señor, que se ofrece a los fieles por medio del ministro
autorizado para ello. No se admite que los fieles tomen por sí
mismos el pan consagrado y el cáliz sagrado; y mucho menos que se lo haga pasar
de uno a otro.
Roma, 3 de abril de 1980, día
del Jueves Santo.
Esta
instrucción preparada por la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el
Culto Divino, ha sido aprobada el 17 de abril de 1980 por el Santo Padre Juan
Pablo II, el cual, confirmándola con su autoridad, ha ordenado que sea
publicada y observada por los interesados.
James R. Card. Knox
Prefecto
Virgilio Noé
Secretario adjunto
(Continúa)
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