lunes, 21 de octubre de 2013

Padre nuestro (cont).

5a.-"Y Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Todo lo que a otro o a otros debemos en Justicia, se llama deuda y con nuestro Creador somos una entera deuda: le debemos la existencia; le debemos todo lo que somos, todo lo que tenemos; sin embargo, al pedírle que nos perdone nuestras deudas, no le pedimos que nos perdone lo antes mencionado, que a cambio de eso hemos de darle honor, servicio y amor; sino el perdón de nuestros pecados: "Y perdónanos nuestros pecados" (Luc, XI-4). Pedimos perdón por los pecados cometidos mediante los cuales contraemos deuda de culpa y deuda de pena: a) deuda de culpa, consiste en la ofensa que hacemos a Dios quebrantando su divina Ley; lo cual nos atrae la ira de Dios; y deuda nuestra es quitarle lo airado contra nosotros mediante el arrepentimiento y la reconciliación en la confesión de nuestros pecados y el dolor de haberle ofendido. b) Deuda de pena, en el derecho que ante nuestra ofensa, tiene el Señor para castigamos y toca también a nosotros con penitencias, sacrificios, aceptación de penas y enfermedades pagar esta deuda. ¿Qué pedimos con respecto a estas dos, deudas la una de culpa y la otra de pena? Pedimos: a) Que nos regale su gracia para lograr un verdadero arrepentimiento y que movido por nuestro arrepentimiento, nos perdone nuestras culpas, b) que perdonada la culpa, nos perdone también el castigo.

Estas deudas no sólo se contraen por el pecado mortal, sino también por el venial que, aunque es menor la gravedad, no deja de ser ofensivo a Dios y entristecer su corazón amante que ve que, incluso sus allegados, son infieles y tibios.

"Perdónanos". Porque esta bellísima Oración nos va enseñando a pedir no sólo perdón para nosotros, sino perdón para todos nuestros hermanos e incluso para aquellos que no quieren o no saben pedirlo: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen", (Luc, XXIII-34) "Perdónales Señor esta culpa o; si no lo haces, bórrame a mí de tu Libro que has escrito", clamaba Moisés por su pueblo. (Ex. XXXII-31-32), porque nuestros hermanos no se pierdan, sino que se arrepientan y vivan. Al decir perdónanos, hemos de pensar con profundo celo en la Gloria de Dios y el bien de las almas; con una petición llena de caridad, Dios no sólo, nos concederá el perdón de nuestros pecados, sino la aceptación de nuestras pobres súplicas, acciones y sufrimientos por la remisión de los pecados de nuestros hermanos.

Del mismo modo, en esta petición pedimos por las almas del purgatorio, quienes después de pagada su culpa irán al Cielo.

b)"Nuestras Deudas": .tenemos conciencia, de nuestra responsabilidad: "Sí decimos que no tenemos pecados, nos engañamos" (I Juan 1.8). Nada tan perjudicial para nuestras almas como no reconocer nuestras maldades y miserias, jamás tendremos corrección ni haremos penitencia, si no reconocemos que somos pecadores.

Además, decimos "nuestras" porque siendo el Universo creado en perfecta armonía, armonía que encontramos esencialmente en la humanidad; nuestras faltas, las de ellos, trascienden hacia una y otra parte de manera directa e indirecta, lesionando espiritualmente el ser humano ya sea por el mal ejemplo, ya sea por el desequilibrio que sufre la creación que fue creada en perfecta unidad y armonía; pero fundamentalmente por el desorden universal que produjo el pecado del primer hombre, así como el castigo que por este primer hombre recae en la humanidad entera.

c) "Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores": "El Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso tomar cuenta a sus servidores. Habiendo empezado a tomarlas, le fue presentado un servidor que le debía diez mil talentos, y como no tuviese con qué pagar. mandó su Señor que fuesen vendidos él y su mujer y sus hijos con toda su hacienda para pagar así la deuda. Entonces el criado arrojándose a
sus pies, le rogaba diciendo: "Ten un poco de paciencia, que yo te lo pagaré todo" movido el Señor a compasión, le dio por libre y aún le perdonó la deuda.

Apenas salió este criado de la presencia del Señor, encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y cogiéndole por la garganta le ahogaba diciendo: "paga lo que me debes". El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: "Ten un poco de paciencia conmigo que yo te lo pagaré todo". El no obstante, no quiso escucharlo, sino que lo hizo meter en la cárcel hasta que le pagase lo que le debía. Al ver los otros criados, compañeros suyos lo que pasaba, se contristaron en extremo y fueron a contar a su Señor lo sucedido, entonces le llamó su Señor y le dijo: "Oh criado inicuo, yo te perdoné toda la deuda porque lo suplicaste, ¿No era pues justo, que tú también tuvieses compasión de tu compañero, como yo la tuve de tí? Irritado el Señor le entregó en manos de los verdugos para ser atormentado hasta tanto que satisfaciese la deuda por entero".

"Así se portará mi Padre Celestial con vosotros si no perdonáis de Corazón a vuestros hermanos". (San Mateo, XVIII-23-35).

Estamos pidiendo a Dios Nuestro Señor que nos perdone como nosotros perdonamos, y hay que preguntarse: ¿por qué decimos a Dios que nos perdone tomando como medida nuestro perdón? Parece
que tentamos a Dios, la misma perfección, al decirle que su perdón hacia mí, sea la medida del que creatura imperfecta, les doy a los otros; sin embargo, no es así, sino más bien que Nuestro señor Jesucristo quiso comprometemos a un perdón proporcionalmente igual, es decir, tomando en cuenta nuestra limitación hemos de dar un perdón íntegro y constante, sin olvidar que si usamos de generosidad, de comprensión, de misericordia; El también será para con nosotros generoso, comprensivo, misericordioso.

Pero es necesario saber perdonar. En el fondo siempre es el mismo perdón: en la forma, varía por circunstancias: a) en el fondo, el perdón nos lleva a disculpar, a olvidar cualquier ofensa; nada de que "yo perdono, pero jamás olvido", el no olvidar significa conservar dentro, en el fondo un secreto rencor que con su calor iría encendiéndose hasta convertirse en ardiente odio que no pararía hasta la venganza.
Una vez que hemos sido ofendidos, hay que buscar y encontrar el bíén espiritual que la ofensa nos atrae y después perdonar, deseando que Dios perdone al que nos ha herido. A veces el alma se resiste y piensa que no ha perdonado porque no siente interiormente gusto al perdonar. ¡No! Aunque por dentro nuestra naturaleza reclame su derecho natural, impongamos sobre ella el Amor sobrenatural y pidamos siempre por el bien espiritual y corporal de quienes nos hayan ofendido, de quienes se consideren nuestros enemigos. Esto es cumplir el mandato del Señor: "amad a vuestros enemigos". (Mat, V-44).

El cristiano no fulmina jamás la venganza contra un enemigo, será la mejor señal de perdón. Y cuando los veamos sufrir jamás pensemos con ira o desprecio que están pagando lo que nos han hecho y menos aún alegrarnos. Y, si hacemos una consideración tranquila con respecto a que su sufrimiento, cualquiera que sea, es castigo de Dios, sea con paz y para considerar que todo aquello que hagamos tiene su premio o castigo. Tendámosles siempre la mano cuando lo necesiten: "... haced el bien a los que os aborrecen" (Mat. V-44).

Si nosotros así perdonamos, Dios irá dando a nuestra alma el gusto por el perdón y encontraremos en él una verdadera delicia.

b) El verdadero perdón no quita que, a veces, sea necesario y hasta obligatorio castigar, corregir con tal de que en esto haya fondo sobrenatural. Es lícito luchar porque nos devuelvan lo que injustamente nos han arrebatado, sin embargo, si a pesar de todo nos toca perder recordemos al Santo Job: "Dios me lo díó, Dios me lo quitó", y valiente y noblemente perdonar.

Nuestro Señor quiere que el perdón vuelva a unirnos y muchas veces podremos hacerlo. Otras no será posible: la experiencia nos enseña que a ciertas gentes hay que perdonarlas, pero estar muy lejos de ellas, ya que ellas no están dispuestas a vivir en paz, y la paz social no depende de una persona, sino de dos o varias. Otras hay que, aun tratándolas con la mayor benevolencia y caridad, responden con calumnias, ataques y maldades. A esas también hay que perdonarlas setenta veces siete, siempre; pero alejarlas y alejarse y pedir con instancia porque se arrepientan: "Orad por los que os persiguen y calumnian" (Mat. V-44). Corregir, y a veces, con demasiada energía, con tal de que sea razonable y justo, no indica falta de perdón. Sepamos perdonar, sepamos hacer uso del perdón; no olvidemos que la bondad equivocada da como fruto, en los otros, la maldad.

Sepamos perdonar, en nuestra limitada naturaleza, como nos lo pide el mismo Dios, pero no confundamos la virtud del perdón con el sentimentalismo, la pasión el consentimiento, debilidad y propias Conveniencias. Nuestro perdón ha de ser objetivo, universal, sobrenatural, etc, el cual agradará a Dios, convertirá a nuestros hermanos y nos dará la dulce paz en esta vida y en la hora de nuestra muerte, en que hallaremos la respuesta: "Perdonad y seréis perdonados" (Luc. VI-37).


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