DIDACHÉ
O
LA
DOCTRINA DE LOS DOCE APÓSTOLES
Y
CARTAS
DE SAN CLEMENTE ROMANO
Padres
apostólicos I
III.
– Apártate Hijo mío, huye de todo mal y de cuanto se
asemeje al mal.
del
mal No seas iracundo, porque la ira conduce al asesinato.
No seas envidioso, ni disputador, ni
acalorado, pues de todas estas cosas se engendran muertes.
Hijo mío, no te dejes llevar por el deseo,
pues el deseo conduce a la fornicación.
No hables deshonestamente ni andes con los
ojos desenvueltos, pues de todas estas cosas se engendran fornicaciones.
Hijo mío, no te hagas adivino, pues esto
conduce a la idolatría; ni encantador, ni astrólogo, ni purificador, ni
quisieras ver estas cosas, pues de todo ello se engendra idolatría (8).
Hijo mío, no seas mentiroso, pues la
mentira conduce al robo.
No seas avaro ni vanaglorioso, pues de
todas estas cosas se engendran robos.
Hijo mío, no seas murmurador, pues la
murmuración conduce a la blasfemia (9).
Haz
el bien. Sé más bien manso, pues los mansos poseerán
la tierra (10)
Sé
longánime, compasivo, sin malicia, tranquilo, bueno y temeroso en todo tiempo
de las palabras que oíste.
No
te exaltes a ti mismo, ni consientas a tu alma temeridad alguna.
No
se juntará tu
alma con los soberbios, sino que conversarás con los humildes y con los justos.
Recibe
como bienes las cosas que te sucedieren, sabiendo que sin la disposición de
Dios nada sucede (11).
(8) En todo este capítulo el
maestro se ha convertido en padre, que quiere llevar al futuro cristiano a algo
más íntimo que los preceptos generales anteriores. Aquí se ataca ya la raíz del
mal, que es el deseo interior. En todas las malas artes paganas de adivinación,
encantamiento, astrología y ritos de purificación, ve el autor un culto del
demonio, una idolatría.
(9) La murmuración de que se habla
en este precepto de la Didaché se refiere a las quejas contra las
disposiciones de la Providencia Divina, de las que pueden originarse las
blasfemias contra Dios mismo. Igualmente, la arrogancia -la palabra griega
quiere decir “complacencia en sí mismo”- es también aquella soberbia por la que
el hombre se constituye centro del universo y pretende romper los límites
infranqueables que lleva entrañados su condición de criatura. De ahí
también la blasfemia.
(10) Mt. V,5; y también
reminiscencia del salmo 36, II.
(11) Sin transición ha pasado el
autor de la Didaché del catálogo de los vicios a la recomendación de
las virtudes. Estas son específicamente cristianas: La mansedumbre, la
paciencia, la paz, la humildad, la resignación a la voluntad de Dios en todo
acontecimiento de la vida. Esta resignación, fundada en la fe de que todo está
ordenado por la Providencia del padre celestial, contrasta con aquella soberbia
blasfema del que se vuelve contra las disposiciones divinas.
VERSIÓN Y
NOTAS
POR EL
RVDO. P.
DANIEL RUIZ BUENO C. M. E.
Catedrático
de Lengua Griega.
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