Recuerden
que los domingos expondremos la Encíclica “Casti Connubbi”, sobre el matrimonio,
y los miércoles, la Encíclica “Mortalium Animos”, sobre el Verdadero Ecumenismo.
ENCÍCLICA
“MORTALIUM ANIMOS”
DEL PAPA PÍO XI
(acerca de cómo se ha de fomentar la
verdadera Unidad Religiosa)
6 DE ENERO DE 1928
EL GRAN HEREJE
9. UN ERROR CAPITAL
DEL MOVIMIENTO ECUMÉNICO EN LA PRETENDIDA UNIÓN DE IGLESIAS CRISTIANAS. Y
aquí se Nos ofrece ocasión de exponer y refutar una falsa opinión de la cual
parece depender toda esta cuestión, y en la cual tiene su origen la múltiple
acción y confabulación de los católicos que trabajan, como hemos dicho, por la
unión de las Iglesias cristianas. Los autores de este proyecto no dejan de
repetir casi infinitas veces las palabras de Cristo “Sean todos una misma cosa… Habrá un solo rebaño, y un sólo pastor”,
mas de tal manera las entienden, que, según ellos, sólo significan un deseo y
una aspiración de Jesucristo, deseo que todavía no se ha realizado. Opinan,
pues, que la unidad de fe y de gobierno, nota distintiva de la Verdadera y
Única Iglesia de Cristo, no ha existido casi hasta ahora, y ni siquiera hoy
existe: podrá, ciertamente, desearse, y tal vez algún día se consiga, mediante
la concorde impulsión de las voluntades; pero entre tanto, habrá que
considerarla sólo como un ideal.
COMENTARIO
Jesucristo Nuestro Señor, al fundar su Iglesia, nombra
categóricamente a un Papa, no a varios Papas. Deja a la máxima autoridad y,
alrededor de ella, todos Unidos para recibir una sola Revelación: Biblia y Tradición
Apostólica. Un solo Magisterio. No manda o sugiere, Nuestro Señor, una
liberalidad para que todos propongan y sea un conjunto de novedades, de falsas
Doctrinas. O bien, que la Iglesia haya de romper con preceptos propios y
suplirlos por errores, o aceptar errores para lograr una Iglesia Unida. Sí
somos católicos, lo seremos todos y, en todo; de lo contrario, habría que
desconocer la existencia de la Verdad, el Bien y la belleza.
Estas
descabelladas ideas, nacidas en la mente del enemigo, las apoyan con textos de
la Sagrada Escritura desviadamente interpretados.
“LA DIVISIÓN” DE LA IGLESIA”. Añade que
la Iglesia, de suyo o por su propia naturaleza, está dividida en partes; esto
es, se halla compuesta de varias comunidades distintas, separadas todavía unas
de otras, y que la Iglesia sólo fue única y una, a lo sumo desde la edad
apostólica hasta tiempo de los Primeros Concilios Ecuménicos. Sería necesario
pues – dicen-, que, suprimiendo y dejando a un lado las controversias y
variaciones rancias de opiniones, que han dividido hasta hoy a las familias
cristianas, se formule, se proponga con las doctrinas restantes una norma común
de fe, con cuya profesión puedan todas no ya reconocerse, sino sentirse
hermanos. Y cuando las múltiples iglesias o comunidades estén unidas por un
pacto universal, entonces será cuando puedan resistir sólida y fructuosamente
los avances de la impiedad…
COMENTARIO
La Iglesia no está dividida en partes,
simplemente hay Categorías, Jerarquías… y, en su expansión por el mundo,
realiza lo mismo, para todas las naciones, razas lenguas…, no cambia ni su
poder, ni su autoridad, ni su doctrina. Ciertos ortodoxos, hijos de la Iglesia,
sólo han sido comprendidos y dejados en un culto más pío y esplendoroso, pero
obedecen al Papa y Creen en la Única Revelación de Dios, afirmando que la Santa
Madre Iglesia es: Una, Santa, Católica y Apostólica.
A estos herejes no les da vergüenza suplantar
la verdadera Historia, sea Eclesiástica o profana, con tal de engañar y salir
con la suya.
Esto es así
tomando las cosas en general, Venerables Hermanos; más hay quienes afirman y
conceden que el llamado protestantismo ha desechado demasiado
desconsideradamente ciertas doctrinas fundamentales de la fe y algunos ritos
del culto externo ciertamente agradables y útiles, los que la Iglesia Romana
por el contrario aún conserva; añaden sin embargo en el acto, que ella ha
obrado mal porque corrompió la religión primitiva por cuanto agregó y propuso
como cosa de fe algunas doctrinas no sólo ajenas sino más bien opuestas al
Evangelio, entre las cuales se enumera especialmente el Primado de jurisdicción
que ella adjudica a Pedro y a sus sucesores en la Sede Romana.
COMENTARIO
Es inconcebible que se atrevan a sostener
que la doctrina de un Lutero cualquiera, socio de otros herejes, se enfrenten a
la Palabra Omnipotente, a la Sabiduría sin fin y, además, se alcancen la
audacia de quererla suplantar. Insensatos, atrevidos, soberbios…
En el número de aquellos,
aunque no sean muchos, figuran también los que conceden al Romano Pontífice
cierto Primado de honor o alguna jurisdicción o potestad de la cual creen, sin
embargo, que desciende no del Derecho Divino sino de cierto consenso de los
fieles. Otros en cambio aun avanzan a desear que el mismo Pontífice presida sus
asambleas las que pueden llamarse multicolores. Por lo demás, aun cuando podrán
encontrarse a muchos no católicos que predican a pulmón lleno la unión fraterna
en Cristo, sin embargo, hallarás pocos a quienes se les ocurre que han de
sujetarse y obedecer al Vicario de Jesucristo cuando enseña o manda y gobierna.
Entretanto aseveran que están dispuestos a actuar gustosos en unión con la
Iglesia Romana, naturalmente en igualdad de condiciones jurídicas, o sea de iguales
a igual: más si pudieran actuar no parece dudoso de que lo harían con la
intención de que por un pacto o convenio por establecerse tal vez, no fueran
obligados a abandonar sus opiniones que constituyen aun la causa por qué
continúan errando y vagando fuera del Único Redil del Cristo.
COMENTARIO
Estos, los
que persiguen la falsa unidad, son falaces y no pueden esconder toda la cola
del diablo. Pero quienes tienen, por lo menos sentido común, detectan las malas
intenciones y la imposibilidad de practicar en una falsa caridad, la mezcolanza
del error y la Verdad. Se atreven a pedir que el mismo Pontífice presida sus
asambleas: son falsarios, astutos… proclaman la fraternidad y, los incautos,
desprevenidos o indiferentes, caen en su maléfica proclama de renunciar al
Bien, a la Verdad y a la belleza, con el fin, no sólo ilusorio, sino mal
concebido, de un amor universal. Un poco de lógica cristiana, si viviendo en la
Verdad, en los Sacramentos y en la Gracia, cuesta al hombre convivir con sus
hermanos, a pesar de haber nacido para vivir en común, por ser único e
irrepetible y concupiscente, ¡Imagínense en una mezcla de Verdades y errores,
si habrá fraternidad! Seríamos cómplices, pero no hermanos.
Sor Clotilde
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