sábado, 8 de octubre de 2016

"Nuestra Señora del Rosario"

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO





Lamento mucho no haber podido presentar este artículo el día adecuado, viernes 07 de octubre; sin embargo, como todo el mes es de Nuestra Señora del Rosario, queda muy bien el artículo de hoy para que nos sirva un poco de conocimiento y, un poco de meditación.

“El nombre de Rosario, en la lengua castellana, proviene del conjunto de oraciones, a modo de rosas dedicadas a la Virgen. También como rosas fueron los días de la Virgen: “rosas blancas y rosas rojas; blancas de serenidad y pureza, rojas de sufrimiento y amor. San Bernardo -aquel enamorado de Santa María- dice que la misma Virgen fue una Rosa de nieve y de sangre”.

“¿Hemos intentado alguna vez desgranar su vida, día a día, en nuestras manos?”. Eso hacemos al contemplar las escenas -Misterios- de la vida de Jesús y de María que se intercalan cada diez Avemarías.

  En estas escenas del Rosario, divididas en tres grupos, recorremos los diversos aspectos de los grande Misterios de la Salvación: el de la Encarnación, el de la Redención y el de la Vida Eterna. En estos Misterios, de una u otra forma, tenemos siempre presente a la Virgen. En el Santo Rosario no se trata sólo de repetir las Avemarías a Nuestra Señora, que, como procuramos hacerlo con amor -quizá poniendo peticiones en cada Misterio o en cada Avemaría-  no nos resultan monótonas. En esta devoción vamos también a contemplar los Misterios que se consideran en cada decena. Su meditación produce un gran bien en nuestra alma, pues nos va identificando con los sentimientos de Cristo y nos permite vivir en un clima de intensa piedad: gozamos con Cristo Gozoso, nos dolemos con Cristo Paciente, vivimos anticipadamente en la Esperanza, en la Gloria de Cristo Crucificado.

Después de contemplar los Misterios de la Vida de Jesús y de Nuestra Señora con el Padre Nuestro y el Avemaría, terminamos el Santo Rosario con la Letanía Lauretana y algunas peticiones que varían según las regiones, las familias o la piedad personal.

El origen de la Letanías se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Eran oraciones breves, dialogadas entre los Ministros del Culto y el pueblo fiel, y tenían un especial carácter de invocación a la Misericordia Divina. Se rezaban durante la Misa y, más especialmente, en las Procesiones. Al principio se dirigían al Señor, pero muy pronto surgen también las invocaciones a la Virgen y a los Santos. Las primicias de las Letanías Marianas son los elogios llenos de amor de los cristianos a su Madre del Cielo y las expresiones de admiración de los Santos Padres, especialmente en oriente.

Las que actualmente se rezan en el Rosario comenzaron a cantarse solemnemente en el Santuario de Loreto (de donde procede el nombre de Letanía Lauretana) hacia el año 1500, pero recogen una tradición antiquísima. Desde allí se extendieron a toda la Iglesia.

Cada título es una jaculatoria llena de amor y de esperanza que dirigimos a la Virgen y nos muestra un aspecto de la riqueza del alma de María. Estas invocaciones se agrupan según las principales verdades Marianas: Maternidad Divina, Virginidad Perpetua, Mediación, Realeza Universal y Ejemplaridad y camino para todos sus hijos.

La Virgen es Madre de Dios y Madre Nuestra y éste, título supremo con que la honramos es el fundamento de todos los demás. Por ser Madre de Cristo, Madre del Creador y del Salvador, lo es de la Iglesia, de la Divina Gracia, es Madre Purísima y Castísima, Intacta, Incorrupta, Inmaculada, Digna de ser Amada y de ser Admirada.

En las letanías se recogen diversos aspectos de la Virginidad Perpetua de María: es Virgen Prudentísimo, Digna de Veneración, digna de Alabanza, Poderosa, Clemente, Fiel…

La Madre de Dios, mediadora en Cristo entre Dios y los hombres, se prodiga continuamente en servicio nuestro. Nos es presentada, además, bajo tres bellísimos símbolos y otros aspectos de su medicación universal: la Virgen María es la Nueva Arca de la Alianza, la Puerta del Cielo a través de quien llegamos a Dios, es la Estrella de la mañana que nos permite siempre orientarnos en cualquier momento de la vida, Salud de los Enfermos, Refugio de los Pecadores (¡Tantas veces hemos tenido que recurrir a Ella!) consoladora de los afligidos, Auxilio de los cristianos…

María es Reina de todo lo creado, de los Cielos y de la tierra, porque es Madre del Rey del Universo. La universalidad de este reinado comienza en los Ángeles y sigue en los Santos (Los del Cielo y los que en la tierra buscan la santidad): Santa María es reina de los Ángeles, de los Patriarcas, de los Profetas, de los Apóstoles, de Mártires, de los que confiesan la fe, de las vírgenes, de todos los Santos. Termina con 4 títulos de realeza: es Reina Concebida sin pecado, asunta al Cielo, Reina del santísimo Rosario, y de la Paz.

Después de invocarla como ejemplo acabado y perfecto de todas las Virtudes, sus hijos la aclamamos con estos símbolos y figuras de admirable ejemplaridad: Espejo de santidad, Trono de Sabiduría, Causa de nuestra alegría, Vaso espiritual, Vaso honorable, Vaso insigne de devoción, Rosa mística, Torre de David, Torres de marfil y Casa de oro.

Al detenernos despacio en cada una de estas advocaciones, podemos maravillarnos de la riqueza espiritual, casi infinita, con que Dios la ha adornado. Nos produce una inmensa alegría tener una Madre así, y se lo decimos muchas veces a lo largo del día. Cada una de las advocaciones de las Letanías nos puede servir como jaculatoria en la que le decimos lo mucho que la amamos, lo mucho que la necesitamos.

Era costumbre entre los nobles, en la Edad Media, como lo había sido entre los romanos, llevar coronas de flores. Se ofrecían tales coronas a personas de distinción, a título de reconocimiento. La Soberana del Cielo y de la Tierra, la Virgen Santísima, tiene el máximo derecho a nuestros homenajes; de allí que la Iglesia nos exhorte a ofrecerle un triple Rosario, o Tres Coronas de rosas que llamamos Rosario.

“Está fiesta fue instituida por San Pío V para conmemorar y agradecer a la Virgen su ayuda en la victoria sobre los turcos en Lepanto, el 7 de octubre de 1571. Es famoso su breve Consueverunt (14-IX-1569), que vio en el Rosario un presagio de aquella victoria. Clemente XI extendió la fiesta a toda la Iglesia en 3-X-1719. León XIII le otorgó un mayor rango litúrgico y publicó nueve admirables Encíclicas sobre el Rosario. Con San Pío X quedo definitivamente la fecha de su celebración el 7 de octubre.  La celebración de este día es una invitación para todos a rezar el Rosario y meditar los Misterios de la Vida de Jesús y de María, que se contemplan en está devoción Mariana. (Francisco Fernández Carbajal en su libro Número Siete, “Hablar con Dios”).


Sor Clotilde




         

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