domingo, 29 de enero de 2017

El Adulterio, Doctrina Evangélica sobre el adulterio, El feminismo y La verdadera libertad de la mujer.




EL MATRIMONIO CRISTIANO.
CASTI CONNUBII
Pío XI, 31 de diciembre de 1930.







EL ADULTERIO

71. – Falsean, por consiguiente, el concepto de fidelidad los que opinan que hay que contemporizar con las ideas y costumbres de nuestros días acerca de cierta fingida y perniciosa amistad de los cónyuges con alguna tercera persona, defendiendo una mayor libertad de sentimientos y de trato de dichas relaciones externas, y esto tanto más cuanto que (como ellos afirman) a no pocos es congénita una índole sexual que no puede saciarse dentro de los estrechos límites del matrimonio monogámico, por lo cual tachan de estrechez ya anticuada de entendimiento y de corazón, o reputan como viles y despreciables celos aquel rígido estado habitual de ánimo de los cónyuges honrados que reprueban y rehúyen todo efecto o todo acto libidinoso con un tercero, y, por lo mismo, sostienen que son nulas o que deben anularse todas las leyes penales de la república encaminadas a conservar la fidelidad conyugal.

DOCTRINA EVANGÉLICA SOBRE EL ADULTERIO

72. – El sentimiento noble de los esposos castos, aun siguiendo sólo la luz de la razón, resueltamente rechaza y desprecia como vanas y torpes semejantes ficciones y este grito de la Naturaleza lo aprueba y confirma lo mismo el divino mandamiento: “No fornicarás”, que aquello de Cristo: “Cualquiera que mirase a una mujer con mal deseo hacia ella, ya adulteró en su corazón”; no bastando jamás ninguna costumbre, ningún ejemplo depravado, ningún pretexto de progreso humano, para debilitar la fuerza de este precepto divino. Porque, así como es uno y el mismo “Jesucristo ayer y hoy, y el mismo por los siglos de los siglos”, así la doctrina de Cristo permanece siempre absolutamente la misma, y ni una sola jota o ápice de ella pasará hasta que se cumpla perfectamente cuanto contiene.

EL FEMINISMO

73. – Todos los que empeñan el brillo de la fidelidad y castidad conyugal, como maestros que son del error, echan por tierra también fácilmente la obediencia confiada y honesta que ha de tener la mujer a su esposo, y muchos de ellos se atreven todavía a decir, con la mayor audacia, que es una indignidad la servidumbre de un cónyuge para con el otro, que son iguales los derechos de ambos cónyuges, defendiendo presuntamente que por violarse estos derechos, a causa de la sujeción de un cónyuge al otro, se ha conseguido o se debe conseguir una cierta emancipación de la mujer. Distinguen tres clases de emancipación, según tenga por objeto el gobierno de la sociedad doméstica, la administración del patrimonio familiar o la vida de la prole que hay que evitar o extinguir, llamándolas con el nombre de emancipación social, económica y fisiológica: fisiológica, porque quieren que las mujeres, a su arbitrio, estén libres o que se las libre de las cargas conyugales o maternales propias de una esposa (emancipación ésta que ya dijimos suficientemente no ser tal, sino un crimen horrendo); económica, porque pretenden que la mujer puedan aun sin saberlo el marido o no queriéndolo, encargarse de sus asuntos, dirigidos y administrados, haciendo caso omiso del marido, de los hijos y de toda la familia; social, finalmente, en cuanto apartan a la mujer de los cuidados que en el hogar requieren su familia o sus hijos, para que pueda entregarse a sus aficiones sin preocuparse de aquéllos, y dedicarse a ocupaciones y negocios, aunque sean públicos.

LA VERDADERA LIBERTAD DE LA MUJER


74 –  No es ésta, sin embargo, la verdadera emancipación de la mujer ni la libertad dignísima y tan conforme con la razón que compete al cristiano y noble oficio de esposos; antes bien, es la corrupción del carácter propio de la mujer y de su dignidad de madre, es el trastorno de toda la sociedad familiar, con lo cual al marido se le priva de la esposa, a los hijos de la madre y a todo el hogar doméstico del custodio que vigila siempre. Más todavía; tal libertad falsa e igualdad antinatural de la mujer con el marido tórnase en daño de ésta misma, pues si la mujer desciende de la sede verdaderamente regia a que el Evangelio la ha levantado dentro de los muros del hogar, bien pronto caerá en la servidumbre, muy real, aunque no lo parezca, de la antigüedad, y se verá reducida a un mero instrumento en manos del hombre, como acontecía entre los paganos.   

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