¿Cuál es tu nombre?
A medida que la Iglesia se fue extendiendo, fue estableciendo la costumbre de imponer un nuevo nombre en el Bautismo. En aquellos albores se bautizaba dejando, comúnmente, el nombre pagano al bautizado; así tenemos estos ejemplos en Tertuliano, Orígenes, Ambrosio, - que después sería San Ambrosio - quienes, entre otros muchos, conservaron sus nombres paganos. No fue fácil y, quizá ni conveniente, que quienes abrazaban el cristianismo cambiasen de nombre.
Después que algunos adoptaron nombres del Antiguo Testamento comenzaron a brillar en el firmamento de la Iglesia. Los Héroes de la Fe en este Nuevo Testamento. Ciertos Obispos, indudablemente iluminados por Dios, propusieron formalmente substituir el nombre de origen pagano, por el de algún Santo, con el fin de distinguirse como cristianos, de comprometerse y estimularse a imitar al Santo de su Nombre y recibir una particular protección del Santo cuyo nombre había sido escogido. Sabia proposición que fue aceptada por la Santa Iglesia y adoptada universalmente. Hoy nos la recuerda el Ritual Romano y nos la propone el Santoral.
Hemos escuchado también nombres de virtudes como la Fe, la Esperanza, y la Caridad, que después fueron santificados por el Martirio de sus poseedoras. Es que desde aquellos tiempos ya se elegían estas virtudes con el deseo de su práctica; también hechos milagrosos llegaban a convertirse en nombres; por
ejemplo, sucedió a la hija de cierto Tribuno Nemesio, que, al ser bautizada, recobró la vista y llamáronla "Lucila", que quiere decir "Lucesita" o luz pequeña.
No hemos de olvidar que los Catecúmenos en espera de ser bautizados durante la Vigilia Pascual, enviaban sus nombres al Obispo en la cuarta semana de Cuaresma, aunque a veces tocaba a los Obispos escogerlo. Posteriormente se dejó la responsabilidad de elegir nombre a los padres y padrinos.
La Santa Madre Iglesia, cuya misión en la tierra es conducir a los hombres victoriosamente en la Vida Eterna, sufre profundamente al contemplar, no solamente la indiferencia: sino el mismo desprecio por los nombres cristianos, los cuales van siendo substituídos por otros que nada tienen que ver con el cristianismo.
Pues entre tantos cambios negativos que el hombre ha sufrido, sobre todo en el campo religioso, está el de la imposición del nombre en el Bautismo. Parce intranscendente y, sin embargo, es vital en la vida del católico. Esto se debe a la inversión de los grandes y fundamentales valores y a veces a la aniquilación de los mismos, que nos ha conducido a la impiedad, a la petulancia, a la barbarie... De aquí que, en la actualidad no importe la esencia, el contenido, los beneficios del nombre ni las obligaciones que nos impone el bien terreno para conducirnos al Bien Eterno. No. Ahora se busca en todo la apariencia, lo que suene; y en los nombres, además, se prefieren los de artistas famosos que muchas veces son pseudónimos que esconden una vida escandalosa, nombres sin sentido; y si el nombre es extranjero ... ¡oh! ¡mucho mejor! ¡Pobre humanidad, tan vacía y superficial!
Hermanos católicos: Lo que importa del nombre del cristiano es que sea eso: ¡Cristiano!, para que se distinga, se comprometa y sienta una perenne protección de su santo y al final, éste lo lleve a la Vida Eterna.
Sabemos los católicos que el Bautismo es un nacimiento espiritual a la vida de la Gracia. Por eso, al salir de las tinieblas del pecado original a la luz de la Vida Sobrenatural: al recibir la Gracia Santificante que nos hace hijos de Dios y herederos de su gloria, es menester dar una vida nueva y nombre nuevo que signifique de alguna manera lo que hemos recibido.
El mismo Dios nos lo enseña al renovar su Alianza con Abraham; y los leemos en el cap. XVII del Génesis: "Cambió el nombre de Abram 'Padre Excelso', por el de Abraham, esto es, 'Padre de excelsa muchedumbre'; y el de Saray: 'Señora mía', por el de Sara: 'Señora o Princesa de muchas naciones'. En el Nuevo Testamento vemos a Nuestro Señor Jesucristo cambiar el nombre a Simón hijo de Juan, por el de 'Pedro' , que significa 'Piedra', ante la perspectiva de constituirlo después como la 'Piedra Fundamental de su Iglesia' (Jn.I-42).
Al imponernos el nombre de un santo, implícitamente tenemos la obligación de conocerlo, imitar sus virtudes, amarlo y honrarlo. Nos trae grandes bienes, ya que contamos con su protección, pues la Iglesia nos encomienda a ellos y los nombra nuestros abogados, intercesores y protectores; además, es un honor llevar el nombre de seres que alcanzaron en la tierra la máxima altura a la que' puede llegar un hombre en este mundo y escalaron con éxito las cumbres de la Vida Eterna.
En cambio, los nombres obscenos, ridículos y los de dioses paganos, los que se hicieron célebres por la impiedad de los perversos, los profanos, repugnan al sentido cristiano que se ha profesado. Este es contrario a lo que estos nombres significan y admitirlos, es, de algún modo, admitir lo que de malo entrañan, es poner lo indigno como estigma a una criatura excelsa. Sólo con nombre de un Santo podemos significar que al bautizarnos renuncia el alma a su primer poseedor (el demonio) para entregarse a su verdadero Dueño: Jesucristo.
¿Queremos una vida mejor? no nos desliguemos de lo sobrenatural. Ante un mundo lleno de peligros de vicios, de impiedad, de soledades, de vacío de Dios. No esperemos que resplandezca la virtud, porque ésta sólo germina y crece en un ambiente divino. ¿Cómo queremos que en un mundo donde todo es dios, menos el mismo Dios, se encuentre la paz, la serenidad, el amor? No sólo hemos naturalizado todo, sino profanado, desde el desligar al bautizado de un nombre que lo lleve a Dios, hasta la más vil apostasía.
Si tú, que lees esto. tienes aún nombre cristiano, procura conocer la vida de tu santo o santa, imítalo, tómalo como protector o protectora, confía y ama, y vivirás entonces la verdadera Comunión de los Santos, que es la unión sobrenatural de la Iglesia Triunfante (Los Bienaventurados del Cielo), la Iglesia Purgante (Animas Benditas del Santo Purgatorio) y la Iglesia Militante que somos todos los bautizados que aún militamos en este Valle por conquistar el Reino de los Cielos.
Sor Clotilde García Espejel.
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