A PROPOSITO DEL APOCALIPSIS.
Dios revela al hombre y, cuando esté
recibe la revelación, tiene una asistencia sobrenatural para entender y
escribir literalmente, sin error, y sin perder la conciencia, ni su propia
personalidad.
Dicha revelación de Dios, procede ante
el mundo con todas las características necesarias para que el hombre perciba el
Mensaje Divino. Sin embargo, todo lo revelado, aun no siendo profecía, tiene un
fondo infinito, eterno, puesto que fluye del “Entendimiento Divino”, que dicta
con Sabiduría Eterna e Infinita. Por tanto, la Iglesia, “Madre y maestra”,
profundiza cada palabra, cada texto, para enseñar a los fieles, no la
superficie, no el contorno, sino la expresión de Dios, de lo que Él quiere
decirnos.
El exegeta, asistido por el Espíritu
Santo, se interna, no queda en la superficie, pero sólo llega hasta donde Dios
quiere. Y, aunque estos exegetas se pasarán la vida penetrando el contenido,
morirían sin haber descubierto el fondo la inmensidad eterna e infinita de la
Revelación Divina. Nosotros finitos, y de naturaleza humana, sólo podemos
llegar hasta donde nuestra capacidad de creatura lo permite y hasta donde Dios
lo quiere.
Los exegetas, quienes interpretan los
sentidos de la Sagrada Escritura, han sido autorizados por la Santa Madre
Iglesia y asistidos por el Espíritu Santo. Está prohibido que cualquier
cristiano se atreva a querer interpretar la Biblia. Se puede leer, pero nunca
darle nuestra propia interpretación. Los mismos sacerdotes que, durante su
carrera sacerdotal y después de ordenados estudian Sagrada Escritura, se
sujetan a la exegesis expresada por la Iglesia a través del magisterio
Eclesiástico.
La
Revelación Divina terminó con San Juan y ésto, es Dogma de Fe; sin embargo, a
través del tiempo y de los estudios autorizados por la Iglesia, puede abrirse
un poco más la verdad, pero nunca cambiarla.
Esta introducción me he permitido
hacerla, porque de un tiempo para acá he descubierto que, los sacerdotes
subestiman la grandeza del mensaje del Apocalipsis y niegan, de muchas formas,
que sea profético o bien, rebajan la realidad de las profecías y dicen que el
Apocalipsis no es sino un conjunto de figuras, símbolos, metáforas… e incluso,
hace dos tres días, escuche decir a un sacerdote que nada teníamos que temer,
con respecto a los castigos, que eso ya estaba descifrado, que eran simplemente
Códigos como el Código Da Vinci, ¿Qué estructura mental, cultural, espiritual tendrá
este pobre sacerdote, cuando así se expresa de esta excelsa profecía, rica, no
solo en figuras y lenguaje, sino, sobre todo, en su significado que emerge de
la eterna e infinita sabiduría Divina?
Es verdad que está lleno de hermosas metáforas, figuras y símbolos,
pero eso es hacia afuera, porque al fondo de todo ello está la Palabra Eterna e
Infinita del Dios que dictó.
A mí juicio, sin haber jamás estudiado
y menos especializádome en Sagrada Escritura, tengo del Apocalipsis un sublime
concepto: Este libro profético, revelado por Dios a San Juan Evangelista, -insisto-
tiene las más bellas figuras e imágenes, metáforas etc. pues como ya dije antes,
la Revelación Divina se hizo para el hombre, para la naturaleza humana; aunque
al fin y al cabo, con la Fe y las enseñanzas del Magisterio logramos comprender,
dentro de nuestra misma naturaleza, está misteriosa y bellísima profecía.
Este Libro profético de San Juan, lleva a la contemplación,
pues él recibió este mensaje trascendental, bello y profundo en éxtasis. En
cuanto a los símbolos, a las figuras y a las mismas analogías, remarco son la
expresión natural, hacia afuera, de la intensidad interior de las honduras del
Creador.
¡¡¡Por Dios!!! ¿Cómo quedarnos fuera de
estos avisos, lecciones y “Misterios Divinos”? Si Él es eterno, infinito e
inmutable, su inspiración es Eterna, Infinita e Inmutable.
Aprovecho este pequeño resumen para
hacer una pregunta, que deseo me conteste un sacerdote: ¿En qué quedo la
Tradición Apostólica? ¿Por qué ya no se habla de ella, y sólo nos remiten a la
sagrada Escritura cuando tiene el mismo valor de Verdad Revelada que la Biblia?
Nos estamos volviendo luteranos.
Sor Clotilde
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